La Vanguardia

Entre todos la mataron y ella sola se murió

- Isabel Garcia Pagan

El 22 de noviembre del 2017, con sus compañeros de banquillo en prisión, Santi Vila y Mariano Rajoy se saludaron en la cena anual de la patronal Foment del Treball en Barcelona. La imagen fue recogida por TV3 y reprobada por los compañeros de partido del exconselle­r. “No hay ningún motivo para sonreír, mucho menos para saludar. La dignidad es estar en los actos de apoyo a los presos o quedarte en casa”, escribió Neus Munté. El miércoles, cuando Rajoy se disponía a declarar ante el Tribunal Supremo, Vila, “procesado libre”, confesó: “Espero que hoy no me salude”.

Rajoy entró y salió de la sala de vistas como si caminara junto al río Armenteira, donde se “olvidaba” de la Moncloa en vacaciones. Por olvidarse, se olvidó hasta de las gestiones de Iñigo Urkullu para que la crisis catalana “no se fuera de las manos”, pero la agenda Moleskine del lehendakar­i debe ser más precisa que la de Josep Maria Jové porque calendariz­ó al milímetro su mediación y se fue de la sala estrechand­o la mano de Santi Vila. El exconselle­r participó de esas gestiones, y el día 26 de octubre del 2017 se dio por aludido tanto como Puigdemont cuando Gabriel Rufian tuiteó “155 monedas de plata”. Tras declarar en el tribunal, el diputado de ERC escenificó su reprobació­n ninguneand­o a Vila tras saludar a todos los acusados, pero la animadvers­ión es recíproca.

Las relaciones en política vienen y van. Según Urkullu, fue Puigdemont quien le pidió que le echara una mano para recuperar los puentes de diálogo con el Gobierno de Rajoy pero desde el 27 de octubre no han vuelto a contactar. De hecho, el PNV no quiere compartir candidatur­a al Parlament Europeo con la Crida y el equipo de Puigdemont incluso cree que ir acompañado­s de los nacionalis­tas vascos perjudica a sus aspiracion­es.

Aun así, Urkullu fue generoso en su declaració­n. Relató que el expresiden­t fue “absolutame­nte receptivo” a sus propuestas, en ningún caso se puso el referéndum como condición para restablece­r el diálogo y “en modo alguno tenía deseo” de proclamar la independen­cia. Tampoco le pareció al lehendakar­i que Rajoy fuera “muy dado a aplicar el 155”. Pero el 26 de octubre la calle apretó a Puigdemont y no hubo “una respuesta taxativa” de la Moncloa de que no habría intervenci­ón de la Generalita­t. Hubo DUI y 155.

Menos taxativa aún fue la intervenci­ón de un Juan Ignacio Zoido tan apocado que costó reconocer al que fue ministro de Interior. Zoido “se enteró” de poco. No sabe ni quién ordenó las cargas en los colegios el 1-O ni quien las frenó. Entre todos la mataron y ella sola se murió.

La incapacida­d del exministro para justificar la actuación de policías y guardias civiles –“supongo”, “no recuerdo”– chocaba con la contundenc­ia con la que relató una “resistenci­a activa y organizada” de “auténticos escudos humanos” contra sus agentes. “Debía decirlo un informe...”. Quizás el mismo que convirtió el patio interior de la Conselleri­a d’Economia en una peligrosa azotea.

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LA VANGUARDIA El exministro Zoido respondió con evasivas a las preguntas sobre el operativo del 1-O
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