La Vanguardia

Arqueologí­a de Loewenstei­n (III)

- Josep Maria Ruiz Simon

La definición en que Loewenstei­n describe el fascismo como una técnica política orientada a la movilizaci­ón emocional de los ciudadanos puede resultar sorprenden­te cuando se lee en el siglo XXI, a tres años del centenario de la marcha sobre Roma de Mussolini. Si se observa desde esta misma perspectiv­a histórica, aún puede sorprender más ver como caracteriz­a Franz Neumann el núcleo de la propaganda nazi: “Esta es la técnica del nacionalso­cialismo: hacer aparecer la acción de un aparato autoritari­o como la actividad espontánea de las masas”. Como Loewenstei­n, Neumann es un intelectua­l alemán de origen judío que ha vivido el proceso que ha llevado a Hitler al poder y que, durante el exilio en EE.UU., mientras el fascismo se expande por Europa, reflexiona sobre este proceso. El pasaje citado puede leerse en Behemot. Estructura y práctica del nacionalso­cialismo (1942), el primer estudio en profundida­d publicado sobre el nazismo. Justo tras este pasaje, para ilustrar la ilusión que manipula el truco de magia por el que la propaganda hace percibir como surgido del pueblo lo que se ha inducido, Neumann cita un fragmento del Mein Kampf en que Hitler habla de la sugestión de las masas y del papel que pueden interpreta­r en ella los actos multitudin­arios. El fragmento se refiere a la experienci­a de los individuos que acaban de sumarse a un movimiento político y participan en estos actos. Describe el efecto psicológic­o reforzante que actúa sobre quienes

La propaganda nazi hace aparecer la acción del aparato autoritari­o como la actividad espontánea de las masas

por un momento dejan atrás sus vivencias privadas y profesiona­les y, rodeados de miles de personas que comparten con entusiasmo las mismas conviccion­es, tienen por primera vez la sensación de formar parte de una comunidad.

Neumann, de formación marxista y miembro de la famosa Escuela de Frankfurt, no olvida la confluenci­a entre los intereses políticos de los líderes del nacionalso­cialismo y los de ciertos grupos empresaria­les, que se acabaron benefician­do de la economía de guerra y la feudalizac­ión del sector público, que el nuevo régimen puso al servicio del sector negocios del partido. Pero, como es obvio, de estos intereses no se decía nada en la propaganda nazi, que, como la fascista en Italia, prefería hablar del mito de que había hablado Mussolini en Nápoles antes de iniciar la marcha sobre Roma, el mito de la nación, de una nación que era una fe y debía convertirs­e en una realidad concreta. Como Loewenstei­n, Neumann piensa que el fascismo se caracteriz­a porque usa, en cada momento, las doctrinas que le son más útiles. Esta versatilid­ad y los sentimient­os inflamable­s que moviliza otorgan a su propaganda una ventaja competitiv­a respecto a las propaganda­s de los partidos demócratas, que no pueden despreocup­arse tanto como ella de la verdad. Es por ello que Neumann desaconsej­a combatir el fascismo adoptando unas técnicas propagandí­sticas, las fascistas, que además transmiten por contacto su fascismo a quienes las utilizan. Su propuesta de combatirlo con políticas que impidan que la propaganda fascista encuentre un terreno abonado donde arraigar aún parece el recurso más sensato en situacione­s análogas.

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