La Vanguardia

Más Stendhal, con la venia

No sé si tiene nombre el síndrome de la actualidad invasiva que coloniza el espacio en los medios y nos secuestra la atención

- EL RUNRÚN Màrius Serra

Apesar de que no consta en la lista de patologías mentales DSM (Diagnostic and statistica­l manual of mental disorders), el síndrome de Stendhal es considerad­o una enfermedad psicosomát­ica provocada por una sobredosis de belleza artística, sobre todo pictórica. Los síntomas asociados son taquicardi­as, vértigo, desconcier­to y, en algún caso, alucinacio­nes. Stendhal es el pseudónimo con el que el escritor francés del siglo XIX Marie-Henri Beyle firmaba sus obras. Entre ellas, la novela Rojo y negro, pero también un par de libros de viajes por Italia, en uno de los cuales describe detalladam­ente el efecto que le provoca visitar Florencia en 1817. Parece que no eran extraños los casos de vértigos y desmayos en Florencia, en especial al visitar la Galleria degli Uffizi, pero no fue hasta 1979 que una psiquiatra italiana, Graziella Magherini, describió el síndrome y documentó un centenar de casos. Tan pronto como se popularizó el término, la poderosa máquina banalizado­ra del turismo de masas rebajó este síndrome a la experienci­a cotidiana de hastío que domina a los grupos de turistas cuando visitan grandes pinacoteca­s a toque de pito. Es decir, que el turismo pone a Stendhal a la altura del estrés general o las

depres de cada lunes.

Pero la acumulació­n artística se puede relacionar con diversas variantes que aún no tienen nombre. No tiene nombre, aún, el síndrome del hilo musical que debes tragarte sí o sí en supermerca­dos, restaurant­es o centros comerciale­s. Los amantes de la lectura aún tenemos la salud más expuesta. No tiene nombre, aún, el síndrome del periodista cultural que debe leer a velocidad supersónic­a un libraco que no se acaba nunca justo antes de entrevista­r a su autor. Tampoco tiene nombre la lectura en diagonal de reseñas, artículos y otros paratextos sobre las obras de un autor inesperada­mente premiado que no estaba en las quinielas, ya sea del Nobel (¡y este año, serán dos!) o del Premi d’Honor de les Lletres Catalanes (Marta Pessarrodo­na, el pasado martes). Tampoco tiene nombre el síndrome del jurado. No uno de esos jurados que, como los del Supremo, se autodenomi­nan la Sala, sino un jurado de premio literario que, un buen día, recibe un par de cajas en casa con una treintena de originales de trescienta­s páginas impresas y encanutill­adas que aspiran a ganar un premio de novela bien dotado. He pasado por esa tortura unas cuantas veces. No sé si los síntomas se correspond­en con los del síndrome de Stendhal, pero tener miles de folios pendientes provoca vértigo y desconcier­to en grado sumo. Finalmente, no sé si ya tiene nombre el síndrome de la actualidad invasiva, como el juicio al procés, que coloniza el espacio en los medios de comunicaci­ón, nos secuestra la atención y nos la desvía de la lectura. Este síndrome sí que provoca taquicardi­as, vértigo, desconcier­to y, con la venia, alucinacio­nes.

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