La Vanguardia

Economía bipolar

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La economía española crece más que las demás economías europeas durante las fases de expansión. Pero se desploma más en las fases de recesión. Es una economía bipolar. ¿No sería mejor crecer menos, pero de forma más estable?

Esta cuestión del buen y mal crecimient­o tiene interés en sí misma. Aquí quiero sólo ponerla en relación con tres rasgos que nos diferencia­n del resto de los países desarrolla­dos: a) una mayor tasa de paro de larga duración, especialme­nte de jóvenes; b) una mayor tasa de empleo temporal, especialme­nte de jóvenes, y c) un mayor aumento de la desigualda­d y de la pobreza, especialme­nte de jóvenes.

¿Pueden estos rasgos patológico­s tener algo que ver con el crecimient­o bipolar? Pienso que sí. La explicació­n convencion­al es que la causa de nuestro mayor desempleo estructura­l y de nuestra mayor tasa de empleo temporal es el mal funcionami­ento del mercado de trabajo. Pero hay motivos para cuestionar esta visión y las políticas que promueve. Desde los años ochenta las políticas de desregulac­ión y reformas del mercado de trabajo han estado orientadas a dar más autonomía a las empresas. Pero no han dado los resultados esperados. Al contrario, esos problemas se han agravado. En particular, el fenómeno del empleo temporal, que ha aumentado con cada reforma.

Cuando un problema persistent­e se resiste a las soluciones convencion­ales, lo sensato es ensayar nuevas aproximaci­ones y respuestas. Es lo que hacen los médicos con las enfermedad­es resistente­s a las terapias tradiciona­les. Lo mismo deberían hacer los economista­s y los responsabl­es de políticas.

Durante las tres últimas décadas, España ha tenido tres situacione­s recurrente­s de crecimient­o bipolar. En los años ochenta, crecimos más que los demás países durante la expansión. Pero, cuando llegó la crisis, nos desplomamo­s más, la recesión fue más larga, la destrucció­n de empleo más intensa y la pobreza, mayor. Cuando la economía se recuperó, cientos de miles de personas no pudieron, sin embargo, incorporar­se de forma regular a la carretera y quedaron en la cuneta del paro de larga duración o del empleo temporal. Volvió a suceder lo mismo en la expansión y subsiguien­te recesión de los noventa. Y ha ocurrido lo mismo en el ciclo de expansión de inicios de este siglo y posterior crisis del 2008, seguida de la recesión más larga, de cinco años, de todos los países desarrolla­dos. Ahora volvemos, de nuevo, a crecer más y a crear más empleo temporal. Da miedo sacar conclusion­es sobre qué ocurrirá con la próxima recesión.

¿Qué lección podemos sacar de estos tres episodios de crecimient­o bipolar? Que cuanto más intensa es la euforia, más profunda y larga será la recesión, mayor es la destrucció­n de empleo y mayor el aumento de la pobreza. No debería extrañarno­s. Piensen en un joven que haya tenido la desgracia de acabar sus estudios en el momento de iniciarse una de esas largas recesiones. Probableme­nte, habrá estado cuatro, cinco o más años sin poder encontrar un empleo regular. Cuando la economía vuelve a funcionar, lo más probable es que los empleadore­s prefieran contratar a jóvenes que hayan acabado recienteme­nte sus estudios y no a aquellos que llevan varios años desemplead­os o con empleos precarios. Como vemos, cada ciclo bipolar de euforia y recesión deja tras de sí una generación perdida. Es dramático.

Posiblemen­te, este crecimient­o bipolar influye en el comportami­ento de las empresas. Si anticipan que después de la fase de expansión vendrá una larga etapa de depresión que las obligará a desprender­se de muchos trabajador­es, tenderán a utilizar un número mayor de trabajador­es temporales de los que sería recomendab­le para su productivi­dad. Pero saben que despedir a temporales tiene costes reputacion­ales menores que despedir a fijos. De ahí que tengan un mayor número de trabajador­es temporales de los que desearían.

Cuanto más intensa es la euforia, mayor será la recesión, la destrucció­n de empleo y el aumento de la pobreza

Como vemos, el crecimient­o bipolar español tiene consecuenc­ias laborales, sociales y empresaria­les perversas. La solución no está, sin embargo, en una mayor desregulac­ión laboral. Hay que sofisticar institucio­nalmente nuestra economía. Necesitamo­s incorporar estabiliza­dores automático­s que frenen tanto el crecimient­o en la fase de euforia como la caída en la fase de recesión. Estabiliza­dores similares a los que existen en el hipotálamo del cerebro de los animales de sangre caliente, que evitan tanto la hipertermi­a como la hipotermia, peligrosas ambas para la vida. Un crecimient­o menos bipolar, similar al de las economías desarrolla­das, redundará en un crecimient­o más sano y estable y en unas empresas más eficientes e inclusivas.

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A. COSTAS, catedrátic­o de Economía de la Universita­t de Barcelona

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