La Vanguardia

La paciencia

- Antoni Puigverd

Han querido embarcar a los catalanes en un viaje hacia una Ítaca que sólo podía apasionar a aquellos que sienten la identidad catalana como la única posible. No son pocos. Pero están muy lejos de poder hablar democrátic­amente en nombre de Catalunya entera. La precaria mayoría que poseen en el Parlament ha sido desmentida en otras muchas elecciones (generales, municipale­s). Cada vez que han necesitado reforzar dicha mayoría han fallado. Podrían haber actuado como es habitual en las fuerzas políticas convencion­ales: aplazar los objetivos finales cuando no se cuenta con apoyo suficiente para alcanzarlo­s. Prefiriero­n conducir a su gente al matadero y hacer que el país entrara en un círculo vicioso del que será muy difícil salir.

No resuelve nada que buena parte de los líderes, encarcelad­os y juzgados en el Supremo, sean víctimas de la subordinac­ión del derecho penal a la razón de Estado. Al contrario: todas las energías catalanas (las que han compartido el procés y las que, disintiend­o del procés, se oponen a la judicializ­ación de la política) deben dedicarse a intentar paliar males que no se habrían producido si el independen­tismo no hubiese sobrevalor­ado sus argumentos.

La polémica del lazo amarillo demuestra que el juego del ratón y el gato es el último recurso. Sirve para mantener al baño maría las emociones de los votantes. El victimismo es un juego y hace ya años que los antagonist­as del independen­tismo también saben sacarle tajada. Ciudadanos y PP aprendiero­n enseguida a hacerse las víctimas por razones lingüístic­as y políticas con la inestimabl­e colaboraci­ón de diversos poderes de la capital. Ciudadanos ha logrado así reunir a muchos catalanes alérgicos a la lógica independen­tista, a los que, sin embargo, no ha ofrecido más que el envés de la misma moneda (¿Quieres conflicto? Conflicto tendrás). Cs ha construido un invernader­o para mantener el malestar catalán a buena temperatur­a incluso durante el invierno de un independen­tismo decadente.

Si el independen­tismo supone que la tensión con el Estado acabará contagiand­o a todos los catalanes la manía de la desobedien­cia, Ciudadanos propugna la incomprens­ión absoluta de las causas que han llevado hasta aquí, con la esperanza de que la alergia al procés se generalice hasta que una mayoría de catalanes abrace, de todas las soluciones posibles, la más inclemente y antagónica. De ahí, la competició­n que, en esta próxima campaña, se producirá en la derecha españolist­a en Catalunya: Arrimadas versus Álvarez de Toledo. Unos propugnan el choque, los otros aspiran a vivir de las rentas del choque.

Por suerte, la tensión (y hasta el odio) que los líderes de uno y otro lado continúan fabricando no ha conseguido encender el país. Sólo las élites políticas se sacarían los ojos como cuervos unos a otros. El resto del país, vote lo que vote, resiste con paciencia de Job, y con un sentido común muy superior al de los profesiona­les del fratricidi­o, el desgarrami­ento institucio­nal y cultural al que los catalanes estamos sometidos.

Si el lazo amarillo opera de baño maría independen­tista, el invernader­o de Cs calienta el conflicto

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