Primer bombardeo de la aviación india a Pakistán en casi medio siglo
Nueva Delhi habla de 300 terroristas muertos e Islamabad de un civil herido
Ha estallado la guerra, de mentiras, entre India y Pakistán. Cuando una potencia nuclear viola el espacio aéreo de otra potencia nuclear para bombardearla, es como para ponerse a temblar. Precisamente eso ocurrió en la madrugada de ayer a cargo de entre ocho y doce cazas de la Fuerza Aérea India, con la disputa de Cachemira de fondo. Sin embargo, el parte de guerra oficioso de uno y otro bando es tan disparatadamente distinto que, más que una escalada bélica, parece una escalada propagandística, a dos meses de las elecciones.
“Trescientos terroristas muertos”, repiten las cabeceras indias más leídas y los noticiarios más vistos. “Ningún daño material y mucho menos ningún muerto, solo un civil herido por cristales rotos”, rezan fuentes, esta vez oficiales, pakistaníes.
El propio Ministerio de Exteriores indio reivindica haber infligido “numerosas bajas” en “un campamento de la organización terrorista Jaish-e-Mohammed (JeM)”, que reivindicó, hace trece días, la matanza de más de cuarenta policías antidisturbios en la Cachemira india. Lo aseguraba ayer, sin turno de preguntas, el secretario de Exteriores, Vijay Gokhale, que calificó la operación como “un ataque preventivo contra un objetivo no militar”.
Sin embargo, el relato pakistaní y algunas fuentes sobre el terreno daban una versión muy distinta. Según esta, dos incursiones aéreas indias habrían sido repelidas y la tercera apenas habría permanecido cuatro minutos más allá de la línea de control, antes de ser confrontada por los F-16 pakistaníes. En su huida, los Mirage 2000 indios habrían lanzado cuatro proyectiles, que habrían caído “en medio de la nada”.
Gokhale habría aducido “inteligencia acerca de ataques suicidas inminentes”, pero parece que la mayor urgencia era aplacar la sed de venganza. Ayer hubo gente que salió a la calle en varias ciudades indias para manifestar su júbilo por una operación magnificada por los patrioteros medios indios. En realidad, un conato de bombardeo tan quirúrgico que, a juzgar por los pakistaníes, dolió menos que una inyección.
Sin embargo, Islamabad se escudó en el mal tiempo para no permitir el acceso de los corresponsales a la zona cero. Los periodistas locales que se aproximaron a Balakot, a tres horas de la capital y cerca de Abbotabad –el último refugio de Bin Laden– sí que lograron hablar con los vecinos. Estos dijeron haber oído cuatro explosiones en las colinas –una en una casa– a un kilómetro de la escuela coránica antes usada como tapadera de JeM.
Sea como fuere, la aviación de India nunca había penetrado en Pakistán desde que ambos países se convirtieron en potencias nucleares. La última vez fue en 1971. De ahí que el premier pakistaní, Imran Jan, haya dicho que su país responderá a esta violación y agresión “en el momento y lugar que considere oportunos”. El ejército prometió “sorpresas”.
Aun así, la versión de Islamabad minimiza el suceso, seguramente para evitar mayores críticas en casa, y sugiere que la aviación india habría traspasado la línea de control, pero no la frontera internacional, para luego contradecirse al asegurar que habrían soltado sus bombas –que cayeron a cincuenta kilómetros de India– hostigados por los cazas pakistaníes. En total habrían permanecido cuatro minutos en el espacio aéreo pakistaní.
El problema de Cachemira no se va a solucionar en el aire, sino a ras de suelo. El quebradero de cabeza para India es que el terrorista suicida de JeM en Pulwama, Cachemira, era un chico del mismo pueblo. No un infiltrado pakistaní. Peor aún, la mano dura de India desde el acceso de Modi ha contribuido a exacerbar un problema que llevaba trece años perdiendo gas. Desde entonces, India tiene una intifada entre las manos. El uso de perdigones por parte de los antidisturbios ha dejado ciegos a más de cien jóvenes cachemires en dos años y ha dejado tuertos a setecientos más. Y ha nutrido las filas de los humillados. Cachemira es gobernada desde el palacio presidencial de Nueva Delhi por primera vez en 22 años.
Los tambores de guerra en Cachemira a pocos meses de unas elecciones no son nuevos. Ocurrió en el 2008, con el asalto terroristas a Bombay, y en 1999, con la miniguerra de Kargil. Para Narendra Modi, que tenía las de perder en abril ante una oposición unida, podría ser la salvación.
Incluso si India hubiera bombardeado con gaseosa, un precinto, el de la disuasión nuclear, lo es menos desde ayer. Y el día brindó otro mal augurio, con el abatimiento de un dron pakistaní en Gujarat.
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