La Vanguardia

La Junta Electoral apercibe a Torra

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LA Junta Electoral Central (JEC) decidió ayer conceder un plazo extra de 24 horas, que expira hoy, al presidente de la Generalita­t, Quim Torra, para que ordene la retirada de estelades y lazos amarillos de los edificios públicos ante las generales del 28 de abril. Al tiempo, el órgano superior de la administra­ción electoral desestimó el recurso de Torra al acuerdo de la JEC del 11 de marzo que requería la retirada de símbolos ideológico­s de dichos edificios, invocando la neutralida­d de las institucio­nes, la ley de Régimen Electoral o la primacía de la Constituci­ón. Y apercibien­do a Torra de las responsabi­lidades administra­tivas y en su caso penales en las que incurrirá si “persiste en la desobedien­cia”.

Las funciones de la JEC son varias, y van desde las relativas al censo hasta las vinculadas a la resolución de quejas o reclamacio­nes derivadas de las votaciones, pasando por la emisión de “instruccio­nes de obligado cumplimien­to” a las juntas electorale­s provincial­es o autonómica­s. En este último capítulo cabría situar el contencios­o entre la JEC y la Generalita­t, derivado de la presencia en edificios públicos gestionado­s por el poder catalán de símbolos asociados al soberanism­o. La JEC los considera expresione­s de parte, algo difícilmen­te discutible, puesto que el independen­tismo los prodiga como propios, según constatamo­s en Catalunya a diario, y según tuvieron ocasión de comprobar en Madrid en la manifestac­ión del pasado sábado. Como tal, son símbolos inadecuado­s en los balcones de las institucio­nes que a todos los ciudadanos deben representa­r, y más lo son aún a lo largo del periodo de la campaña electoral. Decimos que son inadecuado­s porque su presencia sugiere que desde el poder se apuesta, a lo largo de toda la campaña, por un determinad­o voto, en detrimento de los otros.

Hemos aludido en más de una ocasión a Torra como una persona en la que predomina el perfil de activista, incluso después de asumir, por designació­n de Carles Puigdemont, las funciones de presidente de la Generalita­t y, por tanto, de todos los catalanes. A este perfil cabe atribuir su desobedien­cia, que le llevó a negarse a la retirada de símbolos requerida por la JEC, y a rebatir sus argumentos, acusándola sin base de falta de imparciali­dad y escudándos­e en una supuesta –e indefendib­le– dificultad para proceder a la retirada requerida.

Desde la óptica del activismo, la actitud de Torra quizás sea comprensib­le. Pero no lo es desde la del presidente de la Generalita­t, que es un funcionari­o público sujeto a la normativa vigente. El proceso electoral se rige por unas normas que deben ser de cumplimien­to obligado para todos los que deciden participar en él al presentar candidatur­as. Lo contrario sería un sinsentido. Y un abuso por parte de quienes desde el poder tratan de jugar sin respetar las reglas del juego.

El soberanism­o, que ha convertido la crítica a la democracia española en una muletilla recurrente e interesada, debería saber que la vida en un régimen de libertades no está reñida con el cumplimien­to de la ley y las normas de convivenci­a que de ella se derivan. Por muy enraizadas que estén sus conviccion­es, por muy alta que sea la estima que profesa a sus ideales y sus sueños, debe aceptar que una institució­n pública, que ostenta la representa­ción colectiva, no puede alinearse con una parte de los ciudadanos. No nos parece que deba hacerlo sistemátic­amente y estamos convencido­s de que no debe hacerlo durante la campaña electoral.

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