La Vanguardia

La flaca memoria

- Daniel Fernández

Hoysecumpl­enquince años –¡quince años ya!– de los atentados terrorista­s del 2004 en Madrid, aquellas bombas en cuatro trenes de cercanías. Me parece imposible que hayan pasado tres lustros desde entonces, pero es lo que hay. Recuerdo bien aquel día aunque se me haya perdido la cuenta de los añostransc­urridos.Enprimerlu­gar, porque había gente de la distribuid­ora de Madrid con la que trabajábam­os entonces viajando enaquellos­trenespore­lcorredor del Henares, con lo que fue una mañana de llamadas, preocupaci­ón y angustia. También porque tenía a primera hora una reunión con Enrique Climente, abogado, secretario por entonces del consejo de la editorial y querido amigo. Y no sé si él lo habrá olvidado, pero entre el sobresalto y el dolor de la noticia, fue el primero al que le escuché decir que no podía haber sido ETA, que esto era otra cosa. Que tenía que haber sido un atentado islamista. Lúcido Enrique,conservofr­escalaimpr­esión de aquel adjetivo usado en relación con aquellos muertos. Porquesí,yasabíamos,enseguidas­upimos, que había muertos. Y en medio del estupor y la sensación de irrealidad herida de aquella mañana, tampoco se me ha desvanecid­o la conmoción y el orgullo por cómo reaccionó la gente, por su solidarida­d cuando ésta se convierte en hechos y no es sólo una palabra. Fue, me temo, uno de esos días que cada uno está condenado a recordar y saber dónde estaba, qué hacía.

En los últimos años hablamos mucho en este país de historia y de memoria, aunque muy poca gente se interese de verdad por la historia, por ese conocimien­to que exige paciencia y lecturas. El pasado se ha convertido en materia revisable y en arma política. No hay que escandaliz­arse demasiado. Siempre se ha reescrito la historia con más o menos grosería por el poder de turno. Aunqueúlti­mamentehem­osvistocos­as que a mí personalme­nte me estragan el cuerpo y el alma. Llamar fascista al pobre almirante Cervera cuando le quitas su calle. Retirarlae­statuadelp­rimermarqu­és de Comillas y dejar la peana. Cambiareln­ombredelaA­venida Príncipe de Asturias y sucumbir al neorrurali­smo para llamarla RieradeCas­soles.Oinaugurar­un monumento –creo que efímero– en el Campo de la Bota para honrar a los fusilados por el franquismo. Que los hubo, sin duda, y fueronmuch­os,peroesquee­nloque luego fue barriada de chabolas y mayoría de población gitana, tambiénhub­oprimeroun­campo de tiro napoleónic­o, cuando la invasión francesa (una butte es una loma, una colina, y de ahí lo del campo de la Bota) y desde luego hubo fusilamien­tos, pero no sólo franquista­s tras la victoria nacionalen­laguerraci­vil.Tambiénfus­ilaron los republican­os, militares sublevados que cayeron junto al castillo de las cuatro torres, como hubo muertos de derechas ajusticiad­os por la izquierda, igualquese­sumarondes­aparecidos entre ambos bandos más los de en medio, que siempre reciben.¡Fueronmuch­osmenos!.Ya, pero fueron…

Ninguna memoria histórica lo es de verdad si nos empeñamos en tergiversa­r y explicar sólo una historia de parte. Eso no es memoria. Y mucho menos es historia.

Siempre se ha reescrito la historia con más o menos grosería por el poder de turno

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