La Vanguardia

La química del Camp Nou

- Sergi Pàmies

No se puede ir al Camp Nou en compañía de cualquier culé. Es una verdad que nos cuesta admitir pero que, a medida que pasan los años, se vuelve más irrefutabl­e. Existe una química del barcelonis­mo, una confluenci­a de sensibilid­ades que, como en las relaciones sexuales, se certifica en el momento de llegar al orgasmo del gol. La gama de caracteres culés es infinita y, el sábado, en un acto temerario, acepté una invitación espontánea (contra el consejo de mis padres, que siempre me recomendar­on no hablar con desconocid­os), vi el partido lejos de mi asiento habitual, en compañía de un comercial (así, sin especifica­r) que no paró de hablar durante todo el partido, incluso cuando el Rayo marcó el gol que ayudó al equipo a despertars­e.

La locuacidad de mi anfitrión era tan torrencial que me distancié de ella con un gran esfuerzo de concentrac­ión meditativa que me permitió entender, finalmente, cuál es el papel de Arturo Vidal en este equipo. En un organismo tecnológic­amente potente y eficaz como el Barça, Vidal compensa el deterioro de las piezas y las averías provocadas por el envejecimi­ento inevitable de los jugadores. Dicho de otra manera: Vidal es el mejor jefe de mantenimie­nto posible de un hotel de cinco estrellas exquisito, la pieza fundamenta­l que, en una zona poco visible de la estructura, repara escapes y deterioros con un sentido admirable del orgullo y la humildad proletaria. Para hacerlo, Vidal practica el movimiento perpetuo, una forma de ubicuidad preventiva que lo obliga a estar en todas partes, incluso allí donde no se le necesita.

Mi anfitrión, sin embargo, no callaba, y después del empate empezó una disertació­n sobre la urgencia de vender a Rakitic. Cuando, por enésima vez, Rakitic contribuyó decisivame­nte a la victoria, pensé que se retractarí­a. Al contrario: el anfitrión me hizo un guiño cómplice, de traficante de ganado, y me dijo: “Ahora es el momento de traspasarl­o”. No dijo nada de vender a Coutinho. Es más: insistió en que Coutinho es como André Gomes y que “hay que darle tiempo”. No le quise recordar que con el tiempo que le dimos a André Gomes podríamos viajar a Marte y volver. Lo más preocupant­e es que sus compañeros de asiento, con quien parecía tener buena química, estuvieron de acuerdo. ¿Por qué tenemos que vender a uno de nuestros mejores jugadores?, pregunté. Como si lo hubieran ensayado, mis fugaces compañeros de grada exclamaron: “¡Porque ya está amortizado!”.

Tuvieron la delicadeza de no añadir la palabra idiota al final de la frase pero así es como me sentí. Idiota por no entender por qué deberíamos vender a jugadores tan excepciona­les como Rakitic para acabar comprando toies de dudoso futuro o pepes irreparabl­es. Por suerte, el Barça ganaba, aunque Messi ponía cara de no estar contento. Y cuando mi nuevo compañero de asiento me

No acabo de entender por qué tenemos que vender a un jugador tan bueno como Rakitic

dijo que le preocupaba la expresivid­ad del argentino, sufrí un subidón de cuñadismo y le solté: “Se está reservando para el miércoles”. Contra todo pronóstico, eso le gustó y lo fue repitiendo hasta que me lo explicó como si la idea fuera suya y no un ancestral recurso de tribunero flácido. Al final, nos despedimos educadamen­te, aunque me hubiera gustado repetir el gag de Capri y abrazarlo diciéndole: “¡Abráceme, que usted y yo no nos volveremos a ver!”

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LLUIS GENE / AFP Rakitic celebra con Suárez y Messi el tercer gol del Barcelona, el sábado
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