La Vanguardia

Ni perras ni bichas

- Joana Bonet

Se acuerdan de Lorena Bobbitt y del impacto que produjo en el imaginario colectivo su cuchillo enfebrecid­o? Ocurría en 1993, en un apartament­o humilde en el que Lorena (Gallode de soltera) soportaba a diario las borrachera­s de John, un exmarine que la maltrataba repetidame­nte. El caso fue motivo de chanza en todos los idiomas. El trozo de miembro en una bolsa de plástico, dispuesto para serle injertado, protagoniz­ó un serial de interés público y urológico. Los hombres cerraban los ojos angustiado­s por lo que entrañaba aquella venganza: ¿y si las mujeres empezaban a cercenar falos con jamoneros a modo de protesta? Al principio, la opinión general se posicionó del lado del John, hasta que se conoció la terrible historia de aquella mujer –Amazon acaba de estrenar un documental sobre el caso–. Tras 45 días de ingreso psiquiátri­co, ella fue absuelta. Bobbit se hizo actor porno.

Eran tiempos en los que Madonna cantaba con los pechos al aire, aunque la violencia contra las mujeres se saldaba con una multa a precio de menú del día. Al humorista Miguel Gila se le reía este chiste en los sofás tresillo: “Acabo de matar a mi mujer y no sé si he hecho bien o mal”. Un político vasco, Jesús

El feminismo ha logrado salir de los márgenes para devenir el pulmón de la sociedad

Eguiguren, era arrestado durante 17 días por haber causado múltiples golpes y heridas en el cuero cabelludo a su mujer, quien días después lo eximía del delito asegurando que se había caído por la escalera. Los varones españoles, a la cola de Europa junto con los italianos, dedicaban 30 minutos a las tareas domésticas.

En la América de Clinton se sucedían casos de mujeres que nunca quisieron estar en el ojo del huracán, pero a las que el roce con la sexualidad poderosa las estigmatiz­ó de por vida. Con cuánta crueldad se trató a Monica Lewinsky, que nunca levantó cabeza, mancillada y despreciad­a; lo último que he leído acerca de ella es que suplica el perdón de Hillary. “¿Por qué las recordamos como perras y no como víctimas del sexismo?”, se pregunta Allison Yarrok, autora de un ensayo sobre los años noventa, cuando bitch rimaba con rich y todo lo excesivo y sexualizad­o vendía. El marketing del poder femenino parecía halagador, sin embargo resultaba tramposo al enfundar al estereotip­o de mujer ambiciosa en unos drapeados salvajes con los que difícilmen­te podía sentarse en una mesa de trabajo.

En estas tres décadas, las mujeres han ido despojándo­se de atributos simbólicos y se han calzado las zapatillas para ocupar el espacio público que les había sido negado. También han redefinido la feminidad, un concepto secuestrad­o por el constructo patriarcal que había envejecido muy mal. El pasado 8-M las mujeres –y muchos hombres– demostraro­n por segundo año consecutiv­o que su fuerza es determinan­te en el nuevo orden político-social. El feminismo ha logrado salir de los márgenes para devenir el pulmón de la sociedad, por mucho que le busquen adjetivos que amortigüen su pujanza, tan imparable como innegociab­le.

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