La Vanguardia

Cien años de una huelga

Milans del Bosch no quiso liberar a una docena de trabajador­es, porque decía que eran presos que habían sido militariza­dos

- Joaquim Montclús J. MONTCLÚS,

El cinco de febrero de 1919 se iniciaba la huelga de La Canadenca que se convertirí­a en uno de los hitos más relevantes del movimiento obrero catalán. Sobre este importante acontecimi­ento histórico todavía hay varios aspectos por aclarar, quizás, entre otras razones, porque el relato no se explica desde un principio.

En el año 1905 la empresa de Tranvías de Barcelona estaba presidida y dirigida por Dannie Heineman. Un ingeniero de nacionalid­ad americana, de origen alemán, que trabajaba, entre otros, también para el gobierno belga. Por otra parte, el ingeniero jefe de la compañía era Carles Emili Montañés i Criquillio­n, nacido en Barcelona, de padre catalán y madre norteameri­cana. Dos maneras muy diferentes de entender la expansión industrial y la concepción del dinero. Dos hombres con una personalid­ad muy fuerte y marcada, que pronto chocarían.

Carles Montañés abandonó la empresa y después de pasar por varias vicisitude­s hizo realidad sus sueños al llevar a Barcelona, y asociarse, el gran ingeniero y hombre de negocios Frederick Stark Pearson.

Al principio de julio de 1911 el doctor Pearson llegó a Barcelona y desde la montaña del Tibidabo los dos diseñaron un gran proyecto que, en parte, desarrolla­ron en menos de cuatro años, ya que en mayo de 1915 el doctor Pearson murió en el transatlán­tico Lusitania. Durante estos años, además de fundar la Barcelona Traction, conocida como La Canadenca, proyectaro­n y construyer­on la red de embalses en los Pirineos, crearon los actuales Ferrocarri­ls de la Generalita­t, atravesand­o la montaña del Tibidabo, y modernizar­on algunas líneas secundaría­s de ferrocarri­les.

Tras la muerte del doctor Pearson, Dannie Heineman y su socio Francesc Cambó se lanzaron a comprar las acciones de todas estas empresas, pero siempre al precio más bajo posible. No les importaba nada las maneras, las consecuenc­ias para conseguirl­o y que los trabajador­es se pusieran en huelga. Cuanto más duraba la huelga más bajaban las acciones. Los trabajador­es de todo este revuelo no sabían nada. La ciudad de Barcelona vivió unos días de mucha tensión y eso hizo que con el enfrentami­ento entre patronos y trabajador­es algunos de ellos fueran asesinados. Es lo que se conoce como el pistoleris­mo.

El conflicto de la huelga empezó en la empresa Riegos y Fuerzas del Ebro, filial de la Barcelona Traction Light and Power, cuando fueron despedidos ocho trabajador­es del sector de facturació­n. El 5 de febrero de 1919 el resto de personal de facturació­n se declaró en huelga. La respuesta de la empresa fue despedir a 140 trabajador­es. El 21 de febrero la CNT declaraba la huelga en todo el sector y en las empresas participad­as por La Ca-

nadenca. Barcelona, sin electricid­ad y transporte, era un caos. Todo se paralizó y entre 3.000 y 4.000 huelguista­s fueron encerrados en el castillo de Montjuïc.

El gobierno central y la Corona estaban asustados. Las noticias que llegaban desde Barcelona cada día eran cada vez más graves y alarmantes. La capital estaba paralizada por completo y la huelga se extendía a otras poblacione­s. Ante esta situación, el gobierno decide enviar a Barcelona como gobernador civil con plenos poderes a Carles Montañés. Era el hombre que conocía perfectame­nte tanto a los líderes sindicales como a los empresario­s.

Montañés obligó al director gerente de La Canadenca, Frank Fraser Lawton, a aceptar la mediación. Por otra parte, Montañés libera a Salvador Seguí, el principal líder sindical, y llega a un acuerdo con los trabajador­es. Para suscribir el acuerdo los líderes sindicales convocaron para el 19 de marzo una gran asamblea en la plaza de toros de Las Arenas, donde asistieron más de 20.000 trabajador­es.

Ante esta gran multitud hablaron, entre otros, Simó Piera y Salvador Seguí. En el mitin se hizo público que la empresa aceptaba las condicione­s de los trabajador­es y estos decidían volver al trabajo. Aunque la mayoría de los millares de presos habían sido liberados, el capitán general de Catalunya, Joaquim Milans del Bosch, no quiso liberar a una docena de trabajador­es, porque afirmaba que eran presos que habían sido militariza­dos y se habían negado a cumplir las órdenes. Entonces los pactos se rompieron y la huelga continuó.

Aunque Montañés lo niega, según el testimonio de algunos líderes sindicales fue visitado por los militares y después acompañado por una pareja de la Guardia Civil hasta la estación de Francia. Allí lo metieron en un tren y lo enviaron a Madrid. Ante la situación, el presidente del gobierno, el conde de Romanones, reaccionab­a por sorpresa y, tal como había acordado con Montañés, decretaba oficialmen­te las ocho horas de trabajo y acto seguido presentaba la dimisión al rey.

Heineman había ganado la primera gran batalla contra Montañés, pero no la guerra.

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