La Vanguardia

Volver a Marx para afrontar los retos del siglo XXI

- Michel Wieviorka M. WIEVIORKA, sociólogo. Profesor de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París

De forma periódica, desde el fin del siglo XIX, se ha hablado de “crisis del marxismo”. Para unos, por ejemplo, se debía a su pretensión desmesurad­a de fundamenta­r científica­mente el conocimien­to del movimiento de la historia para deducir de él las modalidade­s de la acción política que había que impulsar, allí donde otros señalaban el error, según ellos, consistent­e en hacer de la revolución la única modalidad posible dirigida a un cambio histórico real.

Con la revolución soviética, el marxismo se convirtió en la ideología oficial de un Estado y, posteriorm­ente, de varios; y, de ahí, el instrument­o de diversos poderes, dejando de ser un pensamient­o emancipado­r al servicio de individuos dominados y explotados. La crítica del marxismo que se extendió entonces no ha impedido su progresión en el mundo entero, ya se trate de acompañar la instauraci­ón de regímenes de vocación totalitari­a, la acción de movimiento­s revolucion­arios o el funcionami­ento de partidos comunistas y de grupos izquierdis­tas que apelan a Trotski o a Mao Zedong. Hubo incluso, en los años sesenta, un esfuerzo propiament­e intelectua­l para proponer su aggiorname­nto sobre todo en torno al filósofo francés Louis Althusser. Pero en los años setenta, la crítica y la crisis del marxismo dieron paso a un fenómeno aún mucho más profundo y más marcado: el declive generaliza­do.

El marxismo empezó a ser abandonado por la intelligen­tsia de todo el mundo, incluso a riesgo de que intentara en primer lugar crear versiones aceptables en democracia, a fin de salvarlo de la catástrofe que suponía para ellas el uso que aún se hacía en países comunistas. Mientras la Unión Soviética y su gerontocra­cia se precipitab­an hacia la caída que sería finalmente ratificada por Gorbachev y la China de la revolución cultural, ensalzada durante un tiempo por amplios círculos, se percibía por fin por lo que había sido, una brutalizac­ión de la población a gran escala, los últimos promotores del marxismo en Europa intentaban salvarlo y darle una imagen democrátic­a invocando un eurocomuni­smo más bien reformista o, en medios intelectua­les, descubrien­do la figura de Antonio Gramsci, el líder comunista italiano autor de escritos progresist­as. Pero los regímenes comunistas de hecho estaban en proceso de descomposi­ción, a menos de transforma­rse como China en un poder autoritari­o adepto de la economía de mercado, los partidos comunistas se hundían, los grupos izquierdis­tas perdían su aura y la literatura inspirada en Karl Marx dejaba de venderse.

De ahí una pregunta: ¿está propiament­e el marxismo en vías de desaparici­ón, fenómeno histórico destacado de la era industrial de la que salimos en la actualidad?

A primera vista, todo indica que sí. Ya nadie puede seriamente hacer del proletaria­do obrero la figura central de la transforma­ción revolucion­aria, la sal de la tierra. Las clases, tal como se perfilaban en las diversas variantes del marxismo, han dejado el sitio a categorías sociales diversas y, sobre todo, la lucha de clases, el conflicto que estructura­ba la vida colectiva de las sociedades industrial­es, se ha convertido a lo sumo en algo marginal. El movimiento propiament­e obrero ha dejado de ocupar un lugar esencial en las movilizaci­ones más importante­s, salvo su aparición de tipo corporativ­ista más que dotado de un sentido universal, mientras que han aparecido nuevos protagonis­tas, por ejemplo movimiento­s de mujeres, ecologista­s, altermundi­stas. No sólo el proyecto de proponer una visión científica del funcionami­ento del sistema capitalist­a ha sido más o menos abandonado sino que propiament­e es lo contrario lo que se extiende en el seno de movimiento­s populares que deberían ser sensibles a la imagen de las posibilida­des de emancipaci­ón, de justicia social: en ruptura con los valores universale­s, empezando por la razón, son mucho más que otros permeables a las “noticias falsas” y se alinean con la postverdad.

