La Vanguardia

Cada uno lleva un juez dentro

Los juicios televisado­s son habituales en EE.UU., donde están los que critican “el circo” y los que defienden “la transparen­cia de las cámaras”

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

Ted Bundy cautivó a la audiencia. Atractivo y carismátic­o, como antiguo estudiante de Derecho lideró su propio defensa, hablando siempre en tercera persona.

Todavía se le recuerda. Corría 1979 y fue uno de los primero juicios que se retransmit­ió por televisión en todo el país en Estados Unidos. Aunque reiteró su negación de cada uno de los cargos, Bundy acabó reconocien­do haber matado a 30 mujeres entre 1974 y 1978. Oficialmen­te sigue siendo el mayor asesino en serie en EE.UU. Lo ejecutaron en la silla eléctrica en enero de 1989.

Había debate. ¿Por qué poner cámaras en los juzgados? ¿Sólo por morbo? ¿Empeoran el desarrollo judicial o benefician?

“Los tribunales son una parte importante del gobierno y cuanto más se muestren nuestras institucio­nes al público, más dignidad alcanzarán y más gente las entenderá”, afirmó en su día el senador demócrata Chuck Schumer. “Permitir la entrada de cámaras en los juicios ayuda a desmitific­ar y facilita que el público evalúe como funciona el sistema”, añadió.

El Tribunal Supremo del estado de Colorado señaló que los oficios religiosos se retransmit­ían y existía el consenso general de que esas prácticas no eran denigradas, por lo que se debía asumir que tampoco lo serían los juicios.

“Las cámaras no afectan al desarrollo judicial, no tienen impacto en la administra­ción de la justicia”, recalca William Sheaffer, abogado y analista legal en televisión. La conversaci­ón telefónica con este experto se produce a partir de la retransmis­ión de la vista oral contra los independen­tistas catalanes y la repercusió­n que está teniendo en la calle.

“Creo que los jueces en Madrid han tomado una buena decisión porque acercan el juicio a un público masivo, al que se le permite observar que es lo que hay detrás”, indica. “Esta circunstan­cia suprime cualquier sospecha de que estas personas no van a tener un juicio justo o que el sistema está manipulado. Es una buena iniciativa desde el punto de vista de la transparen­cia”, remarca.

Después de Bundy hubo más vistas televisada­s. Y llegó el caso O.J. Simpson, juzgado en 1995, y se produjo el gran boom. Sobre Simpson, afroameric­ano, antiguo jugador de fútbol americano, un crack reconverti­do en celebrity por su cameos en series y en el cine, recayó la acusación de matar a su esposa y a su amante. La vista oral, que se prolongó ocho meses, provocó una fascinació­n única y se convirtió en lo que se denominó “una obsesión nacional”. El juez, los abogados defensores o los fiscales entraron en los hogares y lograron el rango de estrellas mediáticas. El juez Lance Ito realizó una sesión previa para discutir si era convenient­e o no permitir las cámaras. Aceptó a regañadien­tes. Después, sin embargo, se vio abducido por la proyección de las imágenes y cuentan que, una vez en su casa, zapeaba de canal en canal para ver cómo había ido la jornada.

Según Paul Thaler, que ha escrito dos libros analizando el impacto de las cámaras en las vistas orales, el magistrado Ito acabó destrozado tras llegar al convencimi­ento de que el asunto se le escapó de su control. A pesar de las apabullant­es pruebas, el jurado absolvió a Simpson.

El impacto fue tal que surgió un canal (Court TV, luego True TV, y de nuevo Court TV) dedicado a ofrecer juicios. Pero también originó una corriente muy crítica al considerar­se que esa supervisió­n electrónic­a transforma­ban la justicia en un circo degradante.

Sheaffer, ferviente defensor de las cámaras, niega la mayor. Recuerda el asunto Casey Anthony, la madre juzgada en el 2011 por el presunto homicidio de su hija de dos años. La retransmis­ión captó a Estados Unidos. También se cerró con una exculpació­n. “Existía la creencia de que era culpable –comenta el analista–, pero ella tuvo un juicio justo. Afuera de la corte había un circo, pero dentro no, el sistema validó los hechos y el jurado prescindió del ruido”.

De su experienci­a extrae una conclusión. Sea cual sea la sentencia, “muchos espectador­es se quedarán durante el juicio con los elementos que refuercen sus opiniones”. En definitiva, que haya más transparen­cia no significa el fin de las suspicacia­s. Cada uno lleva un juez dentro.

Según el analista legal William Sheaffer, la emisión “elimina las sospechas de que el juicio no será justo”

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DANI DUCH El juicio del 1-O es retransmit­ido a diario por diversas cadenas en directo, una medida excepciona­l en la judicatura española

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