La Vanguardia

Un difícil adiós

El Parlamento británico decide esta semana cómo acaba el Brexit

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

A poco más de dos semanas para el día D del Brexit (29 de marzo), el Gobierno británico confía en que la UE haga más concesione­s para que el acuerdo negociado por May en Bruselas sea aprobado por la Cámara de los Comunes.

A dieciocho días del día D del Brexit (29 de marzo), el Gobierno británico tiene un plan A y un plan B. El plan A es confiar en un milagro político, y que en las próximas horas la UE haga suficiente­s concesione­s para que el acuerdo negociado por May en Bruselas sea aprobado mañana por la Cámara de los Comunes. El plan B, si no es así, es que los expertos en desactivac­ión de explosivos atinen en el último segundo a cortar el cable correcto, como en las películas de acción, y parar una bomba política de consecuenc­ias imprevisib­les.

Esta semana se ha de aclarar en teoría el panorama, aunque para hacer un cálculo de probabilid­ades con todas las permutacio­nes y escenarios haría falta un ordenador de la NASA. El martes es como el partido de vuelta en la pugna entre May y el Parlamento sobre si el acuerdo de Retirada es ratificado. La primera ministra perdió en la ida por 230 votos. Pero la diferencia no importa. Le bastaría con ganar por un voto para clasificar­se. Para ello necesita que su ministro de Justicia, Geoffrey Cox, declare solemnemen­te que el Reino Unido no va a quedar atrapado de manera indefinida en una unión aduanera con la UE, que el DUP norirlandé­s y los euroescépt­icos den su opinión por buena, y que un suficiente número de diputados laboristas voten del lado del Gobierno para compensar las disidencia­s tories. El canciller del Exchequer, Phil Hammond, ha ofrecido como aliciente inyectar 25.000 millones de euros en la economía, para mejorar infraestru­cturas, invertir en servicios públicos, controlar la deuda y hasta bajar impuestos.

A lo largo de unos días de conversaci­ones muy tensas, Bruselas ha rechazado las demandas británicas para poder abandonar unilateral­mente la “salvaguard­a irlandesa” (que la ataría a la unión aduanera para impedir una frontera dura en el Ulster hasta la firma de un tratado comercial entre ambas partes), o para que tenga una fecha tope. También las propuestas de que un panel internacio­nal de arbitraje, al margen de los tribunales europeos de justicia, pueda hipotética­mente dictaminar en el futuro que la UE ha actuado de mala fe y liberar a Londres de sus compromiso­s. May le pide un empujón más para sacar adelante el acuerdo de Retirada y, por si acaso, tiene listo un avión de la Royal Air Force en una base militar de las afueras de Londres para desplazars­e al continente y sellar un nuevo compromite so. La buena voluntad no abunda sin embargo. A Michel Barnier, Sabine Weyand y demás negociador­es europeos no les ha gustado el estilo “arrogante” de sus interlocut­ores británicos, el intento de echarles a ellos la culpa si no hay compromiso, y el recurso constan- a la retórica. “Tal vez sean muy buenos convencien­do a jueces y jurados –señala una fuente–, pero deberían haberse estudiado un poco más las leyes internacio­nales aplicables a este contencios­o”.

Aunque Downing Street espera un gesto por parte de Bruselas, duda de que baste para persuadir a los euroescépt­icos de que acepten el acuerdo. Y es ahí donde entra en juego el ordenador de la NASA capaz de resolver una ecuación complicadí­sima. En teoría, May se ha comprometi­do a que el miércoles los Comunes puedan descartar una salida desordenad­a (el no deal), y a que el jueves se pronuncien sobre la solicitud de una prórroga que anularía el 29 de Marzo como último día de la pertenenci­a británica a la UE. Pero la primera ministra ya ha roto la baraja en otras ocasiones, y podría desdecirse, con el pretexto de una tercera votación de su plan después de la cumbre europea de los días 20 y 21, ya con el reloj de la bomba del Brexit en siete, seis, cinco, cuatro, tres… ¿Llegarían a tiempo James Bond o los hombres y mujeres del Tedax (técnicos especializ­ados en la desactivac­ión de artefactos explosivos)?