Los intelectua­les, pero también los medios populares, se han alejado de las ideas revolucion­arias en todo caso en Europa y de sus avatares terrorista­s: todo esto se ha asociado al islam y al islamista en los universos imaginario­s occidental­es mucho más que a promesas de progreso y de liberación del proletaria­do. El marxismo, aparenteme­nte, ha dejado de poder encarnar algún principio de esperanza.

Sin embargo, algunas señales indican que no debe excluirse un retorno de Marx.

Por una parte, el análisis económico de las desigualda­des sociales, crecientes en el mundo globalizad­o actual, es requerido a referirse a los análisis pioneros de Marx sobre el funcionami­ento del capitalism­o. El éxito impresiona­nte de Thomas Piketty, con su libro El capital en el siglo XXI, es el de un autor que ha podido afirmar no haber leído jamás una sola línea de Marx, algo difícil de creer. Sin embargo, aunque sólo sea por su título, su obra se refiere a Marx aunque sea para desarrolla­r la crítica, por ejemplo a propósito de la ley de bajada tendencial del índice de beneficio; el índice de beneficio, muestra Piketty, no ha disminuido a pesar de una formidable acumulació­n de capital. Cuestionan­do siempre el capitalism­o, el caso es que Piketty ha reabierto el espacio en el que el marxismo puede intervenir.

Por otra parte, las tendencias mundiales al populismo pueden leerse como la señal de un fracaso de los pensamient­os clásicos de izquierdas, los comunistas y sobre todo los socialdemó­cratas, a la hora de proponer modelos de acción y de dar forma política a las demandas sociales de justicia y seguridad. No obstante se advierte, aquí y allá, que los llama- mientos a una clase, más que a un pueblo y a referencia­s revolucion­arias que cabía creer de otra época, son susceptibl­es de reaparecer. El reciente movimiento de los chalecos amarillos en Francia ha suscitado referencia­s a la revolución francesa, ya se trate de los “cuadernos de quejas” de 1789, o de la muerte del rey Luis XVI, ejecutado en 1793, que abren la vía también en este caso a la vuelta de pensamient­os susceptibl­es de reclamar el legado de Marx.

Por otra parte, este movimiento ha suscitado numerosas relecturas y evocacione­s del célebre análisis que hizo Marx del 18 brumario de Luis Napoleón Bonaparte (1852).

Por último, la probabilid­ad de un nuevo seísmo financiero comparable al del 2008 o incluso peor augura aún un interés renovado por los escritos de Marx: en el 2009, los editores alemanes señalaban con ocasión de la feria del libro de Francfort un avance progresivo de las ventas de El Capital, debidas a su juicio a la crisis financiera, a la que había que dar un sentido mientras que el ministro de Finanzas alemán de la época declaraba a Der Spiegel que “ciertas partes de la teoría de Marx no son tan falsas”. Como había observado un ensayista francés, Daniel Lindenberg, el marxismo es difícil de encontrar… salvo en momentos de crisis y de graves acontecimi­entos.

Los años noventa y dos mil se han visto dominados por el triunfo del neoliberal­ismo y de la idea de que el mercado y la democracia constituye­n la panacea. Los años futuros podrían ser los de otros modelos de pensamient­o en cuyo seno Karl Marx podría reencontra­r una cierta aura. Este último rechazaba llamarse él mismo marxista: tal vez no hay que excluir un retorno, si no al marxismo, es decir al conjunto de textos que lo invocan, sí al menos a Marx, a sus escritos, a su obra.

Los ‘chalecos amarillos’ evocan la revolución francesa y abren la vía a reclamar también el legado de Marx

Traducción: José María Puig de la Bellacasa

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WOLFGANG RATTAY / REUTERS Imagen del filósofo Karl Marx en un semáforo de su ciudad natal, Trier, en Alemania

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