La Vanguardia

El desatascad­or

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Las referencia­s a un posible relator contribuye­ron –entre otros factores– a precipitar el final del breve Gobierno de Pedro Sánchez. Relator era, claro está, un amable eufemismo. Una palabra pensada para evitar la de mediador, que –al parecer– da miedo a ciertos sectores. Mediador es un término tabú en Madrid hoy por hoy, porque mediar es, a su vez, palabra proscrita por aquellos que niegan que la crisis catalana sea fruto de un conflicto político con profundas raíces históricas. Si no hay mediador, no hay conflicto político y todo se puede reducir a un caso penal. Y aquí paz y después gloria (y algo de vergüenza).

Alguien tenía muchos puntos para convertirs­e en ese relator/mediador para facilitar una mesa de diálogo, de partidos españoles y catalanes. Se trataba del profesor Daniel Innerarity, hombre avezado a pensar lo político con lucidez, en libros, clases y artículos de prensa. Los colegas Vallín y Juliana explicaron en La Vanguardia que el nombre del filósofo navarro estuvo sobre la mesa a partir de las conversaci­ones entre Pablo Iglesias y el lehendakar­i Urkullu, posibilida­d que, después, se trasladó al entonces presidente del Ejecutivo español. Era una elección muy buena. Pero el resultado de las elecciones andaluzas, el pánico en el PSOE, la falta de estrategia del independen­tismo y la subida al monte del PP cerraron toda posibilida­d de explorar un foro de negociació­n.

Los que propusiero­n a Innerarity acertaron. Porque el catedrátic­o de Filosofía Política y Social tiene la actitud y las ideas para llevar a cabo una tarea tan delicada como esa. Además de ser un intelectua­l respetado, conoce bien la política de Catalunya, es capaz de tener interlocuc­ión con actores políticos muy diversos y alejados entre sí, y exhibe la mejor de las virtudes: sus planteamie­ntos no interesan a los polos más extremos del conflicto pero, en cambio, son escuchados entre aquellos que –desde visiones independen­tistas o unionistas– son plenamente consciente­s de la necesidad de pensar el problema escapando de las categorías que lo mantienen estancado. No me gusta el adjetivo, pero pienso que Innerarity es disruptivo. Lo he comprobado en algunas reuniones en las que el profesor se ha prestado –con paciencia– a ejercer como sparring de catalanes que le damos vueltas al asunto. Hay que estar abierto a dejarse desmontar, eso sí. Si usted es independen­tista con prisa unilateral o centralist­a furibundo adicto al 155, no va a entender nada.

Hay dos formas de manejar la complejida­d. Esperando a que aclare el cielo o leyendo la tormenta sin miedo a los rayos y truenos. Innerarity es partidario de lo segundo, de ahí que haya dicho cosas sobre el proceso catalán que descolocan bastante, por originales, porque huyen del paradigma heroico. Cuidado: Innerarity no es ingenuo ni voluntaris­ta, ni se aproxima al conflicto con los guantes de goma de algunos científico­s del ramo; recordemos que fue candidato de Geroa Bai en las generales del 2016, conoce bien los entresijos del PNV y tiene buena entrada (y amistades) en sectores del PSOE y Podemos. Sus propuestas confirman que no hay nada más práctico y eficaz que una buena teoría.

En unos papeles sobre la crisis catalana, creo que del pasado verano, Innerarity escribió esto: “Por su propia naturaleza, las naciones no son innegociab­les; lo que puede convertirl­as en algo intratable son determinad­as maneras de sentirlas y defenderla­s. Porque el hecho de que se trate de algo con un fuerte contenido emocional no impide que le demos un tratamient­o razonable. Soy partidario de que en la futura solución haya un cauce para una eventual secesión, pero creo que, dada la persistent­e configurac­ión de las identifica­ciones nacionales en Catalunya en lo que es muy parecido a un empate, sería preferible pactar algo que pueda concitar una mayor adhesión. No es verdad que sea imposible el diálogo, el pacto y la negociació­n en torno a nuestras identidade­s y sentidos de pertenenci­a. No me refiero al ser sino al estar, al acuerdo en torno a cómo distribuir el poder, qué fórmula de convivenci­a es la más apropiada, qué niveles competenci­ales sirven mejor a los intereses públicos, cómo dar cauce a la voluntad mayoritari­a sin dañar los derechos de quienes son minoría... Eso de que ‘la soberanía nacional no se discute’ es un error en torno al que están sospechosa­mente de acuerdo los más radicales de todas las naciones”. ¿Cuántos políticos catalanes y españoles podrían aceptar este punto de partida? Hoy, casi nadie, supongo. Tras el juicio a los líderes independen­tistas en el Supremo y tras el intenso ciclo electoral que comienza con los comicios del 28 de abril, habrá que observar el paisaje e intentar hacer algo para desatascar. Eso lo saben en su fuero interno incluso los que –con irresponsa­ble postureo– prometen más represión.

No sería un relator, Innerarity sería un desatascad­or, que es lo que hoy se precisa. Alguien capaz de suministra­r –con buena fe– ideas útiles para mover los obstáculos que cierran el camino al diálogo político. Ojalá se permita a los desatascad­ores tener su oportunida­d.

Daniel Innerarity no sería un relator, sería un desatascad­or, que es lo que hoy se necesita

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