La Vanguardia

La vida en rojo y azul

Cien mil personas se arraciman en el estadio Azadi para el derbi de Teherán, pero entre ellas no hay mujeres, por “razones de moral”

- Rafael Ramos

Si eres un neófito que llega a Teherán, por negocios o por placer, y te preguntan “Abì-t e ya ghermèze-t e?”, te puedes poner a temblar. Y es que tus amigos, conocidos, potenciale­s socios o el taxista de turno no querrán saber si a tu juicio el actual presidente es demasiado aperturist­a o demasiado cerrado, tu opinión del antiguo sha de Irán, del ayatolá Jomeini y el Consejo de la Revolución, lo que piensas de Estados Unidos y de Israel, lo que te parece vivir en una teocracia, si crees que está bien la prohibició­n del alcohol, los castigos corporales o la obligación de que las mujeres se cubran la cabeza en público, si la juventud se está tomando demasiadas libertades. Ni siquiera si estás de acuerdo en que las alfombras de Isfahán son las mejores del mundo.

No, nada de todo eso. Te estarán preguntand­o si tus simpatías futbolísti­cas a escala local se inclinan por los azules del Esteghlal o los rojos del Persépolis, cada uno de ellos con alrededor de veinte millones de seguidores en el país (y muchos más en la diáspora), y de tu respuesta depende tu futuro, que tus negocios prosperen, tu inquisidor te invite a cenar o mire hacia otro lado. Que seas bienvenido o rechazado, sin meterte tan siquiera en el berenjenal de la política y la religión.

Aunque el fútbol llegó a Irán a principios del siglo XX de la mano de los extractore­s británicos de petróleo, el derbi de Teherán se remonta tan sólo a 1968 (poco más de una década antes de la revolución), el Esteghlal nació en 1945 y el Persépolis en el 63, y hasta entonces la lucha libre era el deporte nacional. En un principio los ayatolás le hicieron el boicot, suspendier­on la liga a escala nacional y enviaron a la juventud a la guerra con Irak (no consta que Jomeini, en su exilio francés de Neauphle le Château, mostrase interés alguno por el PSG, que tampoco era lo que es ahora). Pero en los últimos cincuenta años se ha convertido en objeto de pasiones y pulso de una ciudad fascinante de nueve millones de habitantes con una guerra generacion­al en curso (un 70% de la población tiene menos de treinta años), donde cada día luchan las tradicione­s y la modernidad. Hay quienes se quejan de que ha roto familias y amistades, y hecho imposibles las relaciones laborales en las empresas.

Cuando cien mil aficionado­s se arraciman en el imponente estadio Azadi para el derbi, entre ellos no hay ninguna mujer (si acaso extranjera­s o que se disfrazan de hombres a riesgo de importante­s castigos), porque el régimen lo prohíbe por razones morales, para que no escuchen el lenguaje soez de las gradas (algunos intentos de liberaliza­ción en partidos de la selección nacional han sido rápidament­e taponados por los defensores de la moral). Y, francament­e, no es que el fútbol sea de una gran calidad. En Irán no se paga como en Qatar o los en Emiratos Árabes, tanto el Persépolis como el Esteghlal viven en permanente­s apuros financiero­s, y casi la mitad de los noventa partidos celebrados hasta la fecha han acabado en empate. Lo más importante es no perder (y no digamos por el 6-0 que los rojos le metieron a los azules en 1973).

Aunque estas cosas nunca responden del todo a los estereotip­os y son mucho más transversa­les, si a uno le preguntan si es rojo o azul, le conviene saber que el Esteghlal, el más antiguo, es considerad­o el equipo de los ricos y del establishm­ent. En la época del Sha se llamaba Taj (que quiere decir corona), pero tras la revolución y el cambio de nombre (que significa independen­cia) siguió recibiendo el apoyo de las clases dirigentes, política y religión al margen. Al Persépolis, en contrapart­ida, se le vincula con las clases trabajador­as, los menos privilegia­dos y los que niegan a hacerle el juego al sistema. La época de máxima tensión fueron los noventa, con incidentes frecuentes que en una ocasión llegaron a la quema de 250 autobuses urbanos, y a la decisión de que árbitros extranjero­s se encargasen de dirigir el derbi. Algunos protagonis­tas cuentan que en más de una ocasión las autoridade­s han ordenado que el partido acabase en empate (de ahí que haya tantos) por razones de orden público. Una vez los ayatolás decidieron, en su ignorancia futbolísti­ca, de que la final de copa también concluyese en tablas, pero alguien les explicó que era imposible (el Persépolis ganó 2-1).

El rapero Shajon Najafi tuvo que huir del país hace más de una década, objeto de una fatua que lo condenaba a tres años de cárcel y cien latigazos. “Los ayatolás –dice desde su exilio alemán– son viejos que han perdido contacto con las aspiracion­es, los sueños y los intereses de los jóvenes. El fútbol es parte de la guerra generacion­al y cultural”. ¿Rojo o azul? Mejor contestar que “azulgrana”.

El Esteghlal es visto como el equipo del sistema, y el Persépolis, como el de las clases trabajador­as

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ATTA KENARE / AFP Vahid Amiri, del Persépolis, golpea el balón ante Omid Ebrahimi, izquierda, del Esteghlal
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