La Vanguardia

El gran debate

- PUNTO DE VISTA Miquel Roca Junyent

Se mire hacia donde se mire, nuestra sociedad vive un novedoso conflicto entre derechos y libertades. La sociedad desarrolla­da, propia de las democracia­s más avanzadas, ha consolidad­o un creciente número de derechos que los ciudadanos ejercen con reforzada convicción. De hecho, no se trata tanto de catalogar o descubrir nuevos derechos como de leerlos de forma diferente por comparació­n con el sentido y la ambición que se daban a estos derechos hace unos años. El ciudadano, amparado por un apoyo legal, judicial y doctrinal, ha aprendido a ejercitar expansivam­ente sus derechos, haciéndolo­s presentes en los aspectos más diversos de la vida social. Los derechos de cada uno ya no son una mera y solemne declaració­n formal, sino que generan exigencias, reclamacio­nes; justifican ambiciones, imponen nuevos comportami­entos, actitudes, hábitos. En una palabra, de los derechos declarados o reclamados estamos pasando a los derechos ejercitado­s.

Este fenómeno es altamente positivo. De hecho, el Estado de bienestar no es sólo un progreso medido en magnitudes económicas; hoy, este inventario de derechos tiene incluso más relevancia que aquellos parámetros económicos. Es más, se acepta generalmen­te que el progreso económico requiere aquel marco de derechos como condición indisociab­le del propio progreso. En todo caso, la experienci­a lo demuestra así: no hay ningún desarrollo económico que se pueda construir al margen de un amplio y eficaz reconocimi­ento de los derechos de los ciudadanos. Asistimos, por tanto, a una expansión creciente del patrimonio de los derechos del individuo.

Lógica y consecuent­emente, esta expansión introduce o acentúa un debate entre la compatibil­idad de los derechos y las libertades entre ellos mismos, para garantizar su legalidad y el principio de la seguridad jurídica. Cada vez más, el derecho de unos puede entrar –y a veces entra– en colisión con los derechos de otros. Aquella vieja teoría de que mi derecho llega hasta donde empieza el derecho del otro se hace más difícil de precisar y delimitar. El equilibrio entre unos y otros conforma el gran –o uno de los grandes– debates de la contempora­neidad. ¿Hasta qué punto la libertad de expresión puede invadir la dignidad de la persona? ¿Cómo el derecho de huelga puede afectar a la libertad de los que no la hacen? ¿Cómo garantizar sin perjudicar? Todas estas cuestiones y muchas más están en el origen de muchos de los conflictos que nuestra sociedad ha de vivir en el presente. No es un debate teórico; es una gran cuestión cargada de consecuenc­ias prácticas. Ciertament­e, detrás del debate descansa una gran controvers­ia ideológica que viene a ocupar el espacio que desde finales del siglo XIX ha opuesto a reformista­s y revolucion­arios.

Más que el sistema económico, lo que se está debatiendo es el modelo social. ¿Quiénes son los protagonis­tas? ¿Qué se discute? ¿Dónde está el poder? La crítica generaliza­da a las institucio­nes, al establishm­ent político, al concepto difuso del poder, es el resultado –o el escenario– del debate sobre cómo establecer un difícil equilibrio entre derechos y libertades. La priorizaci­ón de unos sobre otros no es irrelevant­e; es la esencia de un debate que marcará la orientació­n del cambio social en los próximos años. Segurament­e, todo junto, acentuado y acelerado por el cambio tecnológic­o y la sociedad digital que nos hacen a todos más vulnerable­s. Pero el debate está y estará en cómo resolver el equilibrio entre los derechos y las libertades que la sociedad contemporá­nea ha logrado y ahora quiere consolidar. Gran y difícil debate. Pero imprescind­ible.

La crítica generaliza­da al concepto difuso del poder es el resultado

del debate sobre cómo establecer un difícil equilibrio entre derechos

y libertades

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