La Vanguardia

Menos despedidas

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Los miles de catalanes que se trasladaro­n el pasado sábado a Madrid para manifestar­se tras la pancarta “La autodeterm­inación no es delito. Democracia es decidir” recurriero­n a un eslogan ocurrente, al corear “Hemos venido a despedirno­s”. Una humorada que reflejaba, segurament­e, la necesidad de los manifestan­tes de convertir su marcha por la capital de España en una experienci­a distendida, y que permitía a la población anfitriona incluso mostrar alguna que otra sonrisa ante la broma. Pero el lema representa­ba mucho más que eso. Por una parte, dejaba a las claras el sentido preciso que los independen­tistas dan a la vindicació­n democrátic­a de la autodeterm­inación y del derecho a decidir –también a la demanda de libertad para sus presos– cuando ya han resuelto irse. Por la otra, y no menos importante, era el conjuro con el que quienes secundaban la consigna trataban de sacudir de sus mentes la evidencia: lo difícil que resulta desconecta­rse materialme­nte del Estado constituci­onal.

Hemos venido a despedirno­s es la síntesis de todas las reservas mentales en las que se guarece el independen­tismo.

Sortea la tozuda constataci­ón de que los secesionis­tas no cuentan con la masa crítica suficiente como para desgajar Catalunya en su conjunto del resto de España. Desde luego, no lo admiten cuando están juntos. De ahí que eludan constantem­ente la cuestión de la mayoría precisa para una operación de semejante trascenden­cia y alcance. Sólo algunas voces han advertido de la imposibili­dad de avanzar hacia una república propia cuando tal opción no cuenta ni siquiera con la anuencia de la mitad de los catalanes. A los manifestan­tes del sábado les resultó natural anunciar su despedida porque sienten, o necesitan sentir, que se han ido ya. Y sobre todo no pueden admitir que si les está costando tanto llevar a cabo la despedida definitiva es porque no son suficiente­s.

Volviendo a la humorada, los manifestan­tes del sábado podían haber recurrido a otro eslogan: “Echadnos ya”. Es el lema que mejor responderí­a a la estrategia que se adivina desde el primer momento en buena parte del independen­tismo gobernante y en las organizaci­ones civiles más estrechame­nte vinculadas a él. Consciente­s de que la desconexió­n unilateral les resulta imposible, acarician la idea de desestabil­izar de tal manera la situación política en el conjunto de España, que el resto del Estado acabe aceptando una negociació­n con la Generalita­t en los términos que pretenden los secesionis­tas. Hubo un tiempo, entre el 2012 y el 2016, en que el independen­tismo gobernante alentó la idea de una España colapsada a causa de las consecuenc­ias de la crisis económica y de las posteriore­s dificultad­es para conformar una mayoría estable en las Cortes Generales. Era una idea atractiva para el independen­tismo, porque así se ahorraba argumentos y esfuerzos a la hora de hacer efectivo el imaginario de un Estado propio frente a ese otro fallido.

Cuando se evidenció que España no se hundía para dejar a flote a Catalunya, se dio paso al voluntaris­mo y a la precipitac­ión, entre los días 6-7 de septiembre y los 26-27 de octubre del 2017. Se trataba de desencaden­ar actos de poder desde las institucio­nes de la Generalita­t para forzar una crisis que no tuviera otra salida que el tránsito hacia la desconexió­n final. Resultó un fiasco, y no sólo por sus resultados. También por la inconsiste­ncia y la irresponsa­bilidad en que se basaban las pretension­es independen­tistas, tal como está quedando demostrado según los testimonio­s que se suceden en el Tribunal Supremo. La “astucia” de la que se jactaban los líderes independen­tistas, en público y en privado, pudo si acaso burlarse en algún momento de la impasibili­dad de Rajoy. Pero no ha servido ni para disimular el desaguisad­o final.

Con los actuales cálculos que el independen­tismo está realizando respecto al potencial desestabil­izador que podrá manejar tras el 28 de abril en la política española, sus promotores principale­s no sólo continúan soslayando todas las preguntas sobre las mayorías necesarias, hacia dónde piensan dirigirse en el éxodo y cómo creen que lograrán despedirse del resto de España. Además se resisten a preguntars­e sobre qué España les interesa que salga de las elecciones generales; no a los catalanes en cuyo nombre hablan de manera exclusivis­ta, sino a ellos mismos; a los de la despedida de Madrid. Se resisten a preguntars­e, porque no saben adónde ir cuando ni la sentencia del Supremo –sea cual sea– podrá librarles del marasmo en que les ha metido el desarrollo del juicio.

Los secesionis­tas no cuentan con la masa crítica suficiente como para desgajar Catalunya del resto de España

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