El turismo de negocios cede ante el de borrachera
El Gremi d’Hotels de Barcelona alerta sobre la pérdida de calidad de los visitantes y reclama revitalizar la cultura de la ciudad
El turismo de negocios no cesa de perder posiciones frente al de ocio. Y el de ocio no deja de perder calidad, un eufemismo que de un modo amable da a entender que últimamente y cada vez más la gente viene a Barcelona principalmente a emborracharse, fumar porros y comer bocadillos de mortadela. La reciente apertura de una decena de tiendas de semillas de marihuana y pipas de agua en apenas 200 metros entre las calles Avinyó y Ample no responde a la demanda de estos productos de los vecinos del Gòtic de siempre. Y los restauradores del Born no se quejan de vicio cuando lamentan que últimamente no pocos visitantes quieren compartir los menús entre tres.
Jordi Clos, el presidente del Gremi d’Hotels de Barcelona, explicó ayer en una rueda de prensa de balance que en términos absolutos el año pasado fue mucho mejor de lo que todos esperaban, supuso una inesperada recuperación de los azotes del terrorismo, de la turismofobia y de la incertidumbre política. No fue tan malo como temían. Se cerró con una ocupación del 80% y un precio medio de las habitaciones de 132,5 euros. Y además el 2019 arrancó sin perder comba. Pero si entramos al detalle, comprobamos como el tradicional equilibrio entre el visitante de ocio y el de negocios, que muchos años sumaron más o menos los mismos números, es ya historia. En estos momentos, lamentó Clos, el turista de negocios apenas representa el 30% del total.
Las grandes ferias comerciales como el Mobile World Congress continúan gozando de una excelente salud. El bajón se nota en los eventos de menores dimensiones, en los congresos profesionales, los incentivos de empresa, la presentación de productos..., acontecimientos que se prepararan con unos cuantos meses de antelación. Nada hace pensar que este segmento vaya a recuperarse siquiera en el 2020. La caída de las reservas es preocupante. El turismo de negocios siempre compensó muchos inconvenientes de esta industria. Hablamos de unos visitantes que no se concentran en la temporada alta, que vienen principalmente a trabajar, que se traen la tarjeta de la empresa...
De todas formas, cuando el presidente del Gremi d’Hotels se refirió a la pérdida de calidad del turista de Barcelona quiso matizar que no hablaba sólo del tamaño de su cartera. También se refería a sus inquietudes. Y lamentó que hace tiempo que
El sector se muestra preocupado ante la caída de reservas relacionadas con los incentivos de empresa
la gente con inquietudes culturales no encuentra tantas razones para viajar a Barcelona como para ir a París, Londres o Madrid. Clos lamentó que la ciudad no tenga una política cultural clara, definida y sobre todo a largo plazo. “Cuando el socialista Jaume Collboni fue teniente de alcalde se esforzó en conseguir que el Grec funcionara en agosto, pero estas iniciativas, si no se comunican con mucha antelación y, además, no tienen continuidad, pues sirven de poco”.
Todas estas circunstancias se traducen también en una transformación de la oferta de alojamiento de la ciudad. Clos reconoció el buen trabajo del Ayuntamiento este mandato a la hora de cerrar apartamentos turísticos sin permiso. Pero también alertó de su transformación. Cada vez se llevan más las habitaciones en pisos compartidos. En el 2016, según datos municipales, detalló Clos, había 4.000 apartamentos ilegales y 5.800 pisos compartidos alegales, y en el 2018 170 ilegales y 9.500 compartidos. Las habitaciones en pisos compartidos son mucho más baratas. Y cuando uno viene a la ciudad con los amigos a quemar la noche, pues también ahorra de este modo.