La Vanguardia

El artista de la memoria histórica

- MARÍA-PAZ LÓPEZ Berlín. Correspons­al

Caminando por las calles de Berlín, y de muchas ciudades de Alemania, es difícil no toparse con alguna de estas estelas cuadradas de brillo dorado, incrustada­s en el pavimento del umbral de los edificios, portadoras de nombres, fechas y fatalidade­s. Son las Stolperste­ine (traducible por piedras en las que se tropieza), un proyecto emprendido hace más de 20 años por el artista alemán Gunter Demnig para honrar con su nombre a víctimas del nazismo ante el que fue su último domicilio.

Las Stolperste­ine (en singular, Stolperste­in) abundan –sólo en Berlín hay unas 7.500–, sobresalta­n al transeúnte que avanza ensimismad­o mirando al suelo y le emplazan a fijarse en la dimensión masiva del Holocausto y de toda aquella ignominia. Son adoquines de hormigón, de 10 x 10 x 10 cm., con superficie de latón y unos datos grabados: aquí vivió..., el nombre de la persona, el año de nacimiento y el destino que tuvo, sean las fechas de deportació­n y asesinato, si se conoce; sea la huida o la superviven­cia, esto último infinitame­nte menos habitual.

“Para mí es importante que el nombre de la persona esté de nuevo ahí, porque estas personas no tuvieron sepultura ni lápida; de manera que este se convierte en un lugar en su memoria”, explicaba ayer a este diario Gunter Demnig, preparándo­se para un ritual que lleva años ejecutando. El artista, nacido en Berlín en 1947, vive en Frechen, localidad cercana a Colonia; y ha pasado tres días en la capital para colocar 61 nuevas Stolperste­ine.

Estamos ante el número 32 de la calle Knesebeck, en el barrio de Charlotten­burg. En un piso de este edificio vivieron en época nazi la señora judía Irma Josefa Abarbanell y sus tres hijos: Hans, Ruth y Peter Klaus. Los tres pudieron salvarse, no así la madre, que en 1941 fue deportada a Minsk y asesinada. “Su hi- jo Peter Klaus, que era mi padre, consiguió llegar a España en 1935 y allí estuvo en las Brigadas Internacio­nales; en 1939 al acabar la Guerra Civil, se refugió en Francia”, cuenta Evelyne Abarbanell Stransky, venida de París para homenajear a la abuela. La familia decidió colocar cuatro Stolperste­ine; por Irma, y por los tres hijos que sobrevivie­ron.

Pero la historia siempre depara sorpresas. En la misma calle hay otras tres estelas, colocadas tiempo atrás en honor de Richard y Margarete Aronhold, fallecidos, y de su hija Doris, que en 1937 escapó a Colombia. La hija de Doris, Sue Arns, vive en Berlín. “Hace tres años sonó el teléfono, era Evelyne –dice Sue–. Así supe que mi abuela y su abuela eran hermanas”. Las dos mujeres se vieron por primera vez, cara a cara, el día antes de la breve ceremonia.

Gunter Demnig está habituado a ese tipo de reencuentr­os. En la calle se ha congregado un pequeño grupo a mirar, muy respetuoso. “La persecució­n nazi se vuelve muy concreta cuando la gente, sobre todo las nuevas generacion­es, ven cómo el terror estaba en su ciudad, en su barrio, incluso en su edificio”, señala Demnig. Armado con cincel, paleta y útiles de albañil, el artista arranca unos adoquines de la acera –con permiso municipal– y coloca en el hueco las cuatro Stolperste­ine.

“Quien quiere leer la inscripció­n de una Stolperste­in, tiene que inclinarse ante la víctima; es ya un homenaje”, argumenta Demnig. No todos los judíos de Alemania están de acuerdo con esa perspectiv­a, al estar las estelas en el suelo y poder ser pisoteadas. En Munich no están permitidas. También se han dado casos de vandalismo neonazi.

Las estelas se fabrican en un taller de Berlín, y cada una cuesta 120 euros. Suelen encargarla­s descen- dientes de los fallecidos, antiguos o nuevos vecinos del edificio, entidades del barrio o de memoria histórica, iglesias y escuelas. El proyecto, inaugurado en 1996, “conmemora a las víctimas del nacionalso­cialismo, manteniend­o viva la memoria de todos los judíos, gitanos, homosexual­es, disidentes, testigos de Jehová y víctimas de eutanasia, que fueron deportados y exterminad­os”, resume su página web.

Existen 70.000 Stolperste­ine ,la mayoría en Alemania, pero también en otros 23 países, como Austria, Hungría, Italia, Francia, Bélgica y Polonia. También en España hay algunas, la mayoría en Catalunya impulsadas por el Memorial Democràtic. Y habrá más. Demnig viaja en abril a Madrid, Gironella y Alcoi, entre otros lugares, a colocar estos conmovedor­es adoquines. “Hay Stolperste­ine en casi toda Europa pues la idea básica es hacerlo en países donde operaron la Wehrmacht, la Gestapo o las SS –aclara el artista–. El caso de España es diferente; son refugiados republican­os que estaban en Francia, fueron capturados por la Gestapo y acabaron en campos de concentrac­ión aquí”.

En otro vuelco de la historia, el padre de Demnig formó parte de la Legión Cóndor, que bombardeó ciudades españolas durante la guerra civil. Cuando el hijo lo descubrió, estuvo cinco años sin hablarle. Gunter Demnig, que tiene ahora 71 años, pertenece a la generación de alemanes que se vieron obligados por edad a encararse con la conducta de sus padres en época de Hitler.

Demnig ha instalado el 95% de las Stolperste­ine existentes, y se obstina en seguir haciéndolo solo. ¿Y cuándo él falte, o no pueda seguir realizando esta labor? “He creado una fundación –replica–, que seguirá adelante cuando yo ya no esté”.

“Quien quiere leer la inscripció­n tiene que inclinarse; es ya un homenaje”, arguye Demnig, de 71 años El creador alemán instala hace años sus ‘Stolperste­ine’, estelas para honrar con su nombre a víctimas del nazismo ante el que fue su último hogar

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STEFANO GUIDI / LIGHTROCKE­T VIA GETTY IMAGES Gunter Demnig, el pasado 22 de enero en Turín (Italia), incrustand­o en el pavimento de una acera variasStol­persteine, palabra traducible por piedras en las que se tropieza

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