Volver a Marx para afrontar los retos del siglo XXI
De forma periódica, desde el fin del siglo XIX, se ha hablado de “crisis del marxismo”. Para unos, por ejemplo, se debía a su pretensión desmesurada de fundamentar científicamente el conocimiento del movimiento de la historia para deducir de él las modalidades de la acción política que había que impulsar, allí donde otros señalaban el error, según ellos, consistente en hacer de la revolución la única modalidad posible dirigida a un cambio histórico real.
Con la revolución soviética, el marxismo se convirtió en la ideología oficial de un Estado y, posteriormente, de varios; y, de ahí, el instrumento de diversos poderes, dejando de ser un pensamiento emancipador al servicio de individuos dominados y explotados. La crítica del marxismo que se extendió entonces no ha impedido su progresión en el mundo entero, ya se trate de acompañar la instauración de regímenes de vocación totalitaria, la acción de movimientos revolucionarios o el funcionamiento de partidos comunistas y de grupos izquierdistas que apelan a Trotski o a Mao Zedong. Hubo incluso, en los años sesenta, un esfuerzo propiamente intelectual para proponer su aggiornamento sobre todo en torno al filósofo francés Louis Althusser. Pero en los años setenta, la crítica y la crisis del marxismo dieron paso a un fenómeno aún mucho más profundo y más marcado: el declive generalizado.
El marxismo empezó a ser abandonado por la intelligentsia de todo el mundo, incluso a riesgo de que intentara en primer lugar crear versiones aceptables en democracia, a fin de salvarlo de la catástrofe que suponía para ellas el uso que aún se hacía en países comunistas. Mientras la Unión Soviética y su gerontocracia se precipitaban hacia la caída que sería finalmente ratificada por Gorbachev y la China de la revolución cultural, ensalzada durante un tiempo por amplios círculos, se percibía por fin por lo que había sido, una brutalización de la población a gran escala, los últimos promotores del marxismo en Europa intentaban salvarlo y darle una imagen democrática invocando un eurocomunismo más bien reformista o, en medios intelectuales, descubriendo la figura de Antonio Gramsci, el líder comunista italiano autor de escritos progresistas. Pero los regímenes comunistas de hecho estaban en proceso de descomposición, a menos de transformarse como China en un poder autoritario adepto de la economía de mercado, los partidos comunistas se hundían, los grupos izquierdistas perdían su aura y la literatura inspirada en Karl Marx dejaba de venderse.
De ahí una pregunta: ¿está propiamente el marxismo en vías de desaparición, fenómeno histórico destacado de la era industrial de la que salimos en la actualidad?
A primera vista, todo indica que sí. Ya nadie puede seriamente hacer del proletariado obrero la figura central de la transformación revolucionaria, la sal de la tierra. Las clases, tal como se perfilaban en las diversas variantes del marxismo, han dejado el sitio a categorías sociales diversas y, sobre todo, la lucha de clases, el conflicto que estructuraba la vida colectiva de las sociedades industriales, se ha convertido a lo sumo en algo marginal. El movimiento propiamente obrero ha dejado de ocupar un lugar esencial en las movilizaciones más importantes, salvo su aparición de tipo corporativista más que dotado de un sentido universal, mientras que han aparecido nuevos protagonistas, por ejemplo movimientos de mujeres, ecologistas, altermundistas. No sólo el proyecto de proponer una visión científica del funcionamiento del sistema capitalista ha sido más o menos abandonado sino que propiamente es lo contrario lo que se extiende en el seno de movimientos populares que deberían ser sensibles a la imagen de las posibilidades de emancipación, de justicia social: en ruptura con los valores universales, empezando por la razón, son mucho más que otros permeables a las “noticias falsas” y se alinean con la postverdad.
Los intelectuales, pero también los medios populares, se han alejado de las ideas revolucionarias en todo caso en Europa y de sus avatares terroristas: todo esto se ha asociado al islam y al islamista en los universos imaginarios occidentales mucho más que a promesas de progreso y de liberación del proletariado. El marxismo, aparentemente, ha dejado de poder encarnar algún principio de esperanza.
Sin embargo, algunas señales indican que no debe excluirse un retorno de Marx.
Por una parte, el análisis económico de las desigualdades sociales, crecientes en el mundo globalizado actual, es requerido a referirse a los análisis pioneros de Marx sobre el funcionamiento del capitalismo. El éxito impresionante de Thomas Piketty, con su libro El capital en el siglo XXI, es el de un autor que ha podido afirmar no haber leído jamás una sola línea de Marx, algo difícil de creer. Sin embargo, aunque sólo sea por su título, su obra se refiere a Marx aunque sea para desarrollar la crítica, por ejemplo a propósito de la ley de bajada tendencial del índice de beneficio; el índice de beneficio, muestra Piketty, no ha disminuido a pesar de una formidable acumulación de capital. Cuestionando siempre el capitalismo, el caso es que Piketty ha reabierto el espacio en el que el marxismo puede intervenir.
Por otra parte, las tendencias mundiales al populismo pueden leerse como la señal de un fracaso de los pensamientos clásicos de izquierdas, los comunistas y sobre todo los socialdemócratas, a la hora de proponer modelos de acción y de dar forma política a las demandas sociales de justicia y seguridad. No obstante se advierte, aquí y allá, que los llama- mientos a una clase, más que a un pueblo y a referencias revolucionarias que cabía creer de otra época, son susceptibles de reaparecer. El reciente movimiento de los chalecos amarillos en Francia ha suscitado referencias a la revolución francesa, ya se trate de los “cuadernos de quejas” de 1789, o de la muerte del rey Luis XVI, ejecutado en 1793, que abren la vía también en este caso a la vuelta de pensamientos susceptibles de reclamar el legado de Marx.
Por otra parte, este movimiento ha suscitado numerosas relecturas y evocaciones del célebre análisis que hizo Marx del 18 brumario de Luis Napoleón Bonaparte (1852).
Por último, la probabilidad de un nuevo seísmo financiero comparable al del 2008 o incluso peor augura aún un interés renovado por los escritos de Marx: en el 2009, los editores alemanes señalaban con ocasión de la feria del libro de Francfort un avance progresivo de las ventas de El Capital, debidas a su juicio a la crisis financiera, a la que había que dar un sentido mientras que el ministro de Finanzas alemán de la época declaraba a Der Spiegel que “ciertas partes de la teoría de Marx no son tan falsas”. Como había observado un ensayista francés, Daniel Lindenberg, el marxismo es difícil de encontrar… salvo en momentos de crisis y de graves acontecimientos.
Los años noventa y dos mil se han visto dominados por el triunfo del neoliberalismo y de la idea de que el mercado y la democracia constituyen la panacea. Los años futuros podrían ser los de otros modelos de pensamiento en cuyo seno Karl Marx podría reencontrar una cierta aura. Este último rechazaba llamarse él mismo marxista: tal vez no hay que excluir un retorno, si no al marxismo, es decir al conjunto de textos que lo invocan, sí al menos a Marx, a sus escritos, a su obra.
Los ‘chalecos amarillos’ evocan la revolución francesa y abren la vía a reclamar también el legado de Marx
Traducción: José María Puig de la Bellacasa