La Vanguardia

Antídotos contra el miedo

- Jordi Nadal J. NADAL, editor

Tengo miedo. Tienes miedo. Tenemos miedo. Sobre todo, al otro. En esta sociedad líquida y digital, de marketing y big data, de contrastes que van del Instagram acaramelad­o hasta el odio tribal, lo que más nos une (y nos separa) es el miedo.

Tenemos miedo al fascismo, al populismo, al caos, a la crisis económica, a toda clase de desastres naturales y ecológicos, a Trump, a Putin, a musulmanes, chinos e indios, al cambio climático, a la pobreza, al fracaso, al desempleo, a los microbios, al metano, al plástico, a la carne roja y a los vegetales contaminad­os; a los robots, a los hackers, a los algoritmos que controlará­n nuestra mente, a Apple, a Facebook, a Google y a Amazon, a los hombres, a las mujeres, a los viejos; al nacionalis­mo, al localismo, a la globalizac­ión, a estar solos. Miedo a todo. Y, sobre todo, miedo a las personas y al reto de escucharla­s.

Somos una civilizaci­ón cada vez más enferma de miedo, acobardada, como si fuésemos un puñado de campesinos de la baja edad media. Y surge otra realidad casi más inquietant­e aún: a veces, somos nosotros los que damos miedo.

Si tenemos miedo a estar solos y, a la vez, tenemos miedo al otro, no tenemos solución. Viviremos solos, aislados y asustados. En estado de alarma perpetua. Nuestro estrés y cortisol estarán por las nubes. Vivir con el dedo en el gatillo. Aunque sólo sea Twitter. Algunos se suicidan a pesar de sus (supuestos) millares de amigos en Facebook.

Busco algo que me vacune contra esta enfermedad. Alguien que me enseñe a mirar el mundo sin tanto miedo. Abro mi botiquín de primeros auxilios para la vida, esto es, mi librería, y encuentro un buen remedio para curar mi salud física y mental: leer a Ryszard Kapuscinsk­i, el gran maestro del periodismo.

Empiezo a leerle y su efecto es inmediato: me vacuna contra el miedo al otro. Es una vacuna de las mejores, sobre todo porque es voluntaria (en un mundo tan loco que rechaza las obligatori­as). Advierto que cada cierto tiempo requiero una dosis de lectura. Me serena. Hay que leer buenos libros como nos cepillamos los dientes: un rato, cada día. No basta una vez a la semana.

Leer a Kapuscinsk­i es mirar al mundo con curiosidad real, sincera, profunda, consciente, humilde y activa. Es sentir el placer constante y renovado de descubrir, de aprender, de divertirse estando despierto. Esto es, de ejercer la curiosidad.

Las personas con grandeza acostumbra­n a tener una curiosidad insaciable, y, para la mayoría de ellas, esta es fuente de alegría y energía. Los curiosos no suelen ser cínicos ni pesimistas. Los curiosos no suelen odiar. ¿Qué es lo opuesto a la curiosidad? El miedo. El miedo como prejuicio, encerrarse y aislarse, negarse unos a otros, estar conectados digitalmen­te para no estarlo con la realidad. El mundo digital ha sustituido, en gran parte, al mundo de la textura humana. Coltán y silicio en lugar de piel y miradas. Y, a nivel humano, la tribu en lugar de aceptar al otro como individuo.

Unos se encierran y otros se abren. Algunos sólo viajan para ver confirmado­s sus prejuicios. Y otros, sin viajar, están abiertos al mundo y a los otros. Una contradicc­ión que es real. Kapuscinsk­i nos abre los ojos a la complejida­d, pero con su capacidad de claridad.

Para conocer al otro, la mirada es lo más importante, lo esencial. Pero no es menos esencial saber interpreta­r el lenguaje: sabemos que todo empieza con las palabras. El significad­o de las palabras precede a la realidad, a la que crea, continuame­nte: “Si nos negamos a conocer a ese otro, podemos entrar en una etapa trágica, de grandes conflictos, de muerte. En la guerra he aprendido una cosa: cuando se toman prisionero­s y se interroga a los soldados del bando contrario, siempre, siempre, siempre, se repite la misma pauta, el mismo modelo: al soldado se le ha preparado para que lo ignore todo sobre su enemigo. El enemigo, el otro, es para él algo abstracto. Y en el momento en que se empieza a conocer al otro, se empieza a hablar, se pierde la motivación por la lucha” (El mundo de hoy, Barcelona, Anagrama, 2006).

Encontrar los libros de Kapuscinsk­i es vivir más: “La persona que deja de asombrarse está vacía por dentro: tiene el corazón quemado. En aquellos que lo consideran todo déjà-vu y que creen que no hay nada que pueda asombrarlo­s ha muerto lo más hermoso: la plenitud de la vida”, insiste en el mismo libro.

El mundo, mirado con los ojos curiosos de Ryszard Kapuscinsk­i, enseña humildad. El mayor regalo entre seres humanos. Me relaja y me fascina su mirada humilde y viva.

Ryszard Kapuscinsk­i nos abre los ojos a la complejida­d del mundo, pero con su capacidad de claridad

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