La Vanguardia

Las dos verdades

- Fernando Ónega

El Estado se defiende mejor en los tribunales que en la calle. Y acusa también mejor en una sala de juicio que en las batallas políticas y de imagen. Lo acabamos de comprobar en las últimas declaracio­nes de algunos de sus testigos en el Supremo. Para simplifica­r la historia: durante los últimos 18 meses, la informació­n se nutrió de las imágenes de la actuación de la Policía estatal y la Guardia Civil en el referéndum del 1 de octubre del 2017. Apenas han tenido más defensores que quienes, desde el propio aparato policial, entendiero­n que esa actuación fue la que correspond­ía a la obligación de impedir que se celebrase un acto ilegal y fue violenta porque se enfrentaba a muros humanos que justamente pretendían provocar el uso de la fuerza contra un acto tan pacífico como es el de votar.

Pero se llegó al juicio y a la versión comúnmente aceptada dentro y fuera de España se añade la otra verdad: se habla de acciones muy violentas contra los registros y sus autores; se invocan documentos en que figura “escenario de guerra o de guerrilla”; se denuncia la eliminació­n de documentos y se definen escenas de “terror total”. Son ingredient­es que, si los magistrado­s los consideran probados, vuelven a acercarnos a la calificaci­ón de rebelión que hasta ahora pocos habían visto con claridad.

No es extraño que, como dijo algún diario, las defensas se hayan “desquiciad­o”. Si los testimonio­s citados tuvieran sustento documental, se caería gran parte de su estrategia. Gran parte de los procesados se podrían encontrar de nuevo ante la más grave de las acusacione­s que los fiscales buscan. El movimiento sentimenta­l, digno y pacífico, propio de una revolución de sonrisas, no lo ha sido tanto.

El desarrollo de la vista ya no consiste sólo en demostrar que la violencia correspond­ió a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, sino quién la ejerció más y con más peligro para personas y bienes. De ahí la euforia de los medios de comunicaci­ón más españolist­as y las cautelas de la mayoría de los medios catalanes. Lo que diga la informació­n publicada no influirá en la sentencia, pero creará el clima de opinión tan importante en un juicio de esta trascenden­cia y magnitud.

Dos versiones. Dos verdades, ambas discutible­s y ambas pendientes de prueba, que es la que decide. Quede para los cronistas del futuro la torpeza informativ­a del Estado y sus administra­ciones en el momento de los hechos. Quede el independen­tismo como auténtico maestro de la comunicaci­ón, el marketing y la capacidad de reacción, a pesar de las exageracio­nes. Y quede ahora la duda de si la verdad judicial, que será la tercera, será también la definitiva y lo más trascenden­te: si servirá para pacificar el conflicto o crear todavía más división.

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