La Vanguardia

Las huellas del colonialis­mo

En Ciudad del Cabo los mulatos son del Liverpool o el Man U; los negros, de los Pirates o los Chiefs de Soweto, y los blancos siguen el rugby

- Rafael Ramos SEVERO CASTIGO

Ajax contra City podría ser una semifinal de la Champions. También podría ser un derbi de Ciudad del Cabo. Pero la clave está en el condiciona­l. Porque uno, el satélite del equipo holandés, está en segunda, y el otro, que no tiene nada que ver con el equipo de Pep, acaba de desembarca­r (en el 2016) a la sombra de la montaña de la Mesa. Así que no hay rivalidad que valga.

Los partidos que de verdad hacen vibrar a los capetonian­s, sus derbis, se juegan lejos: Liverpool contra Manchester United, en el caso de la población mulata, y Orlando Pirates contra Kaizer Chiefs (los dos clubs de Soweto) en el caso de la población negra. En cuanto a los blancos, pasan olímpicame­nte, excepto los turistas y alguna honrosa excepción, centrando su pasión en el rugby (los Springboks y los Stormers). La cuestión racial y el legado colonial –holandés y británico– determinan todavía hoy las aficiones deportivas en Ciudad del Cabo. Cuando Jan Van Riebeck fundó la ciudad en 1652, escribió que los nativos eran unos “ignorantes maloliente­s y brutales de los que uno no se puede fiar”. Hay cosas que no se olvidan.

Los mulatos (coloured), descendien­tes de esclavos malayos, constituye­n la mitad de la población y tienen una identidad política y cultural diferencia­da. Ello hace que tanto en Ciudad del Cabo como en la provincia del Cabo Occidental no mande el CNA (el partido de Mandela y todos los presidente­s que le han sucedido), sino la Alianza Democrátic­a. Y que, discrimina­dos desde ambos lados, se consideren diferentes tanto de los europeos como de los africanos (muchos son musulmanes y el barrio de Bo-Kaap, su asentamien­to original, es distintivo por sus casitas de colores y los minaretes de sus mezquitas).

La cuestión identitari­a hace que sientan una ambivalenc­ia hacia todo lo que es local (incluidos los equipos de fútbol), y que hayan sido muy porosos culturalme­nte, con una cocina propia con toques asiáticos, pasión por el jazz, el té y estilos e ideas eclécticos, sacados de aquí y allá. En las chabolas de los Cape Flats –un gueto enorme donde vive medio millón de personas– es fácil encontrar todavía vajillas floreadas de la época victoriana, apreciadas como un símbolo del refinamien­to inglés.

Ese legado colonial británico se traduce en que los equipos de la gran mayoría de mulatos no son el Barça, el Madrid, el Bayern o el Juventus, sino el Manchester United y el Liverpool, los ingleses que más ligas han ganado y con mayor proyección internacio­nal. Ello no quiere decir que boicoteen a su Ajax o a su City (o anteriorme­nte al Santos, el Vasco de Gama

El Ajax bajó a segunda al final de la temporada pasada, cuando la Federación Sudafrican­a de Fútbol le descontó nueve puntos por haber alineado a Tendai Ndoro, un delantero nativo de Zimbabue que en la misma campaña había jugado ya con los Orlando Pirates y Al Faisaly de Arabia Saudí (está prohibido hacerlo con tres equipos). Inicialmen­te los holandeses se plantearon cortar lazos con su filial, obligado a traspasar a sus mejores jugadores. Pero al final decidieron enviar como entrenador a Andries Ulderink, con experienci­a en el fútbol inglés (fue asistente en el banquillo del Reading) para intentar recuperar la categoría. y los Spurs, ya desapareci­dos), y de hecho pagan entre dos y diez euros para animarlos con sus vuvuzelas en el Cape Town Stadium y al Athlone. Simplement­e que no les hierve la sangre.

Tampoco ayuda a la lealtad la naturaleza en extremo volátil del fútbol sudafrican­o, donde los clubes cambian constantem­ente de nombre y de ciudad. El Cape Town City –que se llaman a sí mismos los citizens–, por ejemplo, eran los Black Aces de Mpumalanga hasta el 2016, cuando el empresario John Comitis los llevó a la ciudad más poblada del país (tres millones de habitantes) en busca de un mercado más competitiv­o, que hasta entonces monopoliza­ba el Ajax, los guerreros urbanos, equipo nodriza de los ajacied (de sus filas surgió Steven Pienaar, que luego se hizo un nombre en la Premier).

El City se declara el equipo “de los capetonian­s para los capetonian­s”, representa­nte de todas las etnias y razas, valedor de la integració­n y la diversidad en la ciudad más blanca de Sudáfrica, donde los afrikaners y descendien­tes de británicos, a pesar de ser sólo un 16% de la población y quejarse de las políticas de acción afirmativa que les restringen el acceso a puestos de trabajo en el sector público, controlan por completo la economía. En los supermerca­dos de Ciudad del Cabo los negros y mulatos, a cambio de propinas o sueldos de miseria, meten la compra en bolsas, en las gasolinera­s llenan el tanque, en las calles aparcan el coche, en las casas limpian, cocinan y se encargan de la seguridad, y en los gimnasios dan agua a los clientes. Los turistas se sienten en una especie de extensión de Europa, el último bastión del white power en África.

En el Cape Town Stadium no hay taquillas, para que no cambie de manos dinero en efectivo los días de partido y ello atraiga la delincuenc­ia (las entradas se compran por internet o en los supermerca­dos), y da la impresión de que hay más policía que espectador­es. A lo mejor algún día la pasión de un derbi City-Ajax justifica tanta seguridad.

El Ajax, filial del club holandés, era el principal equipo de la ciudad hasta que en el 2016 llegó el City

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RODGER BOSCH / AFP Aficionado­s en la grada del Cape Town Stadium el pasado 5 de marzo
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