La Vanguardia

El alquiler dispara los conflictos entre propietari­os e inquilinos

Las comunidade­s se enfrentan al encarecimi­ento de rentas, al fin de contratos y a desahucios

- LUIS BENVENUTY XAVIER CERVERA (FOTOS)

Últimament­e buena parte de las charlas casuales entre los padres de los chavales de la escuela Àngel Baixeras del Gòtic tratan sobre el alquiler... sobre el alquiler que le doblan a uno, el que no le quieren renovar a otro. La gentrifica­ción también se nota en las aulas, lamenta la directora de este centro. En verdad es un tema de conversaci­ón áspero. Te fijas en que hace tiempo que no ves a un crío, preguntas por él y... Luego uno regresa a casa con la cabeza en otra parte, pensando que en cualquier momento puede recibir ese burofax. Son los miedos de hoy día.

Entonces, en el rellano del número 10 del pasaje de la Pau, en el corazón del Gòtic, entre la Rambla y la calle Josep Anselm Clavé, Lizete Elizondo le dijo a Vicky Apud que le acaba de llamar el administra­dor de la finca, que el propietari­o está vendiendo el edificio a un grupo de inversores, que no le van a renovar el contrato, que su alquiler quedará resuelto en unos pocos meses... “He ido a buscar a José Antonio, al dueño –prosiguió Lizete, con el rostro descompues­to. Lleva 14 años viviendo aquí–, y le he preguntado porque no me hacía otra prórroga de un año, como siempre... y le he dicho que después de tanto tiempo no puede hacerme esto de repente... y me ha dicho que no ha tenido más remedio, que resolver mi contrato era una condición de los compradore­s, que si me prorrogaba el alquiler otro año perdería mucho dinero”.

Vicky tardó unos instantes en darse cuenta de lo que pasaba. ¿Vendieron la finca? –se dijo, aún plantada en el rellano, mientras Lida zete continuaba hablando con el rostro descompues­to– ¿otra vez nos van a echar? “Es que nosotros nos mudamos en agosto –detalla ahora Vicky–. Mi marido y mis dos hijos vivimos más de 10 años en la calle Notariat, hasta que vendieron la finca y los nuevos propietari­os se negaron a renovar los contratos. ¿Me va a pasar lo mismo por segunda vez? ¿tan pronto? Aún nos quedan un par de años de contrato, pero... Desde hace semanas vemos ca- dos por tres arquitecto­s tomando medidas de las paredes de las escaleras, excursione­s de inversores muy trajeados que lo miran todo muy atentos, que se cruzan con nosotros y toman notas... ¡Ha venido hasta un futbolista famoso! Es muy desagradab­le. La ley no protege a los inquilinos. Ahora mi hija cada vez que salimos de casa me pregunta si luego podremos regre-

sar... el pequeño aún no sabe nada”.

José Antonio, el propietari­o de toda la vida del edificio, es un hombre mayor cuyas circustanc­ias familiares son delicadas. Necesita el dinero. Nadie critica su decisión.

“Es que mi contrato es el primero en expirar –exclamó Lizete, ahí, en el rellano– ¿te das cuenta, Vicky? ¡luego vendrán los demás!”. Lizzete y su pareja, que también tienen dos hijos pequeños, comunicaro­n al administra­dor que entienden que su última prorroga de un año es irregular, que los contratos han de ser de un mínimo de tres años, que no se piensan marchar hasta febrero del 2021. Al resto de contratos, explican los vecinos, le quedan entre algo más de un año y poco menos de tres. La mayoría trata de orquestar un frente común. Un par de inquilinos tienen contratos indefinido­s. “A mí no pueden echarme –direhabili­tar

ce Teresa Aracil, de 86 años–... ¡y si lo intentaran no les dejaría! Vivo aquí desde niña. Conocer a tus vecinos da paz. Son los vecinos los que hacen que el barrio sea agradable”.

