Trump va a Hanói en pos del Nobel
El presidente estadounidense se cita en Vietnam con el dictador norcoreano Kim para intentar sellar la paz
Cuando su país se hallaba en un largo y trágico conflicto bélico con Vietnam, Donald Trump alegó espolones en los pies para escaquearse de hacer ese viaje al infierno. Era joven y rico, hijo de un padre adinerado, y el precio del honor podía salirle muy caro. Se quedó en Nueva York, donde luego luchó contra lo que él denominó su “particular Vietnam”, su tarea para esquivar el sida dada su alardeada promiscuidad.
Pasadas cinco décadas, Trump, ahora investido como presidente de Estados Unidos, viaja esta semana a Hanói para alcanzar la gloria como el gran pacificador de la península de Corea. Ya se ve como firme candidato al Nobel de la Paz, premio del que se considera más que merecedor. Que lo luzca Obama, el antecesor al que maltrató con sus ataques racistas, menoscaba su ego.
Trump se reunirá de nuevo este miércoles y jueves con el dictador norcoreano Kim Jong Un, en una secuela de aquel primer apretón de manos del junio del 2018 en Singapur. En esta visita a la capital del antiguo enemigo, el presidente, obsesionado con su proyección y cercado por problemas internos, busca encumbrarse en su personalismo. Sus colaboradores en la Casa Blanca temen, sin embargo, que esta reunión sea perjudicial para la seguridad nacional por la capacidad de Kim para torear las circunstancias, sin que conste ningún compromiso.
En una comparecencia en el capitolio este enero, Dan Coats, director de la Inteligencia Nacional, afirmó que “es poco probable que alguna vez acepte (Kim) renunciar a su arsenal nuclear”. Esta frase es uno de los elementos clave del desencanto de Trump con Coats, hasta el punto de que The Washington Post avanzó su intención de sustituirlo.
“El presidente Donald Trump y el líder Kim Jong Un pueden considerar este segundo encuentro como una afirmación mutua de fuerza, en el que Trump ofrece a Kim una mayor legitimidad internacional de su poder y Kim alimentará el punto de vista de que Trump es el único que tiene suficiente coraje para llevar la paz a la península de Corea”, señaló Scott Snyder, del Council on Foreign Relations. “Aunque los dos mandatarios deseen resaltar sus logros, el resultado de la reunión vendrá determinado más por la habilidad de cada lado de responder a las debilidades del otro que por proyectar fuerza”, añadió.
Existe una idea general de que el encuentro de Singapur no dio más fruto que aquel abrazo, sin que consten avances en el proceso de desmontaje del poder nuclear de Pyongyang. Al regresar entonces a Washington, Trump aseguró que “los estadounidenses pueden dormir tranquilos”. Pero el pasado miércoles subrayó que “no hay prisas” en la desnuclearización, ni en el calendario. Lo dijo exhibiendo su emoción por citarse otra vez con Kim –“tenemos una magnífica relación”–, quien en estos meses, y después de cruzarse insultos previamente, le ha remitido “bonitas cartas”.
Muchos de sus consejeros en el gobierno no experimentan esa misma excitación. Dudan que este cara a cara produzca resultados palpables y les preocupa que el presidente declare su victoria en el escenario global, ofreciendo grandes concesiones por vacías promesas de desnuclearización.
El desarme continúa siendo “el objetivo primordial”, señalaron cargos de la Administración en conferencia de prensa el pasado jueves. “No sé si Corea del Norte ha hecho ya la elección de la desnuclearización”, reconoció de manera remarcable uno de esos portavoces. “La razón por la que estamos trabajando es porque creemos que existe una posibilidad de que ese país haga esa elección”, precisó.
Uno de los potenciales resultados de Hanói, según estas fuentes, es una declaración formal de paz en la guerra de Corea, suspendida por un armisticio desde 1953, con un compromiso de Kim de desmantelar una serie de enclaves que almacenan misiles nucleares. Esa firma de la paz es algo ansiado por Corea del Norte por ser una vía de romper el aislamiento y de incrementar la presión para que se levanten las sanciones económicas que están ahogando a la población.
La preocupación es que este asunto podría acelerar la retirada de tropas estadounidenses de Corea del Sur, cosa por la que Donald Trump ha mostrado disposición dado el gasto que supone mantener el destacamento de 28.500 efectivos.
Esta decisión, ansiada por China para reforzar su dominación en el territorio, también agrada al gobierno progresista de Seúl, aunque a otras fuerzas de ese país les traumatiza. El Korea Herald, uno de los diarios líderes en el sur, acusó a Trump en un editorial de “utilizar la crisis nuclear de Corea del Norte para alimentar su codicia por el Nobel de la Paz”. Este diario remarcó que la “confabulación” de Hanói “puede acabar deviniendo una actuación geopolítica para deslumbrar al comité del Nobel”, a costa de recortar la protección del sur.
Su ambición no sólo se manifestó al comprometer al primer ministro de Japón, Shinzo Abe, que según Trump le ha nominado para esa distinción, sino que además repite a
El presidente, que logró evitar ir a la guerra de Vietnam, ahora va a colgarse medallas, pero sin acuerdos claros
En Corea del Sur temen que el ansia por el premio haga que su país quede desprotegido
cada momento que Obama le advirtió, antes de cederle el mando, que había estado a punto de entrar en guerra con Corea del Norte. El anterior presidente no ha abierto la boca, pero sus colaboradores han dicho una y otra vez que jamás hubo preparativo alguno para afrontar tal situación, ni remotamente.
No es que un tratado de paz y el desmantelamiento sean malos resultados. Sucede que dentro de la Administración Trump hay muchos escépticos. Entre estos figuran el predecible John Bolton, consejero de seguridad nacional y halcón de toda la vida respecto a Corea del Norte. Pero también está el inesperado Mike Pompeo, secretario de Estado y el gran puente de comunicación entre Washington y Pyongyang. Hace unos días, en la NBC le preguntaron si atisbaba algún compromiso. Su respuesta fue escueta: “No”. Insistió en que, pese a la falta de progreso, debía seguir la negociación. No ocultó su preocupación de que su jefe “sea superado por la maniobra”.
La iniciativa para este segundo encuentro surge de Trump, un presidente forjado en la telerrealidad sabedor de la enorme cobertura mediática que producirá su estancia en Vietnam. Sus asesores no lo recomendaron.
“Los meses desde el encuentro de Singapur –matizó Snyder– se han caracterizado más por el estancamiento que por el progreso, lo que alimenta la especulación de que Trump está buscando la foto oportunidad, que ha sobrevalorado sus avances con Kim y que trata de distraer de las difi-cultades políticas domésticas”.
Como en Oriente el día empieza antes, Trump se podrá colgar el miércoles las medallas que la guerra a la que no quiso ir le denegó. Pero pasadas unas horas, el abogado Michael Cohen, el ex reparador de los destrozos del presidente, declarará ese mismo miércoles en el Capitolio. Dicen que Cohen, que en mayo ingresará en la cárcel para cumplir condena por sus trapicheos trabajando para Trump, piensa confesar cosas muy jugosas, en directo por televisión, aunque poco agradables para el hombre por el que, en otra época, había estado dispuesto a recibir una bala.