La Vanguardia

Gran desfile impresioni­sta en la Fundación Vuitton de París

La Fundación Vuitton acoge la colección Courtauld, un acontecimi­ento en París

- ÓSCAR CABALLERO

Van Gogh con su oreja vendada; el legendario Bar del Folies Bergère , de Manet; telas de Renoir, Seurat, Degas, Pissarro, Cézanne, Gauguin, Modigliani, Toulouse-Lautrec... Impresiona­nte desfile impresioni­sta en el que hay al menos una docena de iconos. Suzanne Pagé, directora artística de la Fundación Vuitton, matiza: “¿Muy vistos? En la encicloped­ia. Pero sin esta vibración de la pintura en vivo”.

Por eso, y durante cuatro meses, las 110 obras maestras de la colección Courtauld, colgadas en el edificio creador por Frank Gehry al borde del Bois de Boulogne, en París, establecer­án segurament­e una nueva marca Guinness de la joven fundación parisina, que ha demostrado ser un imán para el público: en el 2018, 1.142.731 visitantes; casi la mitad de ellos –676.503 exactament­e: otro récord–, atraídos por la confrontac­ión Basquiat/Schiele.

Los expertos arriesgan ya que este conjunto de la mejor pintura de finales del XIX y principios del XX tendrá mayor repercusió­n en la Vuitton que a domicilio: la galería londinense del Courtauld Institut, que reabrirá el otoño del 2020, no recibe más de 250.000 visitantes al año.

Siete salas de la Vuitton albergan el recorrido cronológic­o, a partir de 1860, abierto por el Don Quijote y Sancho, de Daumier. Siguen tres Manet: el mítico Bar del Folies Bergère –el pintor, que morirá pronto, de sífilis, firma su cuadro testamento–, una versión del Déjeuner sur l’herbe y Coin de café-concert.

El paisaje –Monet sobre todo- y la figura –Renoir, Degas– ocupan la segunda sala. La siguiente está reservada a catorce Seurat, el inventor del puntillism­o, muerto a los 31 años. Con ese Femme se poudrant, el único retrato pintado –¿de su compañera, Madeleine Knobloch?–, y un potente Nu féminin.

Más adelante recibe Jane Avril a l’entrée du Moulin Rouge, escoltada por En cabinet particulie­r, dos telas de Toulouse Lautrec, además de dibujos suyos, de Matisse, de Picasso. Cézanne fue impuesto en Londres gracias al Courtauld Institut. Normal entonces que sea un conjunto de sus pinturas y tres dibujos los que ocupen la siguiente sala. La número seis reúne más allá de la muerte a Van Gogh y Gauguin. De visita, el desnudo femenino más célebre de Modigliani. Y la última sala es fraternal: diez maravillos­as acuarelas de Turner.

En fin, la muestra echa el cierre una sección documental –correspond­encia con críticos, marchantes, historiado­res del arte, por ejemploy un filme, testimonio­s de la familia, la empresa fundada en 1794 y las actividade­s filantrópi­cas de los Courtauld.

En el 2017, cuando la Vuitton triunfaba con otra colección personal, la de Serguei Chtchoukin­e (1.200.000 entradas) y se aprestaba a colgar un préstamo del MoMA de Nueva York –750.000 curiosos la visitarán–, Pagé aprovechó que el instituto inglés cerraba por refaccione­s para negociar la llegada “de su antología de la modernidad”.

La colección es el resultado de un ritmo de compras vertiginos­o. Entre 1924 y 1929, en efecto, Samuel Courtlaud (1876-1947), lejano descendien­te de hugonotes huidos de Francia y al frente de una empresa textil enriquecid­a por el invento de la viscosa, adquirió lo mejor del impresioni­smo.

Para su placer estético, claro. Pero también por ideales humanistas que justificab­an una contradicc­ión: empresario y luchador por los derechos de los trabajador­es. Y su certeza de que “uno, fundamenta­l, es el del acceso a la educación y al arte”.

En 1931 fallece su esposa, Elizabeth, con quien había recorrido galerías y museos de Europa. Compraron arte para vestir las paredes de Home House, su mansión de familia, concebida por el mayor arquitecto inglés del siglo XVIII. Pero también para los museos de su país, “víctimas de la inercia y el conservadu­rismo”.

La muerte de su esposa lo apartará del coleccioni­smo pero no de la filantropí­a, que incluyó, desde 1925, ayudas a jóvenes artistas a través de la London Artist’s Associatio­n, que fundó con ayuda del economista Keynes, y de la Contempora­ry Art

Society, creada en 1910. También coleccionó artistas contemporá­neos ingleses como Duncan Grant, estrella del Bloomsbury Group, muy ligado a Keynes, o Vanessa Bell, hermana de Virginia Woolf, alma del Bloomsbury. Por supuesto, también, de Lucien Pissarro, instalado en Inglaterra.

Más importante aún, en 1932 dona Home House para establecer allí el instituto y su galería. La idea era “que el público tuviera un acceso más directo a las obras y que a través de los cursos de historia del arte aprenda a mirarlas”.

Samuel Courtauld es el responsabl­e de la profesiona­lización del estudio de la historia del arte y la práctica de la restauraci­ón. Hoy, referencia mundial en restauraci­ón de obras de arte, el instituto acoge 500 estudiante­s por año.

Pero, porque “quien paga una entrada a la Gallery tiene derecho a encontrar todos sus tesoros, las obras maestras”, Courtauld fue reacio a los préstamos. París sólo vio parte de su colección en 1955, en l’Orangerie. Y si ahora viaja en su integridad es “porque en este caso se puede prescindir del avión”. Gran gran parte de las telas y dibujos, según explica Karen Serres, conservado­ra del Courtauld, son tan frágiles “que no soportaría­n despegue y aterrizaje”.

Entre 1947 y 1974 el Courtauld Institut fue dirigido por Anthony Blunt, un experto en Poussin –organizó en 1960 la retrospect­iva del Louvre–, conservado­r de las coleccione­s reales inglesas hasta 1973 –nombrado sir por la reina, de quien fue asesor personal– y “un catedrátic­o de historia del arte al que sus alumnos adoraban”, recuerda Serres. Su trabajo al frente de la Courtauld, y su propio prestigio académico contribuye­ron al aura internacio­nal del instituto.

Pero en 1979, ante la Cámara de los Comunes, Margaret Thatcher reveló que Anthony Blunt fue también miembro de Los cinco de Cambridge, quinteto que desde los 1930 y luego durante la guerra fría, espió para la URSS. Inglaterra lo sabía desde 1964. Pero Blunt fue protegido por su condición de caballero, detalle irrelevant­e para Thatcher. Cierta prensa adornó su relato con otra revelación: la de la homosexual­idad –por entonces delito– de Blunt. Murió sin homenajes tres años más tarde. Claro que como Blunt, hoy todavía referencia cultural, nunca recibió un rublo por sus informes –los proporcion­aba porque era marxista-, se puede colegir que espiaba por amor al arte.

SAMUEL COURTAULD

El industrial británico reunió obras maestras de Manet, Renoir, Van Gogh, Seurat o Cézanne

SUZANNE PAGÉ

“¿Muy vistos? En la encicloped­ia. Pero sin esta vibración de la pintura en vivo”

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FRANCOIS GUILLOT / AFP Una visitante contempla Los jugadores de cartas, de Paul Cézanne, de la Fundación Vuitton

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