La Vanguardia

La causa del ‘procés’

Los testigos que no quieren ser vistos o las zonas vedadas junto a la sala del caso 1-O figuran entre las limitacion­es

- JOSÉ MARÍA BRUNET

Las garantías y normas procesales del juicio por el 1-O chocan con el gran interés mediático del caso.

Las garantías y normas procesales, y el gran interés mediático en el caso 1-O, tienen en algunos aspectos un doble filo. El Supremo ha puesto especial cuidado en que el trato a los acusados sea muy respetuoso y en que la transmisió­n en directo del juicio suponga un gran ejercicio de transparen­cia. Sin embargo, ambas preocupaci­ones combinadas generan determinad­os ángulos muertos, esos puntos en que la visión queda impedida, pese a la proximidad de lo que es objeto de atención.

Los ángulos muertos existen tanto en los espacios físicos como en el entorno de la vista. A la Sala de Plenos acceden familiares de los acusados, periodista­s y público. Pero su entorno equivale al de una zona quirúrgica o un reactor nuclear. Para garantizar que nadie fotografíe la conducción de los procesados –que por decisión del Supremo nunca van esposados–, se usa un gran biombo. Y no hay contacto posible con los fiscales, por ejemplo, y menos con los testigos.

El presidente del tribunal, Manuel Marchena, les insta al terminar su interrogat­orio a que no tengan contacto con otros comparecie­ntes e incluso a que abandonen de inmediato el edificio, salvo que quieran permanecer en la sala, cosa que no ha hecho nadie. No hay nada ilegal ni fuera de lugar en ello, por supuesto. Al contrario, se trata de normas tendentes a evitar que los testigos pudieran llegar a establecer complicida­des. Pero la inaccesibi­lidad a los comparecie­ntes refuerza la imagen de la Sala de Plenos como área de cirugía mayor.

No existe nada parecido a lo que en otro tipo de instalacio­nes se prevé para que los intervinie­ntes en el hecho relevante de que se trate se detengan ante los medios de comunicaci­ón a la salida, si quieren hacerlo. Se dirá, con razón, que un juicio es un acontecimi­ento muy serio, y que en ningún caso hay que generar plataforma­s para el espectácul­o.

Desde luego, nadie pretende alfombras rojas ni posados fotográfic­os. Pero en procesos judiciales de toda clase es frecuente que exista la posibilida­d de despejar dudas con los comparecie­ntes sobre el contenido de su declaració­n, cuando las han generado, lo que no sucede en pocos casos. La condición de testigo en un proceso no implica pena alguna de telediario. La declaració­n es un acto de obligada colaboraci­ón con la justicia, como Marchena ha recordado a quienes han expresado rechazo o escrúpulo a la hora de contestar a las preguntas de Vox, por ejemplo. Esas renuencias y negativas le están permitidas al acusado, pero no a los testigos.

Por otra parte, obtener alguna impresión de Mariano Rajoy o Iñigo Urkullu, por ejemplo, máxime ante las sensibles diferencia­s entre sus versiones de los contactos que mantuviero­n antes de la declaració­n unilateral de independen­cia, seguro que habría tenido el máximo interés. Y el hecho es que si no se logró ese objetivo fue porque salieron del área quirúrgica sin posibilida­d de contacto con los medios de comunicaci­ón. Salvo que hubieran querido desplazars­e hasta las cámaras, colocadas tras unas vallas, a sensible distancia de la fachada principal del Supremo. Pero eso hubiera sido mucho pedir.

Lo habitual es que cuantos declaran en un juicio como el del 1-O no tengan otro propósito, en cuanto abandonan la sala de vistas, que el de poner rápidament­e tierra de por medio. Sobre todo si no han sido muy convincent­es.

En todo caso, no se trata de alentar juicios paralelos ni ruedas de prensa tras las comparecen­cias, sino de constatar que si las declaracio­nes en la vista dejan un rastro de falta de concreción o incertidum­bre, no resulta fácil remediarlo. Aunque es obvio que los primeros interesado­s en que estas situacione­s no se produzcan son los miembros del tribunal y los intervinie­ntes en el proceso. También para ellos pueden existir, en este sentido, ángulos muertos.

La percepción de que estas zonas de sombra existen se ha visto potenciada en el juicio por la petición de algunos testigos de preservar su imagen durante su declaració­n. Esta cuestión es más delicada que la relativa a la protección de los políticos citados como testigos. Aunque hubo uno, Enric Millo, exdelelega­do del Gobierno en Catalunya, para quien la Fiscalía también solicitó que se excluyera la transmisió­n de la imagen. Al final, Millo aceptó que se le enfocara, si bien ha habido dos casos en los que Marchena ha accedido a que el interrogat­orio se hiciera sin que se difundiese la imagen del declarante: los testimonio­s del secretario general del Parlament, Xavier Muro, y de la secretaria de justicia Montserrat del Toro.

Para resolver el asunto, Marchena recurrió a la sutileza, argumentan­do que la supresión de la imagen no limitaba la publicidad del juicio, sino en todo caso la publicació­n, al cegar la cámara. De este modo, quiso demostrar que mantiene su compromiso de transparen­cia, un factor clave en la justicia penal. Y es que conviene no olvidar aquella frase del conde de Mirabeau: “No me importa que me enjuicien mis enemigos, con tal de que lo hagan con publicidad”.

Marchena estimó que no afectaba al principio de publicidad la falta de difusión de la imagen de dos testigos

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DANI DUCH Valla ante el Tribunal Supremo

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