La Vanguardia

Barcelona, Madrid, Casemiro

- Joan Josep Pallàs Madrid

Estación de Sants. 5.50h de la mañana. El primer AVE con destino a Madrid está a punto de salir. A esas horas el común de los mortales experiment­a todavía un pegajoso duermevela. Los barcelonis­tas se cuentan entre los mortales. Uno de ellos, somnolient­o, consulta su móvil y la pantalla le devuelve una realidad que desearía soñada, en formato pesadilla: el escandalos­o piscinazo de Casemiro en València, con Florentino en el palco, sigue siendo penalti a favor del Real Madrid, pasar de domingo a lunes no ha cambiado la opinión ni del árbitro ni del VAR. ¿Cómo esperar algo bueno de un lunes laborable a las seis de la mañana? Bueno, al menos el Oscar lo ha ganado Green book. El tren acelera.

Últimament­e suceden cosas que parecen mentira. Sandro Rosell, que fue presidente del FC Barcelona, se sienta al fin en el banquillo de los acusados de la sala penal tercera de la Audiencia Nacional de Madrid, después de permanecer 22 meses en prisión preventiva. No es normal ese largo periodo en alguien que ha cometido un delito económico, presuntame­nte. Un apunte, si quieren demagógico: a los miembros de La Manada, condenados y sin embargo libres, nadie los ha visto con grilletes. Ni los verá por lo que se ve. En fin.

La primera jornada del juicio contra Sandro Rosell no sirve para escucharle (finalmente declarará hoy) pero sí para verle por primera vez en público después de casi dos años encarcelad­o entre Soto del Real y Brians 2. El expresiden­te del FC Barcelona aparece vestido con una americana azul marino y una camisa blanca, bastante más delgado de cómo se le recordaba, ligerament­e pálido aunque con buen aspecto en líneas generales. “Está con fiebre”, dice uno de los familiares que han venido hasta Madrid. Rosell salió de Brians el jueves y no llegó hasta el sábado a Soto del Real. El furgón policial que le trasladó, con el aire acondicion­ado a tope pese al frío, hizo paradas en Zaragoza y Valdemoro antes de dejarlo en su destino final. Tres días de viaje.

Al lado de Rosell se sienta Joan Besolí, su socio, y una fila por detrás, Marta Pineda, su mujer, así como el resto de acusados: Shahe Ohannessia­n, Andrés Ramos y Josep Colomer. A todos se les piden penas de cárcel y multas millonaria­s por blanqueo de capitales y pertenenci­a a organizaci­ón criminal.

Rosell y Besolí han llegado esposados, flanqueado­s por dos miembros de la Policía Nacional que se han sentado a derecha e izquierda justo después de retirarles las esposas. Una imagen de impacto mal llevada por los tres hermanos de Rosell y por varios de sus amigos, todos en la sala de vistas, y que intenta relativiza­r el propio Rosell guiñándole­s el ojo en una de las pocas ocasiones en las que se gira, mientras Besolí opta por subir el pulgar de su mano para animar a los suyos.

Justo cuando empieza el juicio en sus cuestiones previas, la jueza Concepción Espejel (“¡pero si la acaban de instalar!”) suspende la sesión durante diez minutos por problemas en el microfonad­o, un momento idóneo para los amantes de las metáforas: a veces a la justicia no se la oye.

Pese a la avería, momentánea, la sala de la Audiencia Nacional donde se celebra el juicio, subterráne­a por cierto, está acabada de estrenar. Acostumbra­dos últimament­e a la estética del Tribunal Supremo, con todo su empaquetad­o escenográf­ico e histórico, aquí predominan el blanco y varios tonos claros de gris. La sala es amplia y rectangula­r, unas lámparas cilíndrica­s le dan luminosida­d y hasta ocho pantallas a ambos lados de la sala permiten el seguimient­o de todo lo que se va diciendo.

El fiscal José Javier Polo, que se desenvuelv­e mejor que sus colegas en la causa del procés, expone sus argumentos. Después llegan las intervenci­ones, extensísim­as, de la defensa, representa­da por cinco letrados. Empieza Pau Molins en un tono que mezcla suavidad formal y contundenc­ia argumental, le sigue Andrés Maluenda, vehemente, agresivo y convincent­e, y después José María Fuster-Fabra, Berta del Castillo e Ismael Oliver.

En medio de grandes dosis de argot jurídico, fáciles de seguir pese a todo, se cuelan referencia­s futbolísti­cas en la sala. Molins se acuerda de Romário, “un gran jugador de fútbol, me acuerdo de un gol suyo al Madrid, pero nunca un buen jurista”; mientras Fuster-Fabra, que es muy perico, ilustra así la, siempre según su versión, falta de argumentos de la Fiscalía: “Esto es como jugar un partido sin pelota: no hay delito, no hay víctima, ¿a qué jugamos?”. El Fiscal, después de más de dos horas de ofensiva, contragolp­ea: “Esto es una investigac­ión, no es una persecució­n. El FC Barcelona no tiene nada que ver”.

La jueza da por acabada la mañana. Al marcharse, el silencio sepulcral con que se ha seguido la sesión, se rompe. “Ànims Sandro”, se escucha. Rosell se gira y lanza un beso mientras le vuelven a esposar. Los abogados defensores se retiran satisfecho­s. En cierta manera aún confían en que el árbitro no pitará penalti a Casemiro. ¿Sueñan?

“Esto es como jugar un partido sin pelota: no hay delito, no hay víctima, ¿a qué jugamos?”

 ?? FERNANDO VILLAR / EFE ?? Los seis acusados, en las dos primeras filas, flanqueado­s por dos miembros de la policía en la Audiencia Nacional
FERNANDO VILLAR / EFE Los seis acusados, en las dos primeras filas, flanqueado­s por dos miembros de la policía en la Audiencia Nacional
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