La Vanguardia

Cuando el teatro dialoga con la filosofía

- Magí Camps

No hay manera de avanzar. Ayer, en el marco del Kosmopolis, en el teatro del CCCB, se reunieron doscientas personas (los hombres no llegaban ni de largo al 10%), para escuchar a cuatro escritoras de éxito con sus primeras novelas, moderadas por otra mujer, la editora Laura Huerga. Y el 80% de los premios literarios los ganan los hombres, recordaron a las participan­tes.

A pesar de la habitación para escribir que reivindica­ba Virginia Woolf y que las cuatro, según sus gustos y manías, han conseguido tener, la conciliaci­ón con la vida familiar y doméstica sigue sobrevolan­do la conversaci­ón. Tina Vallès (La memòria de l’arbre, Anagrama) denuncia: “Si fuéramos hombres, no habrían salido estas preguntas”. Es verdad.

Eva Baltasar (Permagel, Club Editor) aprovecha cuando sus hijas están en la escuela y en el instituto para escribir, en un espacio minimalist­a. Por no tener, en casa no tiene ni libros. Laura Pinyol (El risc més gran, Amsterdam) escribe de noche, cuando toda la casa duerme, para que nadie la estorbe. Marta Orriols (Aprendre a parlar amb les plantes, Periscopi) también necesita cerrarse en su estudio, aunque las ideas le vienen cuando está en movimiento, ajetreada, y las apunta en libretas o en el móvil. Se confiesa un poco Diógenes y recuerda que Alice Munro escribía los cuentos mientras los niños echaban la siesta. “A los hombres no les preguntan por la habitación ni en sus entrevista­s salen estas cosas de los hijos”, subraya.

Baltasar encuentra que “la cocina, allí donde se cuece todo, si te cabe una mesa, es muy buen sitio para escribir; Doris Lessing –que menciona como uno de sus referentes– escribía en la cocina”. Pinyol añade: “Me imagino a Zweig y a Kent Haruf cargados de paz, mientras veo las páginas de Ginzburg caóticas y manchadas de pizza”.

Para escribir, Vallès busca tiempo y wifi, y es capaz de aislarse allí donde esté: “He cambiado la habitación por el tiempo, y esta novela la he escrito en el comedor de casa con la tele puesta”. Entre todas las referencia­s literarias, es la única que da nombres de hombres: Gonçalo Tavares y Calvino. Rodoreda es uno de los referentes principale­s de las otras tres. “Es una suerte que, además, la podamos leer en nuestra lengua”, afirma Pinyol. En el turno de preguntas, añaden autoras vivas: Antònia Carré-Pons (Baltasar), Mercè Ibarz (Vallès), Irene Solà (Orriols) y Maria Antònia Oliver y Anna Gual (Pinyol).

La excusa de la conversaci­ón era el éxito que las cuatro han tenido con la primera novela. Coinciden en que les sorprende y les gusta que sus libros hayan tenido éxito, pero que, en el momento que la gente los lee, dejan de ser suyos. Las lectoras (y los lectores) ven cosas que ellas no habían pensado cuando las escribían, pero forma parte del proceso, claro. A la única que le gustaría dar un puñetazo y recuperar la esencia de su obra es Baltasar. Por otra parte, Vallès y Orriols coinciden en que lo que todavía las distancia más de sus novelas son las traduccion­es: “Hacen su camino y nosotras las acompañamo­s”.

“Si fuéramos hombres, no habrían salido estas preguntas”, denuncia Tina Vallès en el Kosmopolis

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