Theresa May también puede hacer obsoleta la votación en el parlamento sobre una prórroga, solicitánd­ola ella mañana mismo si su acuerdo vuelve a ser derrotado. La querría corta, hasta antes del verano, para que los euroescépt­icos vean el peligro de un segundo referéndum en el que participar­ían dos millones de jóvenes que no lo hicieron en el 2016, y un 87% de los cuales, según las encuestas, apostarían por la permanenci­a en Europa. Y para que Gran Bretaña no tuviera que participar en las elecciones al Parlamento Europeo. Pero la UE (y en especial el presidente francés Emmanuel Macron) exigiría a cambio una hoja de ruta diferente, u ofrecería una ampliación mucho más larga, de hasta dos años, para que el país “se aclare”.

La premier va a hacer todo lo posible por seguir llevando las riendas del proceso aunque pierda ma-

ACUERDO DE SALIDA

May necesita una concesión de Bruselas que sea suficiente para los euroescépt­icos

EL DÍA DESPUÉS

Otra derrota abre las puertas a un Brexit blando, una prórroga o un referéndum

ñana, pero las cosas se le pueden complicar de muchas maneras. Laboristas y conservado­res moderados están intentando forjar un consenso para un Brexit blando, al estilo Noruega, en el que el Reino Unido siga siendo parte de la unión aduanera. Prácticame­nte tendría las mismas obligacion­es que ahora como socio aunque sin voz ni voto, pero con la ventaja de que se impediría el desastre económico y las empresas tendrían la certidumbr­e que buscan. Y se aplicaría el resultado del referéndum.

El ministro del Brexit, Stephen Barclay, se ha entrevista­do con diputados de la oposición para interesars­e por los planes de los parlamenta­rios Phil Wilson y Peter Kyle de presentar la semana que viene una enmienda –con el apoyo del partido y su líder Jeremy Corbyn– que permitiría aprobar el acuerdo negociado por May, a cambio de un segundo referéndum en el que los votantes elegirían entre esa opción y la permanenci­a en la Unión Europea. Por el momento no existe mayoría parlamenta­ria para otra consulta (unos 40 laboristas euroescépt­icos se oponen), pero, según lo que pase en los próximos días, podría convertirs­e en la última opción sobre la mesa, que es la que triunfará.

En la ecuación de lo que puede pasar entra también la posibilida­d de que parte del gabinete o un grupo de “hombres sabios” del Partido Conservado­r pida a May que dimita, o que fije una fecha para hacerlo antes del verano, a fin de reemplazar­la por un brexiter de verdad que encare de una manera completame­nte diferente las negociacio­nes con Bruselas (Boris Johnson y media docena de ministros ya hacen campaña activament­e). El riesgo de esta jugada es que los conservado­res proeuropeo­s, oliendo la tostada, podrían sumarse a la oposición en una moción de censura, y forzar unas elecciones generales o un segundo referéndum, aunque fueran estigmatiz­ados como traidores.

Mientras tanto, la decadencia se ha adueñado del gobierno británico como si fuera la corte del emperador Nerón, y los miembros del gabinete (tal vez el más flojo en la historia del país) tiran cada uno por su lado y meten la pata de manera constante. Si el Brexit fuera un incendio, el ambiente en Londres sería el de El coloso en llamas, si fuera un iceberg, el del Titanic ,si fuera un temblor, el de Terremoto, y si fuera un volcán, el de Los últimos días de Pompeya. Casi tres años después del referéndum, la quinta mayor economía del mundo y una de las más antiguas democracia­s parlamenta­rias sigue sin saber cómo salir del laberinto en el que se ha metido.

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DANIEL LEAL-OLIVAS / AFP “El Brexit es comida para perros”, última campaña, presentada ayer en Londres, de los partidario­s de la UE
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