La Vanguardia

“Y el verso cae al alma”

- Jordi Llavina

Mañana se celebra el día mundial de la Poesía. Habrá quien chiste: “¡Quia, se inventan días para todo!”. Pero la verdad es que la poesía merece ese día público... y muchos más en la intimidad lectora. En realidad, merece que cada día le prestemos algo de atención, porque es un modo de prestárnos­la a nosotros mismos, a algo sustancial de nuestra naturaleza, a lo que no cambia con la labor demoledora del paso del tiempo.

Hace poco hablaba con mi mejor amiga, Anna, de un conocido mío que, en su cincuenten­a, se ha enamorado perdidamen­te de una mujer algo más joven. El hombre ha dejado todo atrás: esposa e hijo, para iniciar una nueva andadura con ella. En cuanto a la experienci­a del amor, le dije a Anna que dudaba que la poesía me haya servido para conocer con más profundida­d la entraña verdadera de la pasión. Pero que, sin duda, me ha confortado mucho en los tiempos del desamor: sin su compañía, me hubiera sentido mucho más desnudo todavía.

Anna es la persona que mejor me conoce. No le descubrí nada del otro mundo. Entonces, según íbamos conversand­o, yo recordaba muchos versos que me han arropado en mi vida consumida. Esos tan célebres de Neruda, que al cabo de unos años me parecían endebles y como superados, pero que no dejan de retumbar en mi memoria: “Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella. / Y el verso cae al alma como al pasto el rocío”, que dan cuenta, sí, de la vastedad de la noche oscura del alma. Apostilló ella sobre los numerosos errores que cometemos al amar. “Sí –repuse yo–. Luis Rosales lo sintetizó a las mil maravillas con estos versos: ‘Así he vivido (...), / sabiendo que jamás me he equivocado en nada, / sino en las cosas que yo más quería’”.

“¿Y no será un pronto, lo de tu amigo?”. “Me temo que no —contesté—. Quería a su mujer, pero llevaban veintisiet­e años juntos”. “¿Pero?”, preguntó ella, incisiva. En efecto, ¿por qué pero?, barrunté. Y me vinieron a la cabeza unos versos de Justo Navarro que me parecen un lúcido ejemplo de prudencia en la vivencia amorosa: “–Te querré siempre –dijo–, / aunque no sé / si te querré todos los días”. Difícil, todo es muy difícil. “Y su mujer, ¿qué tal está? Digo la de los veintitant­os años de convivenci­a...”. “Sé que lo ama, ahora en silencio. Acaso espera ‘otro milagro de la primavera’, como Machado”. “¡Ojalá tenga –añadí– el asimiento de la poesía!”. “No sé. Es economista”.

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