El gran biógrafo de Picasso
Sorprendido y encantado! Conozco muy bien La Vanguardia, que leía diariamente la madre de Picasso”, me lanzó por teléfono, exultante, John Richardson cuando le llamé a Nueva York en diciembre de 1996 para decirle que acababa de ganar el premio Don Juan de Borbón al libro del año.
El galardón lo entregaba entonces la Fundación Conde de Barcelona, promovida por este diario, y de Richardson se había publicado en España el primer volumen de su Picasso. Una biografía, 18811906, la obra que le consagró internacionalmente. Los dos volúmenes que siguieron (el consagrado al periodo 1907-1917 y el dedicado a “los años triunfales 1917-1932”, no traducido al castellano) refrendarían ese prestigio. Le valió otros reconocimientos, como el premio Whitbread, la Orden de las Letras y las Artes francesa y ser investido caballero por la reina de Inglaterra, y en su conjunto se considera una de las grandes biografías publicadas en nuestro tiempo.
¿Qué tiene de especial la de Richardson en un panorama de abundantes perfiles picassianos con exponentes tan notables como Josep Palau y Fabre o sir Roland Penrose? Comparte con ambos el conocimiento personal y artístico, pero en su caso fue especialmente prolongado y directo. El escritor británico, que había estudiado arte, se instaló durante los años cincuenta en la Provenza con su entonces pareja el coleccionista Douglas Cooper; allí trataron a menudo al pintor malagueño, de quien eran vecinos (Copper le recomendó que comprara el castillo de Vauvenargues). Posteriormente, como director de pintura en la casa Christie’s de Londres y asesor de grandes colecciones como la de Helena Rubinstein, manejó a menudo sus cuadros.
Cuando en los años ochenta decidió ponerse a escribir la biografía, quiso que la investigación fuera minuciosa hasta el extremo, y no dudó en contratar a colaboradores documentalistas. Para la etapa de Barcelona, por ejemplo, le ayudó la experta Marilyn McCully. En el cuarto volumen, que no ha llegado a publicarse, contó con Gijs van Hensbergen. La riqueza de detalle en los tres libros publicados impresiona.
Pero además, e importante: estaba el estilo. A Richardon, que escribía muy bien y con mucha gracia, le gustaba leer a Evelyn Waugh para inspirarse con su “inglés lacónico, que parece frío pero es muy elaborado”. Con su humor siempre agudo. Y el modelo confesado para su trabajo biográfico fue el extenso retrato que Georges D. Painter realizó de Marcel Proust.
Hombre de sociedad –contó entre sus amistades con Andy Warhol y la princesa Margarita de Inglaterra– en las páginas de su obra no titubeaba en pasar de una profunda consideración estilística sobre el cubismo a un suculento chisme de vida privada, y en este terreno qué duda cabe de que el autor de Les demoiselles d´Avignon dio mucho de sí.
“Picasso es un personaje único. Digas lo que digas, lo contrario también es cierto. Pero nadie hasta ahora había escrito sobre él explicando su vida en términos de arte y su arte en términos de vida”, me señaló en Barcelona, a donde vino para recoger el premio que este diario le había otorgado. Puso dos condiciones: billete aéreo de business y habitación en el Palace. Allí fui a verle el día de su llegada para ver si necesitaba algo. Innecesario: ya había contactado con los Vilavecchia y se disponía, dinámico, a acudir a un concierto en su casa.
En el acto de entrega de la Fundación Conde de Barcelona, donde recibió su galardón de manos de nuestro editor Javier Godó, no perdió la oportunidad de charlar con la infanta Cristina, que lo presidía, y compartió los honores de aquel año con Helmut Schmidt (premio de periodismo) y Pedro Madueño (fotoperiodismo).
Alto y grande, expresivo, enérgico, vestido con clásica elegancia, durante la entrevista que mantuvimos insistió en la importancia de los años catalanes de Picasso. “Los amigos que conservó hasta el final eran catalanes, y él se veía a sí mismo más como catalán que como andaluz”. Le pregunté de donde pensaba que había surgido la creatividad del artista y me respondió: “El que su padre fuera un mal pintor le estimuló. El le amaba, y con su propia genialidad quiso redimir la mediocridad paterna. La fantástica energía la sacó de su madre, que estaba todo el día trabajando en casa mientras el padre se desperdigaba en las tertulias”.
Junto a su Picasso. Una biografía, Richardson deja al menos dos libros de lectura muy recomendable: las memorias El aprendiz de brujo y el libro de retratos (Cecil Beaton, Dalí, Truman Capote, Lucien Freud…) Maestros sagrados, sagrados monstruos. En ambos el lector encuentra la ironía, el cosmopolitismo, el fino sentido de la cultura y una apología de la sofisticación propia de un mundo posiblemente periclitado.
Richardson, personaje original y sabio, se mantuvo productivo hasta el final y el mes de julio pasado todavía llegó a volar hasta Los Ángeles a posar para David Hockney. Falleció en Nueva York el pasado día 12.