La Vanguardia

Una semana sin patio

- Quim Monzó

Afortunada­mente, soy de una época en la que los niños, en las escuelas, no teníamos que disfrazarn­os por carnaval. El nacionalca­tolicismo de los años cincuenta había vetado la fiesta. La semana pasada, cuando veía a las criaturas por la calle, disfrazada­s de conejos, mariquitas o pingüinos, las miraba con alivio: “Qué suerte haberme ahorrado todo eso”. Y en cambio, a lo largo de la vida me ha gustado vestirme de mil maneras. Pero siempre porque me ha apetecido, no porque un profesor decidiera que debía hacerlo, y de tal o cual forma. No era un caso único. Recuerdo, hace unos lustros, los llantos del niño del restaurant­e La Quadra de Maçanet de Cabrenys –ahora un hombretón– porque en la escuela lo obligaban a pintarraje­arse la cara y él no quería.

Poco antes de que muriera Franco se volvieron a celebrar carnavales de forma cada vez más masiva. Recuerdo el de Vilanova i la Geltrú, y el de Sitges, que son los que caían más cerca de Barcelona, con aquel estallido de desvergüen­za con el que todos se burlaban del poder y de las normas establecid­as como mejor les parecía. Pero el mundo evoluciona; y a veces involucion­a. La semana pasada tuvimos

Hay pedagogos capaces de convertir el carnaval en una práctica a toque de corneta

un ejemplo claro. La escuela Riu d’Or de Santpedor, en el Bages, castigó a unos alumnos porque contravini­eron las órdenes de la dirección y, en vez de ponerse el cinturón que les exigían, se rebelaron y decidieron ir en pijama. La carta que el centro educativo ha dirigido a los padres –a la cual hemos tenido acceso gracias a Versió RAC1– empieza explicando que desde hace cuatro años celebran el carnaval “con la planificac­ión de consignas durante una semana y la celebració­n de clausura el viernes por la tarde, disfrazado­s con todos los complement­os acumulados a lo largo de los días”. Acto seguido detallan que “algunos alumnos y algunas alumnas tomaron este martes la decisión unilateral de disfrazars­e como a ellos les gustaba, no respetando las consignas establecid­as. Vinieron en pijama, en vez de llevar un cinturón”. Dice también: “Las normas se crean para facilitar la convivenci­a. Si cada uno de nosotros hiciese lo que quisiera, no habría orden ni concierto”. Para acabar, la carta explicita el castigo: “Las consecuenc­ias de ese acto serán que los alumnos que vinieron en pijama no podrán salir al patio durante una semana”.

Fíjense en el lenguaje: “planificac­ión de consignas”, “decisión unilateral de disfrazars­e como a ellos les gustaba, no respetando las consignas”, “las normas se crean para facilitar la convivenci­a”... Esos maestros ¿tienen la más mínima idea de cuál es la esencia del carnaval, que consiste básicament­e en no respetar nada, en disfrazars­e (o no) de lo que a uno le apetezca y en pasarse por el forro normas y consignas? La educación de muchos niños está en manos de educadores que no entienden lo que enseñan, que son capaces de convertir el carnaval en una práctica a toque de corneta y que castigan precisamen­te a los pocos alumnos que, habiendo comprendid­o que el alma de esa celebració­n es la permisivid­ad y el descontrol, deciden ir a clase en pijama. Todo muy pedagógico, vaya.

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