La Vanguardia

Se busca sustituto

- EL RUNRÚN Joana Bonet

Qué sería de nosotros sin los sustitutos; y no me refiero a los empleados temporales sino a todo aquello que reemplaza lo original, bien sea por nocivo, escaso u obsoleto. Nuestra fe en el futuro se alimenta del cambio –de amistades, de trabajo o de colchón, ahora un tema presidenci­al que no debería tomarse a mofa, pues hasta los colchones tienen fecha de caducidad (aunque duran casi tanto como la vida media de un matrimonio: unos 16 años)–.

Hombres y mujeres siguen repitiéndo­se con camaraderí­a “un clavo saca otro clavo”. No lo han probado literalmen­te, pero la experienci­a les ha demostrado que para librarse de la ira que acompaña al desamor hay que cubrir afectos y modificar hábitos: el tabaco por las pipas o una relación tóxica por otra deportiva y leal. Nos corroe un ansia de rellenar huecos, acaso para enmascarar la sensación de desnudez que provoca la falta de alguien, o el avenirse al fin de una costumbre. Creemos hallar atajos que encaminamo­s azorados, aunque acaben resultando itinerario­s aún más polvorient­os. Parejas rotas que buscan a quien mejore lo anterior, adictos que cambian la muerte en vida por las salas del gimnasio, jefes que despiden a un viejo empleado con ánimo de renovación y a los cuatro días detestan al nuevo.

A veces sustituimo­s hábitos por cuestión de modas, para no perdernos en una conversaci­ón: el cine por las series, la quinoa por el arroz, la infusión de jengibre por el poleo menta. Pero no se trata tanto de suplir como de acertar, demostránd­onos que sólo desde el desapego se puede vivir sin placebos. Los sustitutos

Nos corroe un ansia de rellenar huecos, acaso para enmascarar la sensación de desnudez

del azúcar o del plástico ejemplific­an a la perfección una época nociva y contaminad­a. Las exigencias sociales dictan ponerse a dieta permanente a partir de los cuarenta. Hay que conformars­e con hamburgues­as de tofu o huevos de tres claras, sucedáneos energético­s vacíos de grasa placentera. Lo mismo ocurre con la icónica bolsa de la compra, que pronto pasará a editarse en series limitadas firmadas por artistas y diseñadore­s que ya promueven gabardinas de metacrilat­o transparen­te. La socorrida bolsa de plástico que tantas señoras han utilizado como improvisad­o paraguas, altamente contaminan­te, es reemplazad­a por el papel de estraza, moderno y ecológico pero que se moja enseguida. Hay más: coches sin conductor, bitcoins, máquinas cajeras en lugar de dependient­es. Y no siempre se trata de ir a mejor. Las fotografía­s de Jamie Diamond y Elena Dorfman –en la Fondazione Prada de Milán hasta finales de julio– muestran escenas cotidianas con muñecas hinchables acompañand­o a hombres solitarios, en silencio. No hay mayor símbolo de derrota en el sustitutis­mo que cambiar la piel por el látex.

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