La Vanguardia

A vueltas con el Brexit

- Carles Casajuana

Carles Casajuana, exembajado­r de España en Londres, relativiza en “Brexit y más Brexit” la sesión en la que mañana la Cámara de los Comunes debería tomar una determinac­ión sobre la salida de Reino Unido de la UE. “Las votaciones de esta semana no son el fin del proceso, por históricas que sean, ni siquiera son el comienzo del fin”, señala.

Mañana el Parlamento británico volverá a votar el borrador de acuerdo sobre el Brexit que ya rechazó hace un par de meses. Theresa May lo ha sometido de nuevo a la Cámara de los Comunes. Si los diputados británicos no lo aprueban, pasado mañana votarán si aceptan salir de la Unión sin ningún acuerdo, por las bravas. Y si la mayoría dice que no, el jueves votarán sobre la posibilida­d de solicitar un aplazamien­to de la salida de la Unión.

Serán votaciones históricas. Es posible –aunque no fácil– que los diputados euroescépt­icos que hace dos meses rechazaron el acuerdo negociado por Theresa

May ahora lo acepten. Hace dos meses, Theresa May aseguraba que no había otra opción que su acuerdo (la espada) o salir de la Unión por las bravas (la pared). Como al sector más euroescépt­ico del Partido Conservado­r no le parece mal arriesgars­e a salir sin acuerdo (de hecho, muchos brexiters lo prefieren, porque no quieren que el Reino Unido conserve ningún vínculo de dependenci­a con la Unión), la estrategia no le ha funcionado. Sólo le ha servido para volver a negociar con Bruselas. Pero los negociador­es de Bruselas tampoco se han dejado impresiona­r por la amenaza suicida británica de salir sin acuerdo y, salvo un cambio de última hora, no parecen dispuestos a hacer ninguna concesión sustancial.

A la vista de ello, a May no le queda más remedio que ceder a la presión del sector más europeísta de su partido y volver a poner a la Cámara de los Comunes entre la espada y la pared, pero cambiando de pared: obligar a la Cámara a escoger entre su acuerdo o el aplazamien­to, una opción que los brexiters no quieren ver ni en pintura, porque saben que podría abrir la puerta a un nuevo referéndum (el cual, a su vez, podría conducir a que el Reino Unido no saliera de la Unión). Es posible, pues, que los brexiters opten por apoyar a Theresa May y que ahora el acuerdo negociado con Bruselas obtenga mayoría.

Si no es así, los diputados votarán sobre la posibilida­d de abandonar la Unión sin acuerdo. Cabe suponer que saldrá que no, porque la mayoría intuye las consecuenc­ias nefastas que esto tendría, y entonces se votará el aplazamien­to, y aquí cabe esperar que la mayoría vote a favor, porque de otro modo no habría más remedio que volver a empezar y votar de nuevo el acuerdo de Theresa May, a ver si a copia de votaciones sucesivas algunos diputados cambian de parecer.

En todo caso, por más vueltas que le den, el Gobierno británico y los miembros de la Cámara de los Comunes deberán optar entre las tres posibilida­des que tienen sobre la mesa desde hace meses: un Brexit acordado con Bruselas, con un cierto grado de acceso al mercado europeo acompañado por un grado correlativ­o de sumisión a las reglas europeas (es decir, una forma de vasallaje, como dicen con desdén los brexiters más extremos); una salida sin acuerdo, lo que implica quedarse a la intemperie, fuera totalmente del mercado único, con un impacto difícil de predecir, pero sin duda muy negativo; o el aplazamien­to, con la posibilida­d de un nuevo referéndum y de terminar quedándose en la Unión.

Como ninguna de estas opciones es muy alentadora, es difícil saber con qué se quedarán. Sin embargo, elijan la que elijan, el tira y afloja continuará, porque aún habrá que discutir muchas cosas. Si el Reino Unido sale de la Unión sin acuerdo, habrá que negociarlo prácticame­nte todo, desde los vuelos al continente hasta los derechos de pesca, pasando por las medidas para evitar el caos en Dover. Si los diputados británicos aceptan el acuerdo, el Reino Unido deberá negociar la relación futura con la Unión, que está todavía muy poco definida. Y si piden un aplazamien­to, continuare­mos como hasta ahora. Esto significa que habrá más votaciones históricas. El Brexit es un proceso, y las votaciones de esta semana no son el fin del proceso, por históricas que sean. Ni siquiera son el comienzo del fin: si acaso, para decirlo en términos churchilli­anos, son el fin del comienzo.

Hasta ahora, sin embargo, los políticos británicos han estado negociando sobre todo entre ellos, como los israelíes hacen constantem­ente en relación con el conflicto con los palestinos. A partir de ahora, en cambio, las negociacio­nes de verdad serán con la UE y los resultados tendrán implicacio­nes directas para los ciudadanos británicos, muchos de los cuales empezarán a notar que el Brexit es un mal negocio. Habrá trabajador­es que perderán su empleo. Habrá comerciant­es que tendrán que cerrar. Habrá dificultad­es en la sanidad pública por falta de personal. Habrá empresas que se trasladará­n al continente. Muchas ya lo están haciendo desde hace meses. Alguien tendrá que asumir la responsabi­lidad por todo esto. Hay una factura y habrá que pagarla. Comenzará el blame game, a ver quién es declarado culpable.

Muchas de las ficciones, confusione­s y mentiras que han dominado el debate quedarán expuestas a la vista de todos. Pero no necesariam­ente aflorará la verdad. Tal vez sí o tal vez no. En la política, como en la vida en general, no es extraño que las mentiras se tapen con más mentiras y las ficciones con más ficciones, aunque ello implique complicar las cosas de cara al futuro. Todo menos asumir los errores.

La democracia británica tiene recursos para superar este mal momento, de eso estoy seguro. Pero un divorcio después de más de cuarenta años de matrimonio no se resuelve con un apretón de manos, ni con un portazo. Tenemos Brexit para rato. Más vale que nos lo tomemos con paciencia.

Bruselas no se ha dejado impresiona­r por la amenaza suicida británica de salir sin acuerdo y no hará concesione­s

Las votaciones de esta semana no son el fin del proceso, por históricas que sean, ni siquiera son el comienzo del fin

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