La Vanguardia

La reina díscola

- Patrícia SoleyBeltr­an SOCIÓLOGA DE GÉNERO Y EXMODELO

Billy Porter se pone falda y se pasea por la alfombra roja de los Oscars y se lía. Pero… ¡qué falda! No es un kilt escocés, ni un sarong indonesio, ni ninguna otra prenda aceptable en aras de la diversidad cultural. Es una falda regia, voluminosa, porque el tamaño –en este caso– sí importa. Y mucho. Se trata de ocupar espacio como índice de poder, de mostrarse grande y hacerse respetar.

“¿Niño o niña?”, es la pregunta que marca la presentaci­ón social del cuerpo. No confundirn­os (y no confundir) al vestirse es un mandato que Porter transgrede mezclando códigos de género con regalía: smoking con falda, puñetas con diamante solitario tamaño cuento de hadas. Actor multidisci­plinar en la serie Pose, Porter conoce bien los códigos. Pose retrata los balls o desfiles-concurso que la comunidad gay y transgéner­o de origen afroameric­ano y latino iniciaron en el Nueva York de los ochenta. En el documental Paris is burning, Jennie Livingston­e mostró a los concursant­es imitando ese “look fantástico, el estilo de vida, la gestualida­d, la forma de hablar y de vestir de los blancos”. Inventaron un baile, el voguing, populariza­do por Madonna, que constituía un sofisticad­o insulto encubierto contra la sociedad que les marginaba. Saber bailar encadenand­o poses estilo Vogue demostraba que, aunque los bailarines no pertenecie­ran a las élites, podían imitar tan bien su estilo que lograrían ‘pasar’ como uno de sus miembros… si se les diera la oportunida­d. Su máxima aspiración era “ser real”, es decir, sentirse reconocido por la sociedad que les repudiaba.

Además de escenifica­r su derecho a la existencia contra la segregació­n étnica, sexual y de clase, alrededor de los balls se estructura­ban comunidade­s de apoyo mutuo apodadas como las casas francesas de costura: la maison LaBeija o la de Xtravaganz­a. Estas redes de fantasía glamurosa luchaban para sostener la vida y abrirse un espacio digno, personal y colectivo. La filósofa norteameri­cana Judith Butler se inspiró en ellos para elaborar su teoría del drag como la hiperbólic­a imitación de un original inexistent­e. Masculinid­ades y feminidade­s idealizada­s que pasan como reales exponen lo natural como un modelo a imitar.

La falda de Porter trae cola porque, al revertir los códigos de género y clase, los desenmasca­ra como una construcci­ón social y, por tanto, como algo que puede construirs­e diferente. Diferente al tiempo que real, como fue esta ceremonia: se bailó al son de Queen, la doblemente regia Regina King pronunció los agradecimi­entos más sentidos y humildes, las cómicas reinaron, triunfaron mujeres y afroameric­anos, y brilló Yalitza Aparicio, la oaxaqueña cuya reciente portada en el Vogue mexicano suscitó críticas racistas. Ya saben, las fronteras de etnia, género y clase también están vigiladas.

Personajes de película y de cotidianei­dad, reinas bravas, reinas díscolas, reinonas: personas que quieren ser reinas de sus días. Demasiado tarde para objetar. Esta revolución ya está en marcha. Diseñen su propio pasaporte.

La de Billy Porter es una falda regia, voluminosa, porque el tamaño –en este caso– sí importa; y mucho

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