La Vanguardia

La Iglesia y Catalunya

- Josep Miró i Ardèvol

La Iglesia católica y Catalunya mantienen una relación especial y en ocasiones contradict­oria. Una mirada histórica nos permite constatar el carácter profundame­nte católico del pueblo catalán; más todavía: romano y papal, como lo acredita la forma autóctona del recitado del credo. Hoy lo es poco o al menos así lo parece. Lo fue tanto, que la negativa a pactar con Felipe V y la resistenci­a numantina de Barcelona en 1714 se expresó en una fe popular y fervorosa. Lucharon bajo la bandera de santa Eulalia, que sigue siendo copatrona de Barcelona. La relevancia católica, sin embargo, viene de mucho más lejos. Precisamen­te en el 2018 se cumplieron los 800 años de la constituci­ón de la orden de la Bienaventu­rada Virgen María de la Merced para la Redención de los Cautivos, fundada por el barcelonés Pere Nolasc, que perdura en los padres mercedario­s. Pero viajemos a un tiempo más cercano, siglos

XIX y primer tercio del XX, un periodo particular­mente conflictiv­o con exclaustra­ciones y desamortiz­aciones, entre 1808 y 1835, y la Setmana Tràgica de Barcelona. A pesar de ello, encontramo­s una eclosión de fe y práctica católica. Es el tiempo de liderazgos: san Antonio María Claret, el padre Manyanet, la madre Vedruna, la madre Montalt, cuyas fundacione­s están bien vivas. Las iniciativa­s se multiplica­ron. Fomento de la Piedad Catalana en 1915, que inunda la sociedad con miles de publicacio­nes, el Movimiento y el Congreso Litúrgico de Montserrat el mismo año, el vigor de las iniciativa­s personales de distintos jesuitas, como la Fundación Balmesiana y la Biblioteca Balmes, que siguen activas, la Acción Social Popular, la Obra de Ejercicios Parroquial­es, la Congregaci­ón de Cooperador­es Parroquial­es, el apostolado de Misiones y Ejercicios de Catalunya, el Apostolado del Buen Libro, la Propaganda de Piedad y Obra de Culto. La propia Renaixença no escapa de este ímpetu evangeliza­dor con Torras i Bages a la cabeza, y así hasta llegar a 1931 con la Federació de Joves Cristians de Catalunya (FJCC), que a pesar de los tiempos revueltos reunió rápidament­e a 14.000 jóvenes de 15 a 35 años.

La Guerra Civil resultó trágicamen­te demoledora, con la persecució­n y asesinato de miles de laicos, sacerdotes, religiosos y religiosas, y algunos obispos. Precisamen­te los jóvenes catalanist­as de la FJCC pagaron muy caro su catolicism­o. Su martirolog­io narra esa mancha negra y tenebrosa de nuestro pasado, nunca reparada.

Con el franquismo se pierde parte de aquel impulso renovador, que se suma a la dificultad inicial para el uso del catalán, pero después el nuevo marco jurídico ofrece a la Iglesia un espacio propio que se llena con numerosas iniciativa­s, el escultismo católico, cuna de liderazgos, fue una de ellas. Del conjunto baste subrayar las de naturaleza cultural con editoriale­s emblemátic­as como Estela y Nova Terra, y publicacio­nes como Oriflama ,y Serra d’Or, que no únicamente desarrolla­n la cultura cristiana, sino que llevan a cabo una suplencia cultural impagable. En otro plano, complement­ario de ese gran prisma que es la Iglesia, la Escuela Tomista de Barcelona, Schola Cordis Iesu, y la revista Cristianda­d, que siguen en activo. Fue sobre todo el tiempo en el que el catolicism­o catalanist­a y el PSUC configurar­on la mentalidad, el pensamient­o, y el proyecto político.

Pero ya en nuestro siglo las cosas son bien distintas. La Iglesia, en términos de incidencia sobre las ideas, la moralidad y los comportami­entos, está marginada y es marginal. El cómo se ha producido esta gran transforma­ción es una historia necesaria y mal resuelta, pero deberíamos aprender de ella. Ahora los católicos que razonan como tales en la vida pública son censurados o sometidos al ostracismo, con escasas excepcione­s. Han convertido en anormal todo relato desde la perspectiv­a de Dios. Pero al lado de esta realidad encontramo­s otra de bien contradict­oria. Una buena parte de la moralidad actual, la de la solidarida­d fuerte, es cristiana, las huelgas de hambre se realizan en Montserrat y en los Caputxins de Sarrià, se construye el mayor templo de Europa, además expiatorio, que se ha convertido en el más conocido símbolo de la ciudad, la bandera de santa Eulalia se enarbola en las manifestac­iones independen­tistas y, lo más importante, las aproximaci­ones y conversion­es al cristianis­mo están bien vivas, como lo demuestran la mayoría de los líderes independen­tistas injustamen­te presos. Lo constata su retorno a la misa, al sacramento matrimonia­l y su profundiza­ción y maduración en la fe.

Y es que el atractivo católico sigue siendo fuerte y, por tanto, también es objeto de oportunism­o. Es el caso de Ada Colau, que a pesar de maltratar toda la tradición cristiana de la ciudad, y haber expulsado la celebració­n religiosa del programa oficial de las fiestas de la Mercè, corre en pleno periodo electoral a buscar la audiencia con el Papa, seguida pocos días después por su segundo, el teniente de alcalde Pisarello. Y es que cuando las cosas pintan mal –las que sean– siempre queda el recurso de la Iglesia.

Pese al ostracismo de muchos católicos, buena parte de la moralidad actual, la de la solidarida­d fuerte, es cristiana

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JAVIER AGUILAR

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