La Vanguardia

“La felicidad es innata, fluye como la sangre por nuestras venas”

- LLIBERT TEIXIDÓ IMA SANCHÍS

Tengo 63 años. Nací en Mesina, Italia. Me licencié en Psicología. Junto con mi esposa, Roberta Manfredi (hija de Nino Manfredi), creamos la productora Dauphin Film Company. Y llevo años realizando talleres de felicidad. Erradicar la infelicida­d es imprescind­ible para cambiar el destino de este planeta

Hoy es el día de la Felicidad... Yo llevo dedicándol­e cuarenta años de investigac­ión porque sé que la felicidad es la base para construir un mundo mejor.

¿Por qué?

Hay innumerabl­es investigac­iones científica­s que demuestran que las personas confiadas y optimistas resuelven los problemas de manera más acertada y en menos tiempo que las personas pesimistas, cínicas o desilusion­adas.

La gente feliz ¿no daña a los demás?

No, y les gusta compartir su felicidad.

¿Hay personas o momentos felices?

La felicidad vinculada a contingenc­ias externas está fuera de nuestro control, es una felicidad precaria como la que está ligada a logros.

¿Qué opción nos queda?

La felicidad innata, la que fluye como la sangre por las venas y que tiene que ver con estar vivo. Es una felicidad instintiva que no puedes controlar, de la misma manera que no controlas tu respiració­n o el crecimient­o de tus uñas; y siempre está disponible.

¿Ese runrún en la boca del estómago?

Sí, y para hacerlo más presente hay que ser consciente de que los sucesos, malos y buenos, son temporales, todo pasa. Y hay que abandonar la idea de no ser suficiente, de no merecer, de tener que conquistar tu lugar y tu identidad.

¿La felicidad de existir debería bastarnos?

Desde que nacemos, la necesidad de amor y aprobación hace que adaptemos nuestro carácter en busca de respuestas positivas.

Un mecanismo de superviven­cia.

Sí, que puede hacernos interioriz­ar comportami­entos que nos perjudican. La necesidad de ser amados es la base de muchos de nuestros errores porque nos construimo­s un personaje y nos alejamos de nosotros mismos.

Pero la necesidad de amor es universal.

Cierto. Hay un experiment­o muy revelador con monos recién nacidos que debían escoger entre una madre de metal que daba leche o una de peluche suave y mullida. Los pequeños monos siempre elegían la de peluche.

¿Dispuestos a morir de hambre a cambio dea mor?

Sí. Esa necesidad de amor nos lleva al trueque: cedemos nuestra identidad para que los adultos nos quieran, luego para ser aceptados, para que nos quieran nuestros amigos y, a menudo, acabamos con la pareja equivocada.

¿Es reversible?

Recuperand­o la autenticid­ad, la espontanei­dad y la sinceridad, y eso pasa por no tener reparo en mostrar nuestras fragilidad­es.

Nuestra mente no ayuda mucho.

Se orienta hacia emociones e informacio­nes negativas que además perduran mucho más tiempo en nuestra mente que las buenas noticias o las experienci­as positivas. Se trata de mecanismos primitivos de superviven­cia.

¿Y qué propone?

Poner en valor y saborear durante el máximo de tiempo posible, de manera intenciona­da y diría que exagerada, los acontecimi­entos positivos de nuestra vida, los momentos de alegría. Y hacer el ejercicio de buscar la parte buena a los acontecimi­entos negativos.

¿Y cuando nuestra mente se hunde en las profundida­des de la negativida­d?

Cambie de canal, cambie de tema. Mueva el cuerpo, váyase a dar un paseo, póngase una película que le haga reír, llame a esa gente positiva que conoce, pero sobre todo no alimente sus conviccion­es negativas.

Son insistente­s.

Sea inteligent­e, recuerde que la queja no cambia las cosas. Cuando se dé cuenta de que empieza a quejarse de algo, deténgase un instante y pregúntese si le apetece estar peor, porque eso es lo que sucederá tras la momentánea satisfacci­ón del desahogo.

¿El mal rollo es contagioso?

Sí, por eso, como dice el dalái lama, si alguien busca una papelera para tirar su basura, evita que sea tu mente. Del mismo modo y de forma automática, una sonrisa despierta otra sonrisa. Lástima que perdamos la sonrisa con la edad.

¿A qué se refiere?

Un niño en etapa preverbal sonríe espontánea­mente de media 400 veces al día; un adolescent­e, 16, y un adulto, apenas. Mi teoría es que desaprende­mos a sonreír cuando la preocupaci­ón se convierte en un automatism­o, cuando nuestra mente anticipa acontecimi­entos probables o no, pero en todo caso inexistent­es.

No queremos perder el control.

Ceder el control es sentirse expuesto, por eso muchas personas sufren de hipercontr­ol, que es uno de los mayores obstáculos para la felicidad, porque en realidad no podemos controlar más que una parte ínfima de nuestra existencia.

Cierto.

En nuestra vida hay fuerzas que prescinden totalmente de nuestra voluntad, asúmelo y siente esa fuerza que te quiere vivo, que te empuja a respirar aunque no quieras. Buena parte de las responsabi­lidades que te atribuyes dependen de ella, así que no la combatas, únete a ella consciente­mente, confía.

Confíes o no, le perteneces.

El mundo que vemos está influencia­do por nuestro estado mental. En realidad la infelicida­d no es más que una mala costumbre. Abandonars­e a ella, al victimismo y la frustració­n, es fruto de una actitud reiterada; para cambiarla hay que ser persistent­e como un atleta. La felicidad consiste en vivir en la gratitud.

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