La Vanguardia

No se puede estar seguro de nada

- Quim Monzó

El miércoles de la semana pasada, el diario La Nazione daba a media mañana la noticia del robo de un cuadro de Pieter Brueghel el Joven, Crucifixió­n, que estaba en una iglesia del municipio ligur de Castelnuov­o Magra. Con palabras compungida­s, el alcalde Daniele Montebello explicaba cómo habían ido las cosas: “Es una obra de un valor inestimabl­e, un golpe duro para nuestra comunidad. Creo que sabían qué buscaban: dentro de la iglesia hay otras dos obras importante­s. Confiemos en que lo recuperen”. Según testigos, habían sido dos hombres que rompieron con un bate el cristal que lo protegía y huyeron en un Peugeot.

Poco antes de las 9 de la noche, en el mismo La Nazione el redactado de la noticia había cambiado. Los ladrones seguían siendo dos, y también era Peugeot el coche en el que habían huido. Pero no habían robado la Crucifixió­n de Bruehgel sino una copia. Alertados por rumores que avisaban del hurto, los carabinero­s habían retirado la obra original y, en su lugar, habían puesto una copia. El alcalde Montebello aparecía nuevamente en acción: “Hoy, por exigencias de la investigac­ión, no podíamos desvelar nada.

No puedes admirar (o robar) una obra de arte sin dudar de que no te hayan dado gato por liebre

Doy las gracias a los carabinero­s, y también a los vecinos porque algún fiel se dio cuenta de que la obra expuesta no era la original, pero ha guardado el secreto”.

Lo que no entiendo es cómo hay tantas obras de arte en iglesias que no disponen de la protección necesaria. Durante los años ochenta, Erik el Belga se hartó de saquear iglesias y monasterio­s, sobre todo de Aragón. Cuando Tresserras era conseller de Cultura decía que había que hacer copias de gran calidad de las obras originales, para exhibir las reproducci­ones y guardar las auténticas en museos protegidos. No era una idea nueva. Desde hace más de un siglo, el David de Miguel Ángel ya no está en la Piazza della Signoria de Florencia sino en la Galleria della Accademia. En el lugar donde estaba hay ahora la copia exacta en mármol que hizo Arrighetti, y la mayoría de visitantes ni lo saben ni les interesa. En Cantabria, la gente no visita la cueva de Altamira, sino la reproducci­ón que han hecho, en un invento que llaman “la neocueva”. Si les dijeran que es la original, muchos se lo tragarían. En las cuevas de Lascaux, exactament­e lo mismo.

El domingo, Josep Playà explicaba en este diario que durante la guerra del 36, por si las moscas, unos monjes de Montserrat cambiaron la Moreneta por una réplica, y que lo hicieron sin que el abad lo supiera. En enero de 1939, cuando las tropas de Franco avanzaban inexorable­mente, el Govern decidió llevársela para ponerla a salvo, sin saber que no era la auténtica. (Junto con una pintura del Greco que después se ha sabido que también es falsa.) También sustituyer­on la Virgen de Montserrat por su réplica durante la Setmana Tràgica, y cuando murió Franco, por si la gente se pasaba la transición por el forro. La cosa ha llegado a un punto que yo mismo, cada vez que voy a Montserrat, cuando me postro delante de la Moreneta, siempre me pregunto si no estaré quizá rezando a la Virgen de la Réplica, y eso sí que me sabría mal.

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