Las dos verdades
El Estado se defiende mejor en los tribunales que en la calle. Y acusa también mejor en una sala de juicio que en las batallas políticas y de imagen. Lo acabamos de comprobar en las últimas declaraciones de algunos de sus testigos en el Supremo. Para simplificar la historia: durante los últimos 18 meses, la información se nutrió de las imágenes de la actuación de la Policía estatal y la Guardia Civil en el referéndum del 1 de octubre del 2017. Apenas han tenido más defensores que quienes, desde el propio aparato policial, entendieron que esa actuación fue la que correspondía a la obligación de impedir que se celebrase un acto ilegal y fue violenta porque se enfrentaba a muros humanos que justamente pretendían provocar el uso de la fuerza contra un acto tan pacífico como es el de votar.
Pero se llegó al juicio y a la versión comúnmente aceptada dentro y fuera de España se añade la otra verdad: se habla de acciones muy violentas contra los registros y sus autores; se invocan documentos en que figura “escenario de guerra o de guerrilla”; se denuncia la eliminación de documentos y se definen escenas de “terror total”. Son ingredientes que, si los magistrados los consideran probados, vuelven a acercarnos a la calificación de rebelión que hasta ahora pocos habían visto con claridad.
No es extraño que, como dijo algún diario, las defensas se hayan “desquiciado”. Si los testimonios citados tuvieran sustento documental, se caería gran parte de su estrategia. Gran parte de los procesados se podrían encontrar de nuevo ante la más grave de las acusaciones que los fiscales buscan. El movimiento sentimental, digno y pacífico, propio de una revolución de sonrisas, no lo ha sido tanto.
El desarrollo de la vista ya no consiste sólo en demostrar que la violencia correspondió a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, sino quién la ejerció más y con más peligro para personas y bienes. De ahí la euforia de los medios de comunicación más españolistas y las cautelas de la mayoría de los medios catalanes. Lo que diga la información publicada no influirá en la sentencia, pero creará el clima de opinión tan importante en un juicio de esta trascendencia y magnitud.
Dos versiones. Dos verdades, ambas discutibles y ambas pendientes de prueba, que es la que decide. Quede para los cronistas del futuro la torpeza informativa del Estado y sus administraciones en el momento de los hechos. Quede el independentismo como auténtico maestro de la comunicación, el marketing y la capacidad de reacción, a pesar de las exageraciones. Y quede ahora la duda de si la verdad judicial, que será la tercera, será también la definitiva y lo más trascendente: si servirá para pacificar el conflicto o crear todavía más división.