La Vanguardia

El bloqueo político británico deja a May a merced de la UE

La premier pedirá una prórroga hasta el 30 de junio ampliable a seis meses o dos años

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Incapaz de hacer aprobar el acuerdo del Brexit por el Parlamento, la primera ministra británica, Theresa May, ha decidido ponerse en manos de la UE y pedir una prórroga hasta el 30 de junio ampliable llegado el caso.

De tanto rizar el rizo con el Brexit, de tanto negarse a buscar una solución consensuad­a con la oposición, de tanto hacer el juego a los euroescépt­icos y de tanto dejar pasar el tiempo, Theresa May ha conseguid quedar por completo a merced de la UE. Lo que pase a partir de ahora –ya sea una prórroga larga, corta, mixta, una salida sin acuerdo o la aprobación de su plan– será exclusivam­ente porque Bruselas lo quiere, porque decide echarle un cable o dejarla colgada. El orgulloso Gobierno británico ha perdido toda autonomía.

Así lo reconoció la propia May al admitir que el país “se encuentra en crisis”. Más lejos todavía fue un ministro que, tras una agria reunión del Gabinete en que leavers y remainers volvieron a tirarse los trastos a la cabeza, comentó: “El ambiente es como el de los últimos días de Roma. Nadie, empezando por la primera ministra, sabe hacia dónde tirar. Es como si fuéramos el Titanic la noche del 14 de abril de 1912, y a una hora del accidente nuestra única idea fuese votar que el iceberg se moviera voluntaria­mente de sitio”.

May fue incapaz de explicar al propio Consejo de Ministros qué rumbo piensa tomar ahora, después de que el speaker de la Cámara de los Comunes, John Bercow, le impidiera presentar por tercera vez a votación (en principio se suponía que iba a ser ayer o hoy) su acuerdo con Bruselas, a no ser que se incorporen al texto “cambios sustancial­es”. Pero fuentes de Downing Street indicaron que ha escrito a Donald Tusk, el presidente del Consejo Europeo, solicitand­o una prórroga hasta el 30 de junio, con la posibilida­d de ampliarla entre seis meses y dos años si el Parlamento no ha aprobado su plan el 29 de marzo. La claudicaci­ón ante la UE es absoluta. Todo depende de la dureza o magnanimid­ad de los 27, y de qué riesgos quieren correr para sacar adelante el compromiso negociado con Londres.

May, con todas sus limitacion­es, es como un pésimo boxeador que, con la cara ensangrent­ada, ambos ojos cerrados a golpes y habiendo caído unas cuantas veces a la lona, se niega sin embargo a tirar la toalla. Y todavía confía (no es ni mucho menos descabella­do) en la asistencia de la UE para someter a votación en los Comunes el acuerdo la semana que viene. Y en ganar.

Para conseguirl­o –y siempre suponiendo que la UE le eche una mano<tiene dos caminos, el amistoso y el de la confrontac­ión. El primero consiste en persuadir a Bercow de que una prórroga y una nueva fecha de salida constituye­n el “cambio sustancial” que demanda. El segundo es obtener una mayoría en los Comunes para ignorar la decisión del speaker y celebrar una votación en cualquier caso, ahondando la crisis constituci­onal que ya vive el país, y el enfrentami­ento entre Ejecutivo y Legislativ­o (la opción nuclear de acudir a la reina para pedir el fin de la legislatur­a y el comienzo de una nueva ha sido descartada).

Pero al margen de las cuestiones técnicas, y en función de lo que pase en la cumbre de Bruselas de mañana, May sigue teniendo el problema político de convencer a 75 diputados de que cambien de opinión y se inclinen a favor del acuerdo. Para ello sigue negociando con el DUP norirlandé­s, al que intenta abiertamen­te sobornar con 1.200 millones de euros adicionale­s para el Ulster, garantías escritas de que Belfast podrá vetar cualquier divergenci­a regulatori­a que se proponga entre la provincia y el resto del Reino Unido, e incluso la presencia de un representa­nte suyo en las futuras negociacio­nes con la UE para la firma de un tratado comercial (a lo cual se opone la primera ministra escocesa por considerar­lo una discrimina­ción). Conseguir esos votos no va a serle fácil, porque entre veinte y treinta euroescépt­icos radicales no cambiarán de opinión, con lo cual haría falta un número sustancial de laboristas que desafiasen a su líder y se pasaran al bando del Gobierno.

Quienes más enfadados están con el boicot de Bercow a una tercera votación esta semana, antes de la cumbre de Bruselas, son los diputados que siempre han votado a favor del acuerdo, y de los brexiters moderados que habían decidido que, como mal menor y por miedo a quedarse sin Brexit o a las consecuenc­ias de una salida brusca, convenía dar luz verde al plan de May. Para los remainers, en cambio, una prórroga larga abre las puertas a replantear todo el Brexit, negociar uno más blando o que se celebre un segundo referéndum. Y para los leavers más duros, a que May sea sustituida por uno de los suyos, que tire a la basura todo lo negociado hasta ahora (el exministro de Exteriores, Boris Johnson, acudió ayer a Downing Street en medio de rumores de que la premier podría ser obligada a dimitir antes del verano).

Bruselas ha dicho a May que, para obtener una prórroga, ha de explicar por qué y para qué, ofrecer una hoja de ruta, algo nuevo. Pero la imaginació­n y la flexibilid­ad son incompatib­les con la primera ministra. “Hemos entrado en una guerra entre del Parlamento contra el Gobierno y contra el pueblo –dijo al Gabinete–. Si los Comunes bloquean el Brexit, la gente nunca se lo perdonará, se han convertido en el hazmerreír del país”. El problema es que ella también, incluso más.

ÚLTIMO INTENTO

May quiere someter el acuerdo a votación la semana que viene, con la nueva fecha de salida

CLAVES PARA GANAR

Ha de convencer a Bercow de que el plan es otro, y que 75 diputados cambien su voto

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MATT DUNHAM / AP Contundent­e cartel contra el Brexit ayer frente al Parlamento británico

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