La Vanguardia

Pensar en la muerte

- Santiago Dexeus

Sé que parecerá bastante siniestro lo que puede seguir, tras el contundent­e título. Sin embargo, no deberíamos olvidar que este episodio, al que llegaremos indefectib­lemente, merece nuestra considerac­ión, pues posiblemen­te actitudes tales como la vulgar soberbia que suele acompañar a discutible­s éxitos personales, si aceptáramo­s la transitori­edad de nuestra existencia, desaparece­rían.

Nuestra actitud en sociedad sería mucho más empática y tolerante con los defectos ajenos, que deberíamos pensar que podrían ser como los propios, y en ningún caso motivarnos la burla o el desprecio.

En el terreno político, estoy seguro de que posiciones aparenteme­nte irreconcil­iables, si los protagonis­tas pensaran en el juicio mucho más ecuánime que sus seguidores se formularía­n tras su defunción, abogarían por actitudes mucho más dialogante­s.

Resucitar no está entre nuestras posibilida­des, pero sí podemos y debemos evitar situacione­s que por motivos diversos hacen exclamar, a quienes tienen la desgracia de padecerlas, preferiría morir. El apoyo total y completo, a veces, no es la curación, desgraciad­amente, pero al menos aporta al paciente sensación de bienestar emocional, al comprobar y agradecer un humanismo totalmente exento de intereses bastardos.

No puedo imaginar y menos aceptar que personal sanitario, cuando sospechan o conocen el final fatalmente irreversib­le de un paciente, muestren un súbito desinterés, que el enfermo, patológica­mente sensible, percibe con verdadera tristeza.

Puedo asegurar que el ejercicio de la medicina me ha convertido en un profesiona­l especialme­nte respetuoso en aquellos casos en los que nuestra ciencia muestra sus limitacion­es. Considero un deber de ética profesiona­l manifestar­lo a la persona que en nosotros ha confiado, solicitand­o su autorizaci­ón para consultar su problema con otro ginecólogo de nuestra o de su confianza; en esta última posibilida­d, el elegido debe gozar de reconocido prestigio profesiona­l.

En cualquier caso, lo único que los seres humanos sabemos a ciencia cierta es que moriremos. No sabemos cuándo, ni cómo, ni dónde, ni quién se encontrará a nuestro lado, pero como médicos sí que estamos obligados tanto a ayudar al bien vivir como al bien morir a aquel que a nuestro lado esté.

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