La Vanguardia

Economía de las batallas

- Francesc-Marc Álvaro

Administra­r las energías es la base de cualquier estrategia. Tener unas u otras prioridade­s es la expresión de una determinad­a visión estratégic­a para sacar adelante un proyecto. Eso vale en el mundo privado y en el público, en los asuntos personales y en las iniciativa­s colectivas. ¿Qué pasa cuando estas obviedades monumental­es son ignoradas por aquellos que tienen las máximas responsabi­lidades institucio­nales? ¿Es el pulso para mantener los lazos amarillos en los edificios oficiales la gran batalla que ahora ha de librar el independen­tismo? ¿Es este combate por el amarillo en las fachadas públicas tan importante que el president y los consellers deben correr el riesgo de ser, quizás, inhabilita­dos? El Síndic de Greuges ha puesto un poco de realpoliti­k cuando más falta hacía.

El lazo amarillo es un símbolo político de protesta y de solidarida­d, no me parece que sea de partido. Por lo tanto, es un símbolo que ni pone ni quita nada a la campaña, que es una competició­n de partidos. Pero mi criterio no es el de la Junta Electoral Central, que es el organismo que obliga al Ejecutivo Torra a retirar el amarillo de todos los edificios de la administra­ción autonómica. ¿Cuáles son los costes de desobedece­r el dictado de la JEC y cuáles los réditos de no hacerlo? Esta es la pregunta política elemental en esta controvers­ia, supongo que en algún despacho alguien se la debió hacer antes de que tomara la palabra Rafael Ribó.

Hay más por perder que por ganar si se lleva este pulso hasta el límite. Porque la política independen­tista no puede consistir principalm­ente en una constante prueba de esfuerzo para demostrar heroísmo y firmeza sobre el terreno simbólico y retórico. Si

La política independen­tista no puede consistir en una constante prueba para demostrar heroísmo

la simbología es el centro de gravedad de la acción del Govern Torra, estamos ante, posiblemen­te, el síndrome de la bicicleta: hay que ir pedaleando siempre para no caer, aunque podría ser que la bicicleta fuera estática y no fuéramos a ningún sitio.

Dos cosas me parecen ciertas: el independen­tismo se ha consolidad­o como movimiento político pero el objetivo de la independen­cia ya no tiene nada que ver con la prisa. Si se asume que va para largo, el cálculo de energías y prioridade­s no se puede hacer a la ligera, y menos cuando los principale­s líderes están en la cárcel y el exilio. Una estimación realista de la correlació­n de fuerzas y las debilidade­s internas aconsejarí­a no confundir las batallas centrales y las batallas secundaria­s, dentro de una estrategia que –repito– deberá abandonar pronto la ansiedad del corto plazo, sobre todo cuando acabe el juicio en el Supremo. De momento, dado que no hay estrategia clara y compartida, todo gira en torno a un teatro aparenteme­nte sacrificia­l que intenta transmitir a las bases desconcert­adas el mensaje épico y eufórico del “ni un paso atrás”. Todavía no hemos aterrizado.

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