La Vanguardia

Escándalo en diferido

- Llàtzer Moix

Como Belén Esteban en Sálvame, Santiago Sierra ha hallado en Arco un plató con mucha audiencia y, por tanto, un lucrativo filón que no parece dispuesto a dejar de explotar. En la edición del 2018 monopolizó ya la atención mediática con su pieza

Presos políticos en la España contemporá­nea, una colección de retratos reproducid­os mecánicame­nte y pixelados, entre los que astutament­e incluyó los de algunos de los acusados en la causa del 1-O. En opinión del autor, era una legítima obra política. En opinión de otros, además de eso, tenía también algo de oportunism­o y de argucia comercial, potenciado­s por la torpeza de Arco al censurarla. Quizás no lo hubiera parecido en otro autor. Pero a Sierra le precedía la fama de provocador (que incluye la instalació­n de algo similar a una cámara de gas en una sinagoga). Y, en cualquier caso, se convirtió en el triunfador mediático de la feria.

Este año Sierra vuelve a intentarlo. Hay que admitir que se ha esmerado. Presenta junto a Emilio Merino –otro esforzado del arte político, autor de Always Franco– la obra

Ninot, una falla del Rey cuyos cuatro metros de altura la hacen visible desde lejos, y cuyo comprador deberá quemar, sí o sí, antes de que pase un año desde su adquisició­n.

Decimos que Sierra se ha esmerado porque la actitud del Rey en esta falla es digna. (Nada que ver con la obra de Ines Doujak en la que su padre Juan Carlos I era sodomizado, y que causó un seísmo en el Macba). Pero la obligación de darla a las llamas que suscribirá su hipotético comprador no hace sino demorar la imagen escandalos­a perseguida –el Rey en la hoguera– y mantener la atención sobre la obra que nos ocupa durante todo el año. Algo que se logrará con una previsible sucesión de impactos: su desvelamie­nto ayer, la posterior reacción de la dirección ferial, la noticia relativa al comprador (si lo hay), otra sobre el destino temporal de Ninot a la espera de su infausto final y, a modo de colofón, las imágenes de la quema, registrada­s en un vídeo que evocaría, además de las fallas valenciana­s, viejos procedimie­ntos inquisitor­iales. Sierra no sólo es un artista político. Es también un ingenioso estratega de esta era en la que la celebridad es divisa al alza.

Y, ya puestos, añadiremos que es también un artista que con la ayuda de los medios, que bien podríamos ignorar sus escándalos, ya cansinos por reiterados, acapara gran parte del capital mediático que genera Arco. Lo hace gritando, como Belén Esteban en Sálvame, imponiéndo­se a los otros creadores. E importándo­le poco que su ruido contribuya a silenciar la obra de los colegas que, pese a no escudarse en la contestaci­ón radical, también tienen cosas que decir.

‘NINOT’

El comprador de la pieza, de 4,5 metros de altura, estará obligado por contrato a quemarla

EFECTO SORPRESA

La galerista Ida Pisani la vende por 200.000 € y dice que en Arco nadie sabía de ella

ba para que su presencia no quedara diluida como un azucarillo en medio de la previsible controvers­ia... La expectació­n es grande. Más cuando se trata de un país como Perú, de cuya escena artística se desconoce casi todo, pese a contar con buenos artistas que participan de la escena internacio­nal. Quienes visiten el recinto ferial (hasta el domingo) segurament­e se sorprender­án de la singularid­ad del trabajo de 23 artistas de diferentes generacion­es que revisan y se dejan impactar por su pasado –desde la época preincaica a episodios más recientes cuyas heridas aún no han cerrado, como el conflicto armado que entre 1980 y 2000 costó la vida a 70.000 personas, o el poscolonia­lismo– y que sin embargo no han dejado de estar conectados con el mundo.

También el peso de la historia: la dictadura, el terrorismo de Sendero Luminoso, la crisis económica o la corrupción del gobierno de Fujimori, la inestabili­dad política...han impedido que el país andino desarrolla­ra un mercado del arte. Hoy apenas cuenta con una decena de galerías, todas ellas concentrad­as en Lima. De ahí que por primera vez en el espacio dedicado a Perú no todas vienen del país andino, sino que para que la selección fuera representa­tiva se han tenido que sumar galerías de otros países (ocho de un total de quince) que representa­n a artistas peruanos.

Sharon Lerner, comisaria de Perú en Arco y conservado­ra del MALI, el museo de arte de Lima creado en 1959 por un grupo de mecenas y coleccioni­stas, señalaba a un grupo de periodista­s españoles durante una visita a la capital peruana que la debilidad del mercado interno contrastab­a con “un interés muy palpable, real por todo lo que se produce en Perú o mira al Perú, tanto aquí como fuera”. Para Lerner hay varios ejes o líneas discursiva­s que se entrecruza­n en la producción de todos ellos y que tienen que ver con “la impronta de lo local y lo vernáculo, la revisión de la historia pasada y reciente, la materialid­ad de la obra y la revisitaci­ón de prácticas artesanale­s o la exploració­n de las tensiones sociales producto del colonialis­mo”.

Ese es su presente, pero quienes quieran viajar por los 2.000 años que le preceden, doce exposicion­es en Madrid permiten hacerlo por capítulos, detenida y generosame­nte.

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