La decepción de las víctimas
FRANCISCO cerró anteayer domingo el excepcional encuentro que, bajo el lema “La protección de los menores en la Iglesia”, se ha celebrado durante cuatro días en el Vaticano. Lo hizo con un discurso en el que admitió que los abusos sexuales a menores en el seno de la Iglesia habían sido históricamente infravalorados y encubiertos. Y aseguró que la Iglesia haría en adelante todo lo necesario para llevar ante la justicia a quien incurriera en este tipo de delitos. Pero no detalló medidas específicas ni atendió a viejas peticiones de las víctimas, como la reforma de la ley canónica para que se expulse del sacerdocio a abusadores y encubridores. Lo cual causó decepción entre las muchas víctimas que estos días se han reunido en Roma, también entre las que han seguido el encuentro desde sus domicilios, y que, simplemente, esperaban más. En particular después de que el Papa, al iniciarse la reunión, afirmara que no bastaba ya con “simples y obvias condenas” contra la pederastia, y que era obligado llegar a un mayor compromiso acerca de las iniciativas que el Vaticano piensa tomar para que los abusos no se repitan.
La reacción de las víctimas no se ha hecho esperar. La impresión dominante entre ellas era que los 190 jerarcas eclesiales reunidos en Roma la semana pasada no habían implementado las directrices que les permitirían un cambio de rumbo en sus políticas relativas a los abusos. Y que no era suficiente afirmar que las leyes son transparentes y que el propósito de las autoridades vaticanas es trabajar para que se cumplan.
Cierto es, según la Iglesia, que la reunión de la semana pasada tendrá continuidad; que será a partir de ahora cuando se definirán las medidas adecuadas para luchar contra la pederastia. Pero eso no resulta satisfactorio para quienes han sufrido años en silencio y soledad, sin atreverse a revelar sus turbadoras experiencias, que en muchos casos han supuesto para ellos una carga vital poco menos que insoportable.
No hay motivos para dudar de esta voluntad de enmienda expuesta por Francisco en nombre de la Iglesia. Pero la curia debe darse cuenta de que el factor tiempo no es en este caso menor. Hace ya demasiados años que los abusos se vienen produciendo, tanto en los niveles inferiores de la Iglesia como entre algunos de sus más altos representantes. Y este parece el momento adecuado para actuar con decisión. Todo lo que no sea una respuesta diligente, tangible y ejemplarizante parece imprudente. La Iglesia debe ser consciente de ello. Y debe actuar sin demora y con toda la energía para que la infamia de los abusos sea erradicada.