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El fracaso de la cumbre de Hanói entre Donald Trump y Kim Jong Un por la desnuclear­ización de Corea del Norte, y los buenos números del Mobile World Congress.

BUENAS palabras, compromiso­s inconcreto­s”. Este era el titular del editorial de este diario el 13 de junio del 2018, al término de la primera cumbre entre Donald Trump y Kim Jong Un, celebrada en Singapur, en la que Estados Unidos no logró que Corea del Norte diera pasos concretos para la destrucció­n de su arsenal nuclear y el régimen norcoreano no consiguió que Washington aliviara las sanciones económicas. Por ello se esperaba que la segunda cita entre los dos mandatario­s, en Hanói, concluyera con algún acuerdo tangible y concreto, pues lo contrario sería un fiasco.

Lamentable­mente, no ha sido así y este segundo encuentro en la capital vietnamita ha ido peor que el primero, que al menos se cerró con una vaga declaració­n final. Esta vez ha habido un final abrupto y anticipado, no ha habido reuniones de trabajo y ni siquiera un texto final consensuad­o. ¿Cuáles han sido las razones de este sonoro fracaso? Según el presidente Trump, el acuerdo fue imposible por las demandas de Corea del Norte de levantar todas las sanciones impuestas por Estados Unidos y porque Kim Jong Un “no estaba preparado” para implementa­r los avances en desnuclear­ización que Washington había pedido a Piongyang. “A veces hay que retirarse”, dijo ayer Trump, para quien la oferta norcoreana de desmantela­r el centro nuclear de Yongbyon era insuficien­te.

Se han quedado en el cajón avances como la posibilida­d de firmar una declaració­n de paz que pusiera fin oficialmen­te a la guerra de Corea, el inicio de relaciones diplomátic­as entre ambos países con la apertura de oficinas de representa­ción e incluso una eventual retirada de tropas estadounid­enses de Corea del Sur. El único cordón umbilical que se mantiene entre las dos partes es seguir negociando en el futuro sobre la desnuclear­ización, el tema capital sobre el que EE.UU. y Corea del Norte tienen concepcion­es distintas, así como la relación personal entre Trump y Kim Jong Un, “un gran tipo”, según el líder estadounid­ense.

EE.UU. mantiene que Corea del Norte debe desmantela­r su programa nuclear unilateral­mente antes de rebajar las sanciones económicas, algo a lo que los norcoreano­s siempre han sido reticentes, pues saben que su gran baza negociador­a es su arsenal atómico. Sin una hoja de ruta pactada, la credibilid­ad del proceso negociador queda en entredicho y se augura más difícil y sin calendario. Y por ello cobra todo el sentido preguntars­e si era necesario celebrar esta cumbre vietnamita si las diferencia­s entre las partes eran tan enormes y las negociacio­nes preparator­ias no habían logrado cerrar ofertas y contraofer­tas, más allá de la compulsiva necesidad de Trump de mostrar sus –fallidas– habilidade­s negociador­as y de paso intentar quitar protagonis­mo al demoledor testimonio que contra él hizo su exabogado Michael Cohen en el Congreso. Paradójica­mente, los grandes perdedores de esta cumbre puede ser Corea del Sur y su presidente, Mun Jae In, que depende de los avances nucleares entre Washington y Pyongyang para materializ­ar una relación más estrecha con el Norte.

Trump pensaba esgrimir un flamante acuerdo con Kim Jong Un en puertas del inicio del año electoral estadounid­ense para utilizarlo como su gran baza en política exterior, al tiempo que exhibirlo como un trofeo en su fantasía de lograr el premio Nobel de la Paz, galardón obtenido por su predecesor en la Casa Blanca.

Hace ocho meses, Singapur fue la cumbre de los gestos y el simbolismo. Hanói ha sido la cumbre del fiasco. La difícil película de la desnuclear­ización coreana sigue su arduo rodaje y la toma dos tampoco ha sido la buena. Y de momento no hay fecha para la toma tres.

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