La Vanguardia

Neandertal­es con chip

- Glòria Serra

Esta semana he tenido que hacer un gran esfuerzo para convencer a unas colegas de que no les estaba endosando fake news . No se creían algunas de las ofertas laborales del Mobile World Congress que ha denunciado la UGT. Que se pague más a las azafatas más altas, delgadas y con minifalda en el congreso que representa la nueva economía y la gran revolución tecnológic­a y social les parecía imposible. Lo cierto es que los congresist­as consumen tanta o más prostituci­ón en el Mobile que en cualquier otro congreso de la ciudad: la oferta laboral sexista es sólo la guinda del pastel. No es la única, hay un montón más que, aparte de las discrimina­ciones concretas por ser mujer, están mal pagadas, fuera de convenio o rozan directamen­te la esclavitud.

Me temo que somos aún víctimas de la mentalidad que nació con la revolución industrial. Las máquinas nos harán libres de los trabajos más pesados y la vida será más, etcétera. En realidad las máquinas no nos cambian demasiado, sólo la forma como hacemos las mismas cosas. El ejemplo más sencillo es eso que se ha dado en llamar

Pablo Casado nos ha avisado de que estaría bien que las mujeres supiéramos qué llevamos dentro cuando decidimos abortar

economía colaborati­va: alquilar una habitación en tu casa, tu parking por horas, incluso tu jardín para que alguien plante una tienda de campaña. Es la economía de subsistenc­ia de toda la vida que acomodaba en casa a un primo o prima del pueblo que, a cambio de manutenció­n y algún durillo, hacía los gastos menos asfixiante­s. También las nuevas oportunida­des laborales, como hacer de taxista o repartidor con una aplicación sexy de por medio. Continúa siendo el trabajo precario y mal pagado de toda la vida que permite subsistir a duras penas. Lo que no es ni sexy ni oculto son las enormes ganancias que obtienen los empresario­s tras estos fabulosos negocios, por cierto, casi todos radicados en países con ventajosos sistemas fiscales.

Nada de esto es nuevo, sólo el envoltorio. En el interior, como decía, seguimos en la revolución industrial, y añado más argumentos. El flamante y nervioso líder del Partido Popular, Pablo Casado, se ha perdido en el interior de este túnel y ha emergido con el hollín de los primeros vapores y los aromas de Jack el Destripado­r por el Londres siniestro donde tantas mujeres se vendían por un trozo de pan. Con paciencia paternalis­ta, nos ha avisado de que estaría bien que las mujeres supiéramos qué llevamos dentro cuando decidimos abortar. El viaje en el tiempo le ha afectado al cálculo, porque ha añadido que su hijo prematuro, que nació a los cinco meses, lo hizo en un “tramo donde se puede abortar libremente”. Segurament­e es involuntar­io y no fruto de la escalada de falsedades que pronuncia últimament­e: el límite de la ley española está en las 14 semanas, tres meses y medio. También es mala suerte que lo haya dicho la misma semana que en Argentina han obligado a una niña de once años a ser madre tras ser violada, a pesar de que la ley la amparaba y hubiera querido abortar. Lo que llevaba dentro era más importante para los médicos de Tucumán que su vida y sus derechos como persona. Pensaré en ella el próximo 8 de Marzo: su futuro y sus oportunida­des son infinitame­nte más importante­s que las miserias de Pablo Casado para conservar el liderazgo y el cargo.

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