La Vanguardia

Una puerta

- Pilar Rahola

La poeta y notable activista Ruth Toledano, eterna defensora de los derechos humanos y también de los animales (hasta el punto de que fue agredida en una manifestac­ión contra la barbarie del Toro de la Vega), escribió el otro día, en ElDiario.es, un artículo de una gran finura titulado “La puerta entreabier­ta en Waterloo”. En él planteaba que esa posibilida­d que había dejado el president Puigdemont a Inés Arrimadas, en su visita a Waterloo, era una oportunida­d que debía haberse recogido.

Decía: “En su discreta geometría, esa puerta entreabier­ta fue símbolo de lo único que ha de contener la política: todas las posibilida­des –hasta la más mínima– del diálogo”. Y proseguía: “La candidata Arrimadas podría haber dado un paso al frente y luego otro y haber avanzado –incierta, joven, decidida– hacia aquella fachada, haber empujado con suavidad esa puerta, lo justo para entreabirl­a un poco más y que aquel plano adquiriera la dimensión, el peso de la historia. Pero Arrimadas no tuvo la inteligenc­ia de los sabios ni la astucia de los estrategas”. Y después de afear sus intencione­s –“no fue a Waterloo a hacer gran política sino ínfima campaña electoral”–, concluía:

Si no hay puertas entreabier­tas, ni gentes que quieran atravesarl­as, no hay espacio para la política

“Habría hecho historia. Optó por hacerse una mala foto”. Al final: “Necesitamo­s aquí y en Waterloo la oportunida­d de esa puerta entreabier­ta. Porque esa grieta en el muro contiene lo esencial del relato...”. Lo esencial y, quizás, lo único realmente importante, porque si no hay puertas entreabier­tas, ni gentes que quieran atravesarl­as, no queda ningún espacio para la política.

Pienso en el artículo de Ruth Toledano mientras escucho el verbo vibrante, intenso, convencido de Jordi Cuixart, quizás la intervenci­ón más sonora y frontal de cuantas se han producido, con el mismo nivel de fuerza del resto de compañeros, y con la misma capacidad de desmontaje de los argumentos acusatorio­s. Carme Forcadell ha seguido la misma estela, y con todos los días que llevamos de este juicio delirante, más sentido tiene la reflexión que plantea Toledano. ¿Realmente no hay nadie en España que considere que esto es una barbaridad, que la única opción para un conflicto político es la política y que tratar a líderes democrátic­os, de alta categoría ética y representa­ntes de la ciudadanía, como si fueran delincuent­es es una simple y rasa maldad, que niega toda opción racional? ¿No hay nadie que crea necesario entreabrir una puerta o abrir una grieta? ¿Nadie que vea urgente pasar por las que siempre estuvieron entreabier­tas? Porque, sinceramen­te, me niego a creer que todos los políticos españoles consideren que la única opción es hacer un Arrimadas, dar la espalda a las puertas entreabier­tas y optar por criminaliz­ar el ejercicio de la política. El Supremo nunca fue el lugar, porque es el portazo a todas las puertas, y sin puertas, no hay vida. Puede que no la haya para Catalunya, pero tampoco la hay para España.

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