Y la abogada del propietari­o de la finca de toda la vida explica que sí, que una de las condicione­s de la venta fue no renovar en su momento el contrato de Lizete y dejar que expirara en febrero. “Se le ofreció la posibilida­d de permanecer en la vivienda hasta junio, para que tuviera tiempo para buscar piso, pero rechazó la oferta. Ahora estamos en los últimos flecos de las negociacio­nes con los compradore­s. Su intención no es especular. Pretenden rehabilita­r las viviendas y alquilarla­s. Tienen derecho a no renovar los contratos. Es su decisión”.

La persona encargada de gestionar la compra del 10 del pasaje de la Pau y de buscar inversores asegura que su intención no es expulsar a nadie del edificio, “sino sanearlo, los pisos y actualizar las rentas. Es una finca catalogada con portera y pisos de más de 100 m2 por los que en muchos casos pagan unos 900 euros. Sus precios de mercado de estos pisos oscilan entre los 1.300 y los 1.500. Buena parte de los incremento­s se situarían en torno al 20%. A muchos de estos inquilinos no les subieron el alquiler durante muchos años, ni siquiera el IPC. Entonces no se quejaban... Además, son personas con recursos. Nosotros no somos ningún fondo buitre. Lo que pasa es que últimament­e en Barcelona muchos insisten en pintarnos a todos los del sector como especulado­res”.

Según datos de la Generalita­t, el precio medio de los arriendos en el Gòtic se encareció en 310 euros en los últimos cinco años. Hoy es de unos 1.025. El promedio de los alquileres en Barcelona es de 930.

“Es que tras tanto tiempo mudarse es un problema grave –tercia Sandra Caballero, que vive aquí desde hace lustros–. Te bajas las apps para buscar piso y se te cae el alma a los pies. No sé dónde tendré que irme. Pero en el Gòtic no podré quedarme... Y perderé tantas cosas... Hablamos de un montón de relaciones sociales, de escenarios cotidianos, de los amigos de mi hijo, de su colegio...”. Marcel es alumno de la escuela Baixeras.

“Cada vez más familias dejan el barrio porque no les renuevan el contrato o les doblan la renta –dice Mercè Vilalta, la directora del centro–. Algunas se van a vivir a su segunda residencia y todos los días traen a los niños desde otras comarcas para no cambiarlos de colegio a mitad de curso. Otros no tienen más remedio que matricular a sus hijos en otro centro”.

Son situacione­s de estrés que afectan a los chavales, a la cohesión de la clase y a las relaciones entre las familias. Y es que de este modo se rompen unos vínculos fundamenta­les a la hora de fortalecer los lazos de una vecindad, de hacer barrio. Tres años atrás, agrega la directora, la escuela Baixeras registró 5 bajas de este tipo, y el pasado sumó 10. La capacidad del centro es de 220 alumnos. En estos momentos suma 195. Faltan niños en el Gòtic.

“Además –prosigue Mercè Vilalta–, también hay gente que se harta de los segways, la masificaci­ón turística, la insegurida­d ciudadana, los captadores de los clubs de cannabis... y prefiere criar a sus hijos en otro lugar. Hasta hace poco estábamos acostumbra­dos a que a mitad de curso ingresaran en el centro hijos de inmigrante­s que querían instalarse en el barrio. Ya no pasa. Ahora la mayor parte de la gente que viene al Gòtic es de paso. Quizás se quedan un año o dos. No hacen una vida familiar”. Y encima está muy dispuesta a pagar mucho más por el alquiler de una vivienda.

UN MERCADO COMPLICADO

El alquiler a este lado de la Rambla se encareció 310 euros en apenas cinco años

UN BARRIO QUE SE DILUYE

Muchas familias tienen que mudarse y buena parte de los nuevos vecinos están de paso

 ?? XAVIER CERVERA ?? Trincheras en el rellano. Vecinos del 10 del pasaje la Pau hacen piña con el objetivo de no verse abocados a abandonar el Gòtic
XAVIER CERVERA Trincheras en el rellano. Vecinos del 10 del pasaje la Pau hacen piña con el objetivo de no verse abocados a abandonar el Gòtic
 ?? XAVIER CERVERA ?? Lizete, en su piso en el número 10 del pasaje de la Pau
XAVIER CERVERA Lizete, en su piso en el número 10 del pasaje de la Pau

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