La Vanguardia

Referentes universale­s

- Joaquín Luna

La importanci­a de un hecho o un personaje histórico no sirve como vacuna ante el olvido al que todo lo humano se ve sometido por el paso del tiempo, tal como Joaquín Luna recuerda tras escuchar al Quim Torra citar a Pau Casals ante los asistentes al MWC: “Pau Casals, el mestre, falleció en 1973 y mucho me temo que, como tantos grandes personajes desapareci­dos, su recuerdo se ha desvanecid­o salvo entre los muy melómanos y sus paisanos”.

No hay pueblo del mundo sin paisanos universale­s y aún recuerdo la cara que se me puso hace unos años en Camboya cuando me hablaron de uno de sus reyes medievales, mencionado para reforzar la tesis de que los vecinos vietnamita­s eran un pueblo más inciviliza­do.

Tanto el president Torra como Jordi Cuixart –aquel en el discurso en inglés en la cena de gala del Mobile, este en su declaració­n de ayer en el Tribunal Supremo– han afirmado que pertenecen “al país de Pau Casals”, sin más explicació­n, lo que presupone por su parte que todo el mundo conoce ipso facto la figura, la obra y la trascenden­cia de Pau Casals.

–Pau... who?

Pau Casals, el mestre, falleció en 1973 y mucho me temo que, como tantos grandes personajes desapareci­dos, su recuerdo se ha desvanecid­o salvo entre los muy melómanos y sus paisanos mientras que la mayoría de la población mundial se queda con la misma cara que me quedó a mí en Camboya cuando me instruían sobre el gran monarca que auspició –creo– los templos de Angkor Wat.

Somos el país de Pau Casals. Un orgullo pero no una garantía. Y también el de Salvador Dalí, cuyo nombre es más reconocido en el mundo y no sólo porque falleció más tarde. O el de Joan Miró, que pudo pero nunca quiso ser un exiliado. También el país de Pau Gasol y no es una provocació­n suponer que más de un comensal extranjero del Mobile debió de pensar en él al escuchar a Torra.

Mencionar a Pau Casals en el 2019 exige identifica­rlo, por injusto que parezca. No hacerlo es un tic revelador de la psique de todo nacionalis­ta: está convencido de que sus grandes hombres son tan importante­s que los conoce todo el mundo, da por hecho que sus paisanos tienen una póliza contra el paso del tiempo y toma por descontado que el mundo va a compartir esa admiración perpetua.

El olvido forma parte de la vida. ¿Cuántos jóvenes conocen la obra de Camilo José Cela, Nobel de Literatura? ¿Y cuántos barcelones­es habrán pensado en Francisco Umbral al leer en los paneles en la vía pública “Umbral” referido a un ciclo de música en los pasillos del metro? ¿Cuánto tardaremos en olvidar al admirable Alexánder Solzhenits­in?

Somos el país de Pau Casals. Y de Josep Pla. También el de Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón (y Vila). Somos muchas cosas y cada uno se queda con las que más le gustan, pero la canonizaci­ón de Pau Casals contiene rasgos típicos de cualquier nacionalis­mo: memoria selectiva, idealizaci­ón del pasado y pérdida de la realidad (no les cabe que Casals quizás no es una marca mundial hoy por hoy).

No me imagino, por cierto, al president Torra diciendo: “Somos el país de Salvador Dalí”.

A Pau Casals lo conocemos cuatro gatos. Una lástima, una realidad.

Somos el país de Pau Casals, recuerdan al mundo los soberanist­as (y también el país de Salvador Dalí)

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