La Vanguardia

“Mi familia era el reflejo del mundo”

- ÀLEX GARCIA IMA SANCHÍS

Tengo 71 años. Nací y vivo en Ciudad de México, pero he vivido en EE.UU. yenEuropa. ViudadeAug­usto Monterroso, me volví a casar con el pintor Vicente Rojo. No tengo hijos. Me licencié en Psicología. Políticame­nte me siento desubicada, será porque me interesa la justicia social. Ojalá creyera en Dios

Dicen que escribió su primer cuento a los 4 años... Es una bonita falsa historia. En realidad empecé a escribir a los 12 años, un diario que sigo escribiend­o. ¿Cincuenta y nueve años escribiend­o diarios?

Sí, están bajo llave, son privados, pero gracias a esa obsesión he podido recoger toda una época, publicar interesant­es conversaci­ones y novelar algunos recuerdos.

¿Por qué decidió escribir un diario?

Me expulsaron del colegio y me enviaron a un internado en Montreal donde escribir me hacía compañía.

¿La expulsaron por rebelde?

Yo era una niña sumisa, toda mi rebeldía era leer cosas que no les gustaban a las monjas, pese a que eran francesas e inglesas.

¿Por qué decidió estudiar Psicología?

Porque me interesaba el ser humano. Todavía hoy mi afición preferida es ir a cafés y escuchar las conversaci­ones de otras personas.

Curiosa afición.

Mi familia era el reflejo del mundo. Mi abuelo materno, libanés, compró toda una manzana donde construyó su casa en el centro del jardín, y alrededor las de sus hijos. Fue una riqueza de tipos y variedades de problemas y de alegrías.

¿Mucha gente?

Sí, éramos diecisiete nietos, sus padres, el servicio de cada casa... Mi abuelo era un patriarca, tenía que saber lo que ocurría en cada casa, y eso a menudo era incómodo para las respectiva­s familias. Mi hermana y yo vivíamos con él en la casa grande. Nos mandaron cuando nacieron mis hermanos. Yo tenía cinco años.

Años después se casó con su profesor.

Fui la tercera esposa de Augusto Monterroso, era 26 años mayor que yo. Para un trabajo de Psicología escribí un relato con un sueño de mi diario. Al profesor le gustó y se lo dio al jefe de redacción de un periódico que lo publicó. Fue el primero de unos cuantos.

Usted es hija de periodista.

Ha marcado mi vida y mi carácter. Tenía ese instinto. Recuerdo un encuentro, esencial para mí, que me ocurrió a los diez años.

Cuénteme.

Vi a un joven haciendo una construcci­ón con arena en la playa de Acapulco. Ahora lo llamaríamo­s hippy o vagabundo, pero en 1957 era un ser extraño.Llevaba el pelo muy largo y un morral del que asomaban periódicos y libros. Me acerqué y le pregunté: “¿Qué haces?”.

¿De dónde era? Era de habla inglesa, pero me contestó en español: “Estoy haciendo una caminotera (me encantó esa palabra). Soy escritor”, y decidí entonces, mientras mi madre me llamaba a gritos, que yo quería ser eso, quería ser escritora y caminar el mundo.

¿Cómo acabó en el taller de Monterroso?

Aquel profesor de Psicología me lo aconsejó y me regaló un libro suyo, La oveja negra, que me deslumbró. Tenía 23 años. En cuanto entré en su clase me enamoré de él.

Le debía ver muy mayor.

Nunca me di cuenta, me lo decían los demás. Bajo el brazo siempre llevaba un libro suyo,

Obras completas de Augusto Monterroso ,yera muy delgado, yo no entendía nada, pero resulta que es uno de sus cuentos, y eso me encantó.

¿Su amor fue un escándalo?

Sí, pero se hizo amigo de mi padre, que ablandó a mi madre. Y ya casados, un día fui a ver a mi abuelo, lo encontré sentado bajo un árbol con su bastón. “¿Y Tito?”, me preguntó. “Trabajando, papá”, le respondí. “Aquí tú no entres sin él”. Ya ve, primero no lo querían y luego no me querían a mí sin él.

¿Llamaba papá a su abuelo?

Sí. Era una familia extraña en la que Monterroso encajó perfectame­nte. Todos le adoraban.

¿Y eso le empequeñec­ió a usted?

Eso ha señalado mucha gente. Yo no me daba cuenta ni de la diferencia de edad ni de ese peso del que mucha gente me hablaba, porque yo creía que la gente era pensante.

¿Pensante?

Sí, capaces de pensar antes de juzgar. Si alguien del mundo de la cultura me decía: “Ese libro te lo escribió Tito”, yo sabía que no me había leído y tampoco había leído a Tito, porque éramos diametralm­ente diferentes como escritores y como personas.

¿Cómo se sentía usted?

Pronto comprendí que él era la figura y que a mí no se me reconocerí­a. Pero era feliz, tomaba notas para mi diario en aquellos encuentros de gente interesant­e. Me llamaban la muda.

Eso demuestra mucha fortaleza.

Publiqué varios libros, y lo que decía la gente era hiriente, lo es, pero no me duele. Por otro lado había un matrimonio del que éramos muy amigos, inseparabl­es, Vicente Rojo y Albita, y con ellos las cosas eran de otra manera. Al mes exacto de morir Albita, murió Monterroso.

Y los viudos se casaron...

Siempre fuimos tímidos, callados, reservados... Se fueron los dos sociables y los dos huraños nos casamos. Es curioso pero bello. Hasta cierto punto fue como seguir juntos los cuatros.

¿De qué siente orgullosa?

De poder escribir mis libros les vaya como les vaya. Cada vez me importa menos la crítica y la difusión, lo que me interesa es escribir y terminar bien. Tengo dos o tres libros inéditos que no tengo la ilusión de ver publicados pero sí la intención de dejarlos listos.

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