La Vanguardia

Programa electoral

- Jordi Amat

Hace unos días escribí un artículo titulado “Carcasa vacía”. Usaba el edificio de la Comisión del Mercado de las Telecomuni­caciones (CMT) del 22@ como símbolo de la recentrali­zación que en los últimos años se ha producido en el plano institucio­nal y presupuest­ario. La tesis aún me parece buena, pero me toca matizar algún detalle. Al día siguiente de publicarse hablé con Mar Díaz-Varela, que trabajaba en nuestro periódico y ahora es directora de comunicaci­ón de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competenci­a. Me explicó que el organismo que ella representa sigue siendo un caso singular: es el único de la administra­ción general del Estado que por ley tiene doble sede. A pesar del traslado a Madrid como consecuenc­ia de un proyecto de fusiones de los organismos reguladore­s, la sede barcelones­a conserva funciones. Igualmente me hizo saber que el edificio no está tan vacío. Aparte de la gente de la comisión, hace un cierto tiempo que acogen la delegación de Efe y hace poco allí se ha instalado Casa Àsia. Dicho está.

No fue el único eco constructi­vo que tuvo el artículo sobre una carcasa medio vacía, a medio gas como el Estado de las autonomías. Me escribió también el mataronés Manuel Mas para decirme que a él, en tanto que portavoz en la comisión de Industria cuando Montilla era ministro, le tocó defender en el Congreso de Madrid el traslado de la CMT a Barcelona. Fue una decisión que Montilla tomó asumiendo el coste de la crítica centralist­a. Demostraba así no sólo un afán de federaliza­r el Estado unitario sino que sobre todo convertía en realidad un punto del programa con el que el PSC se había presentado a las elecciones: “No se han descentral­izado tampoco las institucio­nes u órganos centrales, lo que habría permitido equilibrar el peso político por todo el territorio, dando protagonis­mo y activismo en la vida política del país a varias ciudades”. Supongo que los partidos, aparte de pelearse por las listas, ahora deben de estar reciclando sus programas. Los grupos catalanist­as que quieran hacer política y no sólo relato todavía lo pueden hacer suyo. Es útil. Porque una salida, ahora, pasa por reivindica­r poder y reconocimi­ento.

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