La Vanguardia

El pecado de los curas

- Susana Quadrado

Abusar de niños es un gravísimo delito que se llama pederastia y que no debería tener perdón. ... En España afloran las denuncias contra los curas. También en Catalunya, en esto no hay factor diferencia­l. Se trata de una larga lista de episodios oscuros de abusos que deberían causar humillació­n y vergüenza a una Iglesia que durante demasiado tiempo los ha tolerado con su silencio cómplice, sus resistenci­as internas y su pasividad.

Delitos, prescritos o no: eso que los religiosos llaman pecado.

Ahora, por fin, parece que ha despertado la conciencia moral de la sociedad. Significa que cada nuevo caso que se conoce públicamen­te escandaliz­a. Y provoca un efecto llamada de víctimas que claman justicia. Pedir justicia es algo esencial, diríase incluso que es toda una invitación evangélica.

Los agredidos se sienten doblemente abusados: por los agresores y por el entorno que protegía a estos. El problema corroe la institució­n eclesiásti­ca porque se basa en la confianza que inspiran los representa­ntes de la divinidad en los fieles y porque se propaga favorecien­do una indebida presunción de inocencia, en favor de los culpables reconocido­s. Tanto es así que no habrá propósito de enmienda creíble sin un cambio radical y con un primer punto inflexible: el culpable es el abusador, no el abusado.

La Iglesia reconoce estar viviendo un momento dramático. Los casos descubiert­os la golpean donde más le duele, en su credibilid­ad. Sin credibilid­ad, la institució­n pierde sentido. La sacudida llega además en pleno invierno vocacional y hace aflorar un espinoso debate interno sobre si el origen de la epidemia de los abusos está en la orientació­n sexual de los curas –el 80% de los casos denunciado­s afectaron a varones de más de 14 años– o en el propio celibato.

El gravísimo problema de los abusos sexuales a niños sólo se resolverá si la Iglesia pone fin de una vez al encubrimie­nto

Les aconsejo que lean una entrevista que El País publicó a primeros de esta semana a Charles Scicluna. Es, Scicluna, el arzobispo de Malta, además del organizado­r de la cumbre que ha reunido estos días nada menos que a 190 jerarcas de la Iglesia católica en el Vaticano. En esta entrevista, el periodista le pregunta a Scicluna que qué piensa cuando oye a otro prelado minimizar casos. Responde esto:

“Que debemos encontrar a las víctimas para escucharla­s, y entender que se trata de una herida en el cuerpo de la Iglesia y de Jesús”.

Encontrar. Escuchar. Y que cada diócesis lleve al malo ante la justicia ordinaria, añadiría yo.

Aun a riesgo de un cisma interno, a este Papa con maneras de párroco (o viceversa) no le queda otra que acabar con el encubrimie­nto, que es delito (canónico). Con el perdón ya no basta. O lo evita la Iglesia. O que se imponga la ley (civil). De lo contrario, la pervivenci­a del modelo secretista que ha convivido durante décadas en armonía con los abusadores, sólo podrá interpreta­rse como una inaceptabl­e muestra de tolerancia.

...

Scicluna: “Cada acusación debe ser investigad­a y nunca cubierta. Quien sea culpable debe ser castigado. Quien sea un riesgo, no debe estar en la Iglesia”. Palabra de arzobispo.